lunes, 24 de diciembre de 2018

EL PASO DE LA PAZ.


En el centro Bobby Deglané, a la izquierda el laureado capitán falangista Palacios, combatiente de la Guerra Civil y en Rusia, héroe en el cautiverio; a la derecha el legendario Melchor Rodríguez, anarquista, Director de Seguridad por CNT en el Madrid republicano, quien durante la guerra salvó muchas vidas inocentes, arriesgando la suya propia.

He aquí una fotografía histórica donde las haya; tomada en uno de los programas que presentaba Bobby Deglané, quien aparece en el medio de los dos protagonistas. Fotografía plena de verdad, humanidad y grandeza; ejemplo por sí sola para todas las generaciones de españoles. He aquí a dos hombres, y más aún, a dos españoles de una grandeza como sólo los españoles, cuando están animados de verdadera españolidad, son capaces. He aquí a dos hombres buenos, honrados, decentes y de paz.
Y lo fueron, porque supieron serlo en las más difíciles circunstancias en que se puede encontrar un ser humano, en la guerra, que es cuando afloran al exterior las grandezas y las miserias humanas en niveles extraordinarios.
Los dos de origen humilde y hechos a sí mismos.
El de la izquierda es el capitán –en la foto ya coronel– Teodoro Palacios Cueto, falangista, soldado voluntario, alférez provisional, capitán, divisionario, prisionero durante doce años en la URSS, laureado y General.
El de la derecha es Melchor Rodríguez García, anarquista, director de prisiones, salvador de muchos del vil asesinato al que se les conducía, condenado y amnistiado, representante de seguros, más conocido como “El Ángel Rojo”.
Los dos en un momento formaron bajo banderas contrarias durante nuestra contienda 1936-39, pero ambos poseedores de esa casta que trasciende cualquier ideología, la que consigue armonizar el sístole y la diástole del corazón humano en un único movimiento vital, que impulsa a mantener la cordura en tiempos de extrema barbarie.
Melchor Rodríguez se dedicó a salvar vidas, aún a riesgo de perder la propia, durante la guerra en el bando rojo cuando fue nombrado director de prisiones, logrando detener las terribles sacas de presos de las cárceles de Madrid, la mayoría de los cuales terminaban en Paracuellos del Jarama.
Teodoro Palacios no sólo dio razón de su hidalguía, valor y humanidad durante la guerra, que comenzó de simple soldado voluntario y acabó de capitán, sino también después de ella cuando voluntario de la División Azul participó en la batalla de Krasny Bor, posiblemente la más cruenta de todas, siendo hecho prisionero, permaneciendo cautivo durante doce largos años, tiempo durante el cual asumió con una entereza, presencia de ánimo, dignidad y reciedumbre su cruelísimo destino en los campos de concentración soviéticos, más bien de exterminio, sin dar un paso ni atrás ni en falso, siendo en todo momento jefe y ejemplo para los demás prisioneros, no sólo españoles. Asimismo, no se conformó con mantenerse a la defensiva, sino que pasó a la ofensiva convirtiéndose en un verdadero quebradero de cabeza para los responsables del Gulag. Su pertinaz lucha por lograr un trato humano no excluyó, sino todo lo contrario, a los rojos españoles que también dieron con sus huesos en aquellos campos.
En las aulas españolas se tendría que impartir una asignatura que tuviera por centro ambas trayectorias humanas y españolas para ejemplo de todos, máxime a la vista de la decadencia, corrupción y estupidez en que ha caído España en las últimas décadas de “democracia y libertad”. He aquí la imagen de la verdadera reconciliación que se fraguó a base de generosidad y buena voluntad ya durante la etapa de Gobierno del Caudillo. He aquí lo que se hizo y lo que hoy han destruido los de siempre.
Fotografía testimonio incuestionable de que la verdadera hermandad entre todos los españoles –de buena fe, crianza, honradez y orgullo, no entre los descastados–, es posible y, más aún, se hizo durante la legalidad y legitimidad anterior, y por contra se ha destrozado premeditadamente durante el régimen actual.
Los héroes nos ayudan a construirnos como pueblo, como “unidad de destino en lo universal”, sólo cuando reconocemos que ellos son tan humanos como nosotros, sólo que llegado el momento sublime fueron capaces de elevarse por encima de la mediocridad, lo mismo que podemos hacer nosotros si nos dejamos animar por los principios y valores de ellos.
Francisco Bendala Ayuso (Teniente Coronel)
Fuente: https://www.hispanidadcatolica.com/2018/12/recuerdo-de-dos-heroes-para-esta-navidad-por-francisco-bendala/

TRISTÁN GARCÍA (Álvaro Cunqueiro)


El 23 de diciembre es el aniversario del nacimiento en 1911 de Álvaro Cunqueiro, uno de los escritores más deliciosos de toda la literatura española. Hoy silenciado por su militancia falangista. Y este cuento suyo, prodigioso. Se publicó originalmente en gallego, y luego fue traducido por el propio autor. 


(Álvaro Cunqueiro, tercero por la izquierda. Gonzalo Torrente Ballester es el primero por la derecho, junto a él está Josep Plá)


TRISTÁN GARCÍA

Este Tristán del que cuento, nunca supo por qué le habían puesto Tristán en el sacramento del bautismo, ni conocía a nadie que se llamara como él. Un tío suyo de Soutomaior, que trabajaba como camarero en un restaurante muy famoso de Lisboa, le decía que en Portugal conocía a dos o tres Tristanes, y todos ellos eran de la aristocracia.

Tristán fue a cumplir el servicio militar a León, y allí, en un quiosco compró La verdadera historia de Tristan e Isolda con los amantes muy abrazados en la portada, por una peseta y cincuenta céntimos. Al fin iba a saber quién era aquel Tristán cuyo nombre llevaba. Cuando llegó al terrible final de la historia, con la muerte de ambos enamorados, Tristán García no pudo evitar las lágrimas. Y dio en imaginar que andando por el mundo encontraba a una mujer llamada Isolda, y ambos se gustaban, se hacían novios, se casaban, y vivían muy felices en la aldea cercana a Viana do Bolo de donde Tristán era natural.

A todos sus compañeros del Regimiento de Burgos 38, les preguntaba si había en sus pueblos una muchacha que se llamase Isolda. No la había. Había alguna Isolina suelta, pero Isolina no era lo mismo que Isolda. Tristán se lamentaba consigo mismo de no dar con una Isolda, porque si no la encontraba en León, donde había tanta familia, ya no la encontraría nunca, dedicado a la labranza en su aldea de Viana do Bolo.

Un día lo mandó llamar un sargento que se llamaba Recuero.

– ¿Tú eres el que andaba buscando a una Isolda? Pues en Venta de Baños hay una viuda de este nombre.

– ¿Joven o vieja? – Preguntó Tristán emocionado.

– ¡No lo sé! ¡Es churrera! – Le contestó el sargento.

Tanto tenía metida en su magín la novela famosa nuestro Tristán, que no pudo dudar un instante de que aquella Isolda de Venta de Baños fuese joven y hermosa, y si era churrera, podía seguir con el negocio en Viana, o en Orense capital, donde servían chocolate con churros en los cafés. También consideraba Tristán que si la viuda era vieja, lo más seguro era que tuviese una hija o sobrina joven que se llamase como ella.

Tuvo un permiso, y con veinte duros que tenía ahorrados, tomó en León el tren para Venta de Baños. Ya en aquel empalme, preguntó por la churrería de Isolda.  Estaba allí al lado, y la señora Isolda despachando churros a un señor cura. Era la señora Isolda una anciana con el pelo blanco, con hermosos ojos negros, la piel tersa, las manos muy graciosas echando azúcar y envolviendo los churros en papel de estraza.

Tristán vaciló en dirigirse a ella, pero ya había gastado cincuenta y cuatro pesetas en el billete de ida y vuelta.

– ¡Buenos días! ¿Es usted la señora Isolda?

– ¡Servidora! – respondió la amable viejecita sonriendo -. ¿Cuántos le pongo?

– ¡Es que yo soy Tristán! ¡Venía a conocerla!

La viejecita cerró los ojos, y se agarró al mostrador para no caer. Gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas.

– ¡Tristán! ¡Tristán querido! –  pudo decir al fin -. ¡Toda mi juventud esperando a conocer a un mozo que se llamase Tristán, como el de Isolda! ¡Y como no venía me casé con un tal Ismael!

Tristán saludó militarmente y se retiró hacia la estación, a esperar el primer tren para León. Cuando llegó y subía al vagón de tercera, apareció la señora Isolda, quien le entregó un paquete de churros. No se dijeron nada.

Cosas así sólo pasan en los grandes amores.

jueves, 13 de diciembre de 2018

LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA (José María García de Tuñón en ¨Desde la Puerta de El Sol¨ 11/12/2018).

El pasado jueves se celebró en España el 40 aniversario de la Constitución Española, aprobada por las Cortes en sesiones plenarias del Congreso de los diputados y del Senado celebradas el 31 de octubre de 1978, ratificada por el pueblo español en referéndum de 6 de diciembre de 1978 y sancionada por el rey Juan Carlos ante las cortes el 27 de diciembre del mismo año. Este 40 aniversario fue presidido por el rey Felipe VI y su familia en la que no faltaron sus padres. «Nuestra democracia es firme y consolidada, no tiene marcha atrás», dijo el rey. La nota discordante, como siempre, la dieron los parlamentarios de Unidos Podemos que exhibieron símbolos republicanos. No asistieron los parlamentarios de Compromís, ERC, PDeCAT y PNV, pero los medios no los persiguen, informativamente hablando, como persiguen, por ejemplo, a VOX.
Al día siguiente, los medios españoles se hicieron eco de este aniversario, destacando, por encima de todo, el papel que había jugado el actual rey emérito Juan Carlos I en los días siguientes de la muerte de Franco. Sin embargo, muy pocos medios se han acordado de referirse a aquellos hombres, procedentes del franquismo, que vistieron la camisa azul, y que hicieron posible la Transición.



Varios historiadores, dicen que quien jugó un papel importante en aquellos años fue el asturiano Torcuato Fernández-Miranda, instrumento legal que permitió desmontar el régimen franquista legalmente con la aprobación de las propias Cortes, nombradas antes por el propio Franco. Había sido ministro secretario general del Movimiento (octubre 1969-enero 1974) y su discurso de despedida lo finalizó con un ¡Arriba España! Después sería quien articuló la inteligente maniobra de la Ley a la Ley, con el fin de satisfacer al rey. Primero tuvo que conseguir que Adolfo Suárez entrara en la terna, del futuro presidente que sería del Gobierno de España, como así le había pedido Juan Carlos I. Por eso aquella frase, que pasará a los anales de la historia cuando Fernández-Miranda, dijo: «Estoy en condiciones de ofrecer al rey lo que me ha pedido». Es decir, que en la terna fuera el nombre de Adolfo Suárez que también había sido ministro general del Movimiento. Dos camisas azules como ilustran este artículo y que nadie se atreverá, ahora, a llamarles «fascistas». 
El 17 de julio de 1976 el rey Juan Carlos I encargó a Suárez la formación del segundo gobierno de su reinado y el consiguiente desmontaje de las estructuras franquistas que consiguió con la ayuda de falangistas «conversos» como él, y también de liberales, democristianos, con la complicidad de fuerzas antifranquistas. El 15 de junio de 1977, se celebran elecciones generales que gana Adolfo Suárez con aquel partido que él fundó, llamado Unión de Centro Democrático y que no tardaría mucho tiempo en desaparecer porque partió de una base totalmente incongruente. 


(Torcuato Fernández Miranda. Foto: ABC)


Todavía un tercero, que nunca ha vestido la camisa azul, aunque hay varios testigos que al parecer aseguran haberle oído que a su muerte le gustaría le amortajaran con la camisa azul de Falange. Pero desconozco en este momento si sus familiares cumplieron su deseo. Me refiero a Miguel Primo de Rivera Urquijo, presidente de honor de la Fundación José Antonio Primo de Rivera, recientemente fallecido. Muchos periódicos han reconocido el papel importante que jugó en aquellos años. El diario El País, por ejemplo, en su página 43 le dedica un largo artículo que titula; «El Primo de Rivera que impulsó la democracia». El artículo está firmado por el biógrafo de José Antonio Primo de Rivera, Julio Gil Pecharromán quien comienza diciendo: «Con el fallecimiento de Miguel Primo de Rivera Urquijo (San Sebastián, 1934 – Madrid 2018) desaparece una figura clave en el impulso inicial de la transición a la democracia en nuestro país...». 


(Miguel Primo de Rivera y Urquijo)


No me toca juzgar ahora si aquellos que vistieron la camisa azul y se sintieron, en algún momento, falangistas y joseantonianos, han jugado un papel de acuerdo y consonancia con sus principios y convicciones. El tiempo y la historia dirán si han hecho bien, o todo lo contrario.