lunes, 29 de octubre de 2018

LA LUZ (Rafael García Serrano, octubre de 1984)


Al escribir de carrerilla, casi mirando al calendario, la fecha de hoy, me he dado cuenta del día en que vivimos, al menos del día en que vivimos/morimos unos cuantos. En esta jornada municipal y torva, con un Madrid donde hay reservas para travestis como en los Estados Unidos para indios sioux. A estos y otras tribus, el Gran Jefe Blanco, en paz o en guerra, los cambiaba de praderas y tierras de caza, como quien se cambia de pensión, pero siempre tirando a peor. Aquí, no sé si en paz o en trifulca, el Gran Viejo Profesor –Gran Padre Blanco de los madriles- los traslada también a otras praderas de caza, de María de Molina a Vitrubio. Y de repente es como si me encontrase en el extranjero, a mil leguas del Madrid que yo conocí, incluso en tiempos malos, y me parece imposible que se diese tal día como hoy en este Madrid que es una pulpa sucia y apestosa, y en una mañana tan clara como la de hogaño, la consigna para toda una generación de españoles.



Muchas veces he contado que yo participé del discurso de José Antonio de una manera casual, auditiva, y a rachas, a través de la radio de un barecito de la Corredera Alta, con un grupo de estudiantes del Norte, navarros en su mayoría, que allí tomábamos el aperitivo. Bien, la anécdota es lo de menos, el caso es que por unas y otras cosas aquellas palabras han marcado mi vida y la de todos mis camaradas; los de mi promoción y mi contorno, los más queridos, ya en el otro mundo, por razones de sacrificio, de ley natural y de asco. Y uno piensa cuántos otoños, inviernos, primaveras y veranos han transcurrido desde entonces y cuántas ilusiones, cuántos esfuerzos, cuánta sangre, cuánto heroísmo, cuánto miedo dominado, cuánta luz ha transcurrido desde entonces y cuántos caminos abiertos se han cerrado, por el momento, al parecer, definitivamente. En el mundo todo da vueltas y en España más.


(García Valdecasas, Ruiz de Alda y José Antonio)


 Sólo cerca del final acierta uno a ver en qué instante se decidió su vida de manera indomeñable, salvo falta de decoro. Para mí fue aquel lejano 29 de octubre de 1933, como para otros muchos, al correr del tiempo, hasta llegar a los emocionantes jóvenes y adolescentes de hoy, que han recogido el relevo sin temblarles el pulso, con la exactitud de un buen atleta, y que conocen la doctrina y hasta la manera de ser que se anunció aquel día, cincuenta y un años hace, mejor que nosotros los viejos, porque nosotros todo aquello lo vimos nacer y crecer junto a las aulas, los campos de España, los talleres y las fábricas, primero en el corazón de manera abrumadora y luego más intelectualmente. Pero estos jóvenes que a veces aparecen por mi casa ha elegido la doctrina falangista, la doctrina joseantoniana –y en ella resumo todas las aportaciones originales de otros compatriotas- de un modo intelectual, preferentemente, aunque luego les ha desbordado el corazón, eligiendo entre otras muchas y cómodas ofertas y en instantes, ya largos, ya demasiado largos, de abatimiento nacional, cuando España agoniza.



Si repaso mi vida, como quien hace examen de conciencia, veo que todo su acontecer transcurre como un río brotado de aquel lejano nacedero, en razón de aquel domingo, de aquellas palabras y de las que sucesivamente fue predicando José Antonio por España, durante tres años, hasta su muerte, que aún duele y angustia como si fuese hoy. Las riberas de este río han visto mucha historia, rebeliones, guerras, Itálicas destruidas fulminantemente e Itálicas renacientes, ordenadas, florecidas al sol, y esto sólo con una pequeña brisa procedente de aquel nacedero, no con el viento varón que pudo haber engendrado o que no se aprovechó del todo para mover los molinos de la Patria, no sólo los del bienestar, sino aquellos que engendran los bienes del espíritu, de la fortaleza del país que fue llamado a cumplir una misión tal día como hoy.

 Ya vivo en pleno invierno, en esa soledad reflexiva y tierna que da el vestíbulo de la vejez. Y si hay algo de lo que me sienta contento es de mi fidelidad a aquel hombre y a aquella fecha y de esa candela abrasadora que me ilumina en esta oscuridad y que un día será luz de la madre España.

El Alcázar (dietario personal) 29 de octubre de 1984.

domingo, 14 de octubre de 2018

EL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA EN JOSÉ ANTONIO (José María García de Tuñón en 'Desde la Puerta del Sol' nº 102)

No fueron muchas las veces que el fundador de Falange citó la hazaña que un puñado de españoles, guiados por Cristóbal Colón, con la ayuda de nuestros Reyes Católicos, Isabel y Fernando, tanto monta, descubrieran aquellas tierras que después, todas ellas, tomarían el nombre de América.
Recogeré algunos momentos de esas citas que creo más interesante. La primera vez fue cuando en el periódico de Falange F.E., el 7 de diciembre de 1933. Firmó un artículo titulado ¿Euzkadi libre?, que daba comienzo con estas palabras: «Acaso siglos antes de que Colón tropezara con las costas de América pescaron gentes vascas en los bancos de Terranova. Pero los nombres de aquellos precursores posibles se esfumaron en la niebla del tiempo. Cuando empiezan a resonar por los vientos del mundo las eles y las zetas de los nombres vascos es cuando los hombres que las llevan salen a bordo de las naves imperiales de España. En la ruta de España se encuentran los vascos a sí mismos. Aquella raza espléndida, de bellas musculaturas sin empleo y remotos descubrimientos sin gloria, halla su auténtico destino al bautizar con nombres castellanos las tierras que alumbra y transportar barcos en hombros, de mar a mar, sobre espinazos de cordilleras…».



El 4 de febrero de 1934, en Cáceres, pronunció estas palabras: «España fue a América, no por plata, sino a decirles a los indios que todos eran hermanos, lo mismo los blancos que los negros, todos, puesto que siglos antes, en otras tierras lejanas, un Mártir había derramado su sangre en el sacrificio para que esa sangre estableciera el amor y la hermandad entre los hombres de la tierra…».
En Málaga, el 21 de julio de 1935, tiene este recuerdo para los conquistadores: «Sentados, cobijados bajo el árbol, en ese ambiente de intimidad, yo dejaría vagar mi pensamiento y tal vez cruzara por mi mente el recuerdo de los conquistadores de América, que eran menos, muchos menos que nosotros. Así arribaron a las tierras vírgenes de América, sin que en ella hubiera un solo hombre blanco, y en lo alto de alguna cordillera, con el disco lunar sobre sus cabe-zas y la extensión infinita de las Pampas por horizonte, comenzaron a fundar los cimientos de la futura gloria dorada de un ancho imperio…». En otra ciudad andaluza, en Sevilla el 22 de diciembre de 1935, habla a los obreros con los que piensa llegará a entenderse, «nos acercaremos a ellos; ya empezamos a acercarnos; ya, por de pronto, mirad cómo en las mejores capas españolas, en las capas españolas que guardan esa vena inextinguible del heroísmo individual que conquistó América, se ha entrado en contacto con nosotros…». No falta en José Antonio la poesía, la poesía que promete. A Magallanes le dedicó una larga poesía que el también poeta Rafael Inglada recogió en un libro porque para él «reducir como a menudo se ha hecho, una figura como la de José Antonio, tan discutida y tan rica en matices, a una sola faceta –la política–, es no solo injusto, sino incluso y sobre todo opuesto a la verdad». 


(Rafael Inglada)


Hubo una segunda edición que prologó el también poeta Aquilino Duque: «Y es que en estos versos está, explícita e ingenua, la poesía implícita con la que José Antonio se planteó el eterno problema de España». ¿Qué importa nuestra muerte sin con ella / ayudamos al logro de este sueño? Escribe José Antonio en el poema dedicado a Magallanes. A lo que Aquilino Duque en su prólogo, dice: «El José Antonio adolescente se refiere con ello, claro está, a un sueño que se cumplió: el de que las tierras recién descubiertas hablaran un día español…». 


(Aquilino Duque)


El poema que dedicó a Magallanes, lo tituló José Antonio La «profecía de Magallanes».

El mar estaba inquieto, el cielo oscuro
por nubes cenicientas apagado,
con fulgor inseguro,
empezaba a asomarse la alborada;
cerrando los Confines de Occidente,
brotaban de las sombras lentamente
las titánicas cumbres de los Andes,
y en toda su hosquedad Naturaleza
mostraba la magnífica fiereza
con que sabe vestir los hechos grandes.
Y entre esa majestad, sobre las olas
que el continuo vaivén tornaba pálidas
las cuatro carabelas españolas
se alzaban atrevidas y gallardas;
sobre la inmensa superficie solas,
las quillas en el mar, la enseña al viento
lanzaban en su arrojo un desafío
al oscuro nublado, al mar bravío,
al ígneo rayo y al ciclón violento.
¡Jamás ante el poder de un elemento
temblaba aquella Raza de titanes!
Hasta el mar cuando fiero se alborota
humilla su poder ante una flota
como aquella de Hernando Magallanes.
El era su Almirante. Sobre el puente
de la nave izadora de la enseña
iba el bravo marino, alta la frente,
la mirada aguileña
escrutando orgullosa el Occidente:
es que allá, separados los pilares
que forman la gigante cordillera,
dejaban paso abierto hacia otros mares,
es que la audaz quimera
que en su mente genial alentó un día
ante la faz de la Creación entera
proclamando su gloria se cumplía...
Magallanes habló; sus ojos de ave
brillaban encendidos de entusiasmo,
los bravos marineros de la nave
le escuchaban hablar, mudos de pasmo,
y aun las nubes que en lo alto se cernían,
y hasta el agua sin fin del mar Atlante
absortas parecían
escuchando la voz del Almirante. –¡Ya es hora! –dijo–. ¡Un mundo nos espera tras del que hoy se divide a nuestro paso¡ Sigamos nuestra ruta aventurera por los mares ignotos al acaso!
Es infinito el mar, la vida corta,
nuestro poder, pequeño,
¡pero no os arredréis! ¿Qué nos importa
que se acabe la vida en el empeño?
¡No importa que muramos! Las estelas
que dejan nuestras raudas carabelas
jamás han de borrarse; por su traza
vendrán para buscar nuevos caminos otros bravos marinos
de nuestra Religión y nuestra Raza;
De España y Portugal, la raza ibera
cuyos hijos, unidos como hermanos,
a la sombra van hoy de una bandera;
portugueses e hispanos,
bogamos juntos tras la misma suerte...
Españoles, ¡quién sabe si algún día
se unirá vuestra Patria con la mía
en un lazo de amor eterno y fuerte!
Calló; todos callaban
de solemne estupor sobrecogidos;
los bravos corazones palpitaban
con rápidos latidos,
y tendiendo los brazos a Occidente,
por donde un nuevo mundo aparecía,
el marino vidente
acabó la asombrosa profecía:
–Esas costas y esotras cordilleras
también serán iberas
cuando naves de Iberia con sus quillas
surquen aquel Estrecho que allí asoma;
desde las dos orillas
les darán parabienes en su idioma...
¿Qué importa nuestra muerte si con ella
ayudamos al logro de este sueño?
Si la muerte es tan bella, ¿qué importa sucumbir en el empeño?..
¡Adelante, hijos míos!
–gritó transfigurado, el Almirante–.
Y los cuatro navíos
temblaron a las voces de: –¡Adelante!..
Hincháronse las velas;
en el mástil derecho
la enseña tremoló, las carabelas
embocaron audaces el Estrecho...
Y entonces, estallando de repente
la fiera tempestad que amenazaba,
rugió por los espacios imponente
cual monstruo colosal que se destraba;
aullaba el huracán, el mar bramaba
alzándose feroz en ronco estruendo
y la Creación entera parecía
que presa de pavor se estremecía
ante el empuje del ciclón tremendo.
¡Era un himno triunfal que nubes y olas
con su música fiera
cantaban a las naves españolas,
embajadoras de la Raza Ibera!

sábado, 13 de octubre de 2018

LA HISPANIDAD VISTA DESDE CATALUÑA (Manuel Parra en "Desde la Puerta del Sol")


(Manuel Parra)


Los catalanes que, en esta época de turbulencias, nos afirmamos en nuestra españolidad nos sentimos ajenos a cualquier suerte de nacionalismo, tanto del llamado fraccionario, como del pretendidamente unitario, y esto es así porque entendemos que el valor del patriotismo español casa mal con las interpretaciones estrechas, casi vegetales por su adhesión a un terruño, que solo saben ponderar la belleza o la bondad de un territorio frente al del vecino, recrearse en el pasado sin intentar emularlo en el presente y, en definitiva, de mirar con los únicos ojos del corazón aquello que precisa el concurso de la razón para encarnarse en Idea.

España, mucho antes de llamarse nación en el estricto sentido político que le dieron las constituciones liberales, era ya un Concepto y una Idea; las desavenencias interiores –aún no llamadas nacionalismos– no lograban ocultar su importancia como tarea común acrisolada por la historia y por la convivencia; así, quien fuera sevillano de nación, o leonés, o navarro, o catalán… no dejaba de percibir que existía un plus ultra, un más allá que trascendía de espacios y de fronteras. Y eso caracterizaba su razón de ser: nunca el concepto y la idea de España se podían resumir en cerrazones nacionalistas.

Muy poco después de que España se empeñara en ser voluntariamente Europa en el transcurso de ocho siglos de lucha contra la tentación de ser africana y oriental, vislumbraba que existía ese más allá que ni los finesterres ni las tenebrosas leyendas lograban ocultar, y, de este modo, descubrió que existía un Nuevo Mundo, donde se prolongó esa españolidad en carácter, creencias, instituciones, lengua y estilo de vida, creando, biológica y anímicamente, la hermosa realidad del Mestizaje.


(Manifestación 12 octubre 2018 en Barcelona)


Así, la españolidad adopto desde entonces el sonoro nombre de Hispanidad, casi al modo de un sinónimo; pero, como, con nuestro carácter, creencias, instituciones y estilo de vida, también trasplantamos allende el Océano nuestros defectos, llevamos allí el germen de las discordias intestinas, el del León de Babel, en expresión afortunada del catalán Eugenio d´Ors: virtudes y vicios hechos mestizos y universales. En su momento, ese defecto adquirió, aquí y allá, la definición concreta de nacionalismo. Y lo seguimos sufriendo en la actualidad en ambas orillas hispánicas.

Sigamos con Eugenio d´Ors: «La Hispanidad es una constante de España, aun antes de que se descubrieran nuevos territorios, porque la entidad de España no puede concebirse si no se la ve potenciada por un sentido dinámico y personal». Y las supuestas élites gobernantes de aquí y de allá no supieron entender ese sentido, encerrados en la estática de sus fronteras e incapaces de dotarse de valiosas empresas comunes.

La obtusa negación de esa empresa, que consistía en volcarse a los horizontes con el leit motiv de una ley de amor, cristalizó en neblinosas motivaciones que invocaban lo étnico, lo económico, lo lingüístico, lo cultural. De este modo, fueron naciendo los separatismos peninsulares, los pruritos de las nacionalidades americanas y los indigenismos. Todos ellos se basan en idénticos mitos, parecidos agravios y los mismos desencuentros babélicos; y los seguimos sufriendo como estorbos indeseables a la constante española de la Hispanidad.

«Con ningún nacionalismo es compatible el servicio auténtico de la Hispanidad», seguía diciendo Ors; y añadía: «Diré que, si esta no hubiera nacido en América, hubiera nacido en Cataluña, en perpetua contradicción con todo nacionalismo y con el separatismo de cualquier pelaje».


(Manifestación 12 octubre 2018 en Barcelona)


Actualmente, España –y casi toda Europa y casi toda América– está sacudida por apegos identitarios o supremacistas a la Pequeña Aldea y, a la vez, por la voracidad de la Aldea Global; esto pertenece al terreno de los hechos constatables y nos puede sumir en el desánimo. Pero, a fuer de creyentes en la existencia sustantiva de las Ideas, quienes afirmamos en Cataluña nuestra españolidad estamos convencidos de que estas, no solo tienen más valor, sino mucho más recorrido en el futuro que la mostrenca realidad palpable y vigente.

Quizás, en España, está llegando el momento de invertir la dirección de los viajes, y aquel trasplante de carácter, de creencias, de instituciones y de estilo venga ahora del más allá americano al más acá español; quizás se acerque la hora jubilosa de un Segundo Mestizaje, que es consecuente con una Segunda Evangelización en lo religioso, y nosotros, carcomidos por los mismos romanticismos, liberalismos y nacionalismos que denunciaba Eugenio d´Ors, veamos reanimar la constante de la Hispanidad, a través de los descendientes de quienes fueron, hace siglos, los fautores del Primer Mestizaje y de la Primera Evangelización en tierras americanas.

12 DE OCTUBRE. DIA DE LA HISPANIDAD (José María García de Tuñón en "Desde la Puerta del Sol")


(José María García de Tuñón)


Suele decirse que la palabra Hispanidad tiene su principio en el vasco Mons. Zacarías de Vizcarra. Incluso en una de las enciclopedias consultadas hemos leído: «El profesor español López Ibor define la Hispanidad, término creado por Monseñor Vizcarra». Pero esto no es cierto como vamos a ver, porque es el propio monseñor quien lo desmiente en un escrito que publica en El Español, semanario dirigido por Juan Aparicio, antiguo jonsista, bajo el título de Origen del nombre y fiesta de la Hispanidad, dice:

En varias oportunidades y en diversas revistas he aclarado conceptos inexactos o confusamente expresados que corren por los libros y la Prensa acerca de los orígenes históricos del nombre, concepto y fiesta de la Hispanidad, por atribuírseme a mí equivocadamente la invención material de ese vocablo, al mismo tiempo que se pasan por alto circunstancias históricas que señalan el punto de arranque del hermoso movimiento que se distingue con dicho nombre.

Por su parte, el filósofo Gustavo Bueno, expuso un día que: «la idea de una Hispanidad centrada en torno a la cultura cristiana más tradicional (Zacarías de Vizcarra, en 1926; Ramiro de Maeztu, en 1934) es considerada por la izquierda como expresión de la derecha más reaccionaria; sin embargo, el término Hispanidad fue acuñado por Unamuno»

Digo Hispanidad y no Españolidad para atenerme al viejo concepto histórico-geográfico de Hispania, que abarca a toda la península ibérica. Digo Hispanidad y no Españolidad para incluir a todos los linajes, a todas las razas espirituales, a las que ha hecho el alma terrena y a la vez celeste de Hispania, de Hesperia, de la península del Sol Poniente. Y quiero decir con Hispanidad una categoría histórica, por lo tanto espiritual, que ha hecho, en unidad, el alma de un territorio, con sus contrastes y contradicciones interiores. Porque no hay unidad viva si no encierra contraposiciones íntimas, luchas intestinas…


(Gustavo Bueno)


Ahora es el hijo del filósofo Bueno, Gustavo Bueno Sánchez, quien escribe que el 11 de marzo de 1910 publica Miguel de Unamuno un artículo en el periódico La Nación, de Buenos Aires, titulado «Sobre la argentinidad» que comienza:

En mi correspondencia anterior, primera de las que dedico al libro de Ricardo Rojas La restauración nacionalista, libro henchido de sugestiones, usé dos palabras que ignoro si han sido o no usadas ya, pero que ciertamente no corren mucho. Son las palabras americanidad y argentinidad. Ya otras veces he usado la de españolidad y la de hispanidad. Y los italianos emplean bastante la voz italianitá.

Recuerda también Bueno Sánchez al periodista español Eugenio García Nielfa a quien se puede considerar como el escritor que con más continuidad hizo uso del término hispanidad entre 1914 y 1925. En el Diario de Córdoba, el 8 de noviembre de 1914, menciona esa palabra por vez primera:

Sin agresividad para Inglaterra, puede España tener planteada la cuestión de Gibraltar, cuya hispanidad es indudable , no ya por la Historia y la Geografía, sino por las características actuales de los calpenses, quienes siguen hablando español y se siguen apellidando como la mayoría de los españoles, que no en vano son hermanos gemelos de los calpenses que, al ser ocupada Gibraltar por Inglaterra, se refugiaron en los alrededores de la ermita de San Roque y fundaron la población de este nombre.

En 1925, según Bueno Sánchez, Habid Estéfano ideólogo hispano de origen libanés, ya había utilizado, en 1925, la palabra hispanidad. Efectivamente, fue Rodolfo Gil Torres-Benumeya, periodista e historiador español, el que escribió que fue Habid Estéfano 

quien más se distinguió en el empeño identificador desde que en 1925 creó la palara Hispanidad como paralela a la de Arabidad (correspondiente a la palabra árabe Urabah). Estéfano fue delegado del general Primo de Rivera para atracción de la exposición de Sevilla, porque creía providencial el hecho de que las ciudades andaluzas del Guadalquivir donde estuvieron las sedes de los Jalifatos e Imperios musulmanes sobre España y el Norte de África, fuesen luego cabecera del descubrimiento y la colonización de América…

Bueno Sánchez cree que el concepto de hispanidad es imparable a partir de 1926, donde ya se advierte su florecimiento y expansión: cada vez se hará más frecuente e irá ya adquiriendo una presencia imparable. Simbólicamente se puede fijar como punto de inflexión, nada gratuito, la hazaña que el comandante Ramón Franco Bahamonde, el capitán Julio Ruiz de Alda y el mecánico Pablo Rada culminaron el 10 de febrero de 1926, cuando amerizaron en Buenos Aires a bordo del hidroavión Plus Ultra, que había despegado el 22 de enero, precisamente desde Palos de la Frontera «cuna del descubrimiento de América». Tampoco es casualidad que el Plus Ultra, donado por Alfonso XIII a la Armada Argentina, se convierta hoy en el museo provincial de Luján, junto a la rica basílica donde habita la Virgen que es patrona de la Argentina y junto al modesto monumento que señala el «kilómetro cero de la Argentinidad». 




Permítaseme finalizar este corto artículo con unas palabras Guillermo Cabrera Infante, escritor y guionista cubano, que después de exiliarse de su país obtuvo la ciudadanía británica, obteniendo en 1997 el Premio Cervantes cuando dice que es una aberración llamar latinoamericanos a los hispanoamericanos. Tiene toda la razón porque éstos no heredaron el latín como España, sino que heredaron el español: «¿Desde cuándo está la Roma antigua en México? ¿Y en Buenos Aires? ¿Quién germinó esa aberración?», pregunta Cabrera. Para él quien introdujo el término latino fue un ministro de Napoleón III para justificar de alguna manera su intervención en Méjico: «Al pobre emperador Maximiliano, que pretendía ser rey de México, lo fusilaron y su esposa Carlota murió absolutamente loca en Bélgica, cantando habaneras». Y Cabrera seguía haciendo preguntas y decía que en Paraguay los indígenas ofician el guaraní, pero «¿desde cuándo o desde dónde hablan esos indígenas el latín? O los indígenas de los dominios del enmascarado: ¿hablan los lacandones, que surgieron después de los mayas, el latín?». 

Y no debo terminar sin citar a Ramiro de Maeztu que rechazó cualquier idea de carácter imperialista que viniera de la idea de Hispanidad. Para él el Imperio español era una Monarquía misionera, que el mundo designaba propiamente con el título de Monarquía católica. Otros, en pleno ardor juvenil, definieron la Hispanidad como la Revolución Nacional Sindicalista. Sin embargo, nada que se parezca a Imperialismo había en esta definición. El Imperialismo es otra cosa: es la actitud y doctrina de quienes propugnan o practican la extensión del dominio de un país sobre otro u otros por medio de la fuerza militar, económica o política. Maeztu criticó que al 12 de Octubre se le titulara Día de la Raza, porque en el mundo hispanoparlante son infinitas las razas que habitan en él, por lo que parece, más bien, una denominación incongruente. «Sólo podría aceptarse –dice Ramiro de Maeztu– en el sentido de evidenciar que los españoles no damos importancia a la sangre, ni al color de la piel, porque lo que llamamos raza no está constituido por aquellas características que pueden transmitirse al través de las obscuridades protoplásmicas, sino por aquellas otras que son luz del espíritu, como el habla y el credo. La Hispanidad está compuesta de hombres de las razas blanca, negra, india y malaya, y sus combinaciones, y sería absurdo buscar sus características por los métodos de la etnografía».