martes, 3 de enero de 2012

HACE 75 AÑOS: EL FINAL DEL LABERINTO (Pedro Larrea en El País. 31/12/11)

Son las cuatro de la tarde del 31 de diciembre de 1936. Unamuno recibe en su casa de la calle Bordadores a un antiguo alumno, Bartolomé Aragón, ahora profesor de Derecho y miembro de Falange Española, que llega del frente. Dice encontrarse "mejor que nunca". Y cuando el invitado comenta desalentado si tal vez Dios no ha vuelto la espalda a España, el anciano descarga un puñetazo sobre la mesa camilla. "¡Eso no puede ser, Aragón. Dios no puede volver la espalda a España!" Son sus últimas palabras. Ha comenzado a palidecer y una zapatilla se chamusca en el brasero bajo el tapete. El privilegiado testigo alerta a la criada. Un médico amigo certifica la defunción.
Y tenían motivos para exhibirle como uno de los suyos. Don Miguel había asistido en febrero de 1935 al mitin de José Antonio en el Teatro Bretón y departido amistosamente con los camaradas en el posterior almuerzo del Gran Hotel; le había piropeado en alguna ocasión, correspondida en la prensa azul con elogios encendidos a su españolismo; era público su apoyo a Franco y conocida a través de la Gaceta Regional su aportación económica a los rebeldes; recibía en su casa a la intelectualidad falangista salmantina y coincidía con ellos en la necesidad de salvar la civilización occidental de la amenaza rusa. Bien es verdad que tampoco escatimaba alusiones a la "inmunda falangería" o a las dos barbaries mellizas, la anarquista y la fascista, enemigas de la civilización.

(José Antonio Primo de Rivera)

¿Apropiación oportunista del cadáver? Por aquellas fechas el ilustre intelectual era también un cadáver político. Tras apoyar esperanzado la sublevación militar, se encontraba ahora en situación de arresto domiciliario, desengañado y abandonado por todos, confuso y desorientado, aislado y sin referencias, desolado y asqueado de las atrocidades de los "hunos" y los "hotros", en permanente y contradictorio monodiálogo. Los falangistas eran conscientes del enorme valor simbólico de este apoyo, sobre todo en el extranjero. Así lo indica la carta conminatoria que, tras el incidente con Millán Astray el 12 de octubre, el jefe local Francisco Bravo dirige al hijo mayor del ex-rector.La Falange local se apresura a organizar un homenaje póstumo a la altura del personaje fallecido. Se ocupa de la tarea el periodista Víctor de la Serna. A la mañana siguiente se ofician los funerales y por la tarde se trasladan los restos al cementerio. Portan el féretro, ataviados de azul mahón y correajes, el propio Víctor, que representa al jefe nacional Hedilla, dos compañeros periodistas y Miguel Fleta. Sobre la tumba, al grito de "¡Camarada Miguel de Unamuno!", los falangistas contestan brazo en alto "¡Presente!"
Por otro lado, Unamuno acababa de definirse en Londres como un "viejo liberal". Le gustaba autoproclamarse liberal, "franca y netamente liberal", y reconocía estar criado en pecado de liberalismo, el auténtico y no el acomodaticio de los tenderos bilbaínos. Su oposición infatigable al autoritarismo caciquil de la monarquía y a la dictadura de Primo le habían deparado la destitución del cargo de rector, condenas penales y, por último, el destierro. Había sido diputado independiente en las Cortes republicanas. Y en el 18 de julio quiso ver un pronunciamiento liberal típico llamado a restablecer el agrietado orden republicano
Si este liberal, confeso y convicto, aborrecía el fascismo de los camisas azules, ¿por qué su coqueteo con ellos? Tal vez, porque en aquel final de 1936, eran los únicos dispuestos a escucharle. Y porque, además, se sentían embelesados con el discurso político de Don Miguel acerca de la nación española: que no era propiamente tal, sino una "re-nación" que había sabido refundir todas las diferencias internas; o, incluso, una "sobre-nación", a la que la Historia, que es el pensamiento divino encarnado en la Tierra, había dictado una misión ecuménica. Qué importaba en ese momento la monarquía o la república; lo decisivo era España y su tarea de españolizar el mundo imponiendo su dominio en el orden espiritual. Los republicanos estaban a punto de arrumbar ese proyecto grandioso de una hispanidad cristiana, individualista y liberal, a la vez que universal y eterna.
Individuo y nación, libertad y patria, Rousseau y Hegel, dos ejes que han guiado el quehacer político de la Modernidad. Que nadie espere encontrar en Unamuno la síntesis armoniosa de ambos, sino la oposición y el choque entre dos conceptos fuertes: el hombre singular, rebelde, indómito e irreductible, enfrentado a una nación densa, compacta, espiritual, mesiánica, proyectada y conducida por la divinidad en el camino de la Historia. Demasiado individuo para un fascista y demasiada nación para un liberal.
Nunca pretendió el bilbaíno resolver lo que la vida tiene de sustantivo, la contradicción. Al contrario, sostuvo la imposibilidad de decir sin contradecir; o de existir fuera de ese laberinto indescifrable que es la vida y por el que vagamos fatalmente atrapados. ¿No cabrá entonces desentrañar el quid final de lo que fueron el pensamiento y la vida de Unamuno? No es casual que Dios y España fueran sus últimas palabras, el resumen de sus dos grandes pasiones y, tal vez por ello, las dos puertas que nos permiten acceder al laberinto unamuniano. ¿Qué hay detrás de Dios y de su religiosidad? Sólo el ansia insaciable de un yo inmortal. ¿Y detrás de España? La ensoñación de un yo que fantasea a costa de matar la realidad de la vida. ¿Y en el fondo del laberinto? Yo con mayúsculas, el único, el absoluto, el bregador infatigable, el energúmeno y genial, el Miguel narciso, ególatra, quijote, existencial, todo pasión y víctima de sí, pero siempre Yo.

domingo, 1 de enero de 2012

LOS ARQUITECTOS QUE FUERON VANGUARDIA ( artículo en diariovasco.com)


José Ángel Medina recupera en un libro la vida de José Manuel Aizpurua y Joaquín Labayen 
29.12.11 - 02:04 - 

El mítico Le Corbusier, padre de la arquitectura contemporánea, se desplazó en otoño de 1930 desde París hasta San Sebastián sólo para ver el edificio del Náutico, recién inaugurado. Quería ver con sus propios ojos la obra de los arquitectos José Manuel Aizpurua y Joaquín Labayen, un trabajo que en poco tiempo se convirtió en uno de los iconos del racionalismo europeo.
Aizpurua y Labayen escribieron «las páginas más brillantes de la modernidad en Guipuzkoa». Así lo entiende José Angel Medina Murua, profesor de la Universidad de Navarra que ayer presentó el libro que reconstruye la obra y la apasionante vida de los dos arquitectos guipuzcoanos. El volumen, editado en colaboración por el Colegio de Arquitectos y la Diputación de Gipuzkoa, se inscribe en la colección dedicada a los arquitectos guipuzcoanos, y será completado en febrero con una exposición en el Koldo Mitxelena con sus «proyectos no realizados», tal como adelantó ayer Santos Bregaña, que se ha ocupado de la edición del libro y preparado la muestra.



(Labayen y Aizpurua en 1931)
El donostiarra Aizpurua y el tolosarra Labayen empezaron a colaborar en la Escuela de Arquitectura de Madrid y trabajaron conjuntamente hasta que el primero, militante falangista, fue fusilado en San Sebastián en 1936 antes de que el llamado bando nacional entrara a la ciudad. En sólo nueve años de colaboración realizaron pequeños proyectos para Donostia (como la decoración de la pastelería Sacha, en la Avenida de San Sebastián) y una obra como el Náutico, inaugurado en 1929, que les introdujo en los manuales de arquitectura.
Ese 'barco de hormigón' fue rápidamente incluido en publicaciones internacionales de la época como Cahiers d' art, Werk o el catálogo de la exposición del Moma 'The International Style'.
Pero además de su trabajo como punta de lanza de la arquitectura europea de vanguardia Aizpurua y Labayen agitaron la escena cultural donostiarra con su grupo, el Gatepak, y la sociedad Gu. Su estudio en la calle Prim se convirtió en parada obligatoria de artistas consagrados y de otros que empezaban, como Oteiza. Apoyaron el grupo La Barraca de García Lorca y colaboraron con el Ministerio de Instrucción de la República para idear escuelas y hospitales. «Creían que la arquitectura podía cambiar la sociedad y hacer más feliz a la gente», recordaba ayer Lorenzo Goicoechea, el presidente en Gipuzkoa del COAVN.
La guerra frustró esa aventura. Aizpurua, hombre tanto de reflexión como de acción, se alistó en la Falange de su amigo José Antonio Primo de Rivera. En junio de 1936 es detenido y fusilado en San Sebastián el 6 de septiembre. Este año se han cumplido 75 años de su muerte. Labayen siguió trabajando y, en palabas de Medina, «lejos de aprovecharse de ser el socio de un fundador de la Falange fusilado, se traslada a Tolosa y pasa a desempeñar un trabajo alejado de la efervescencia. Seguirá trabajando prácticamente hasta su muerte, en 1995».
El libro, basado en la tesis doctoral que José Ángel Medina realizó en su momento, destripa tanto la vida de los dos profesionales como sus proyectos, y se convierte también en crónica de una época de San Sebastián. El volumen incluye también algunas fotografías tomadas por el propio Aizpurua, el 'artista total' que se interesó también por la música o el teatro, e imágenes actuales realizadas por Aitor Ortiz.

(Artículo completo en http://www.diariovasco.com/v/20111229/cultura/arquitectos-fueron-vanguardia-20111229.html )