martes, 31 de diciembre de 2013

JOSÉ ANTONIO ¿FUE DE DERECHAS? (José María García de Tuñón en dignidaddigital.com)

(El historiador José María García de Tuñón)

Así terminaba un reciente artículo que el catedrático Juan Velarde Fuertes publicó en la revista  «Cuadernos de Encuentro» (nº 114), que comienza narrando su primera asistencia, con sólo   nueve años, a un mitin, de políticos de la Ceda, que se celebraba en su pueblo natal de Salas (Asturias). Por lo que sigue contando, nada le gustó lo que dijeron aquellos políticos. Antes una joven universitaria, tía del prestigioso médico e historiador asturiano José Ramón Tolivar Faes, que se casaría con una nieta de «Clarín», había reunido a un grupo de niños, diciéndoles: «Voy a explicaros qué es eso de Falange, lo que dice José Antonio, y porqué deberíais ser falangistas». A continuación, el catedrático habla de sus estudios de economía, de sus colaboraciones en el diario «Arriba», de su paso por la Universidad como educador, etc. etc., hasta terminar, con la citada pregunta: «José Antonio, ¿fue de derechas?».

Nunca sabremos cuál sería la respuesta de Velarde Fuertes. Se la puede uno imaginar, pero no deseo correr el riesgo de expresar lo que pienso; prefiero escribir, en el corto espacio de que dispongo, algunas cosas que dijo o dijeron de aquel hombre que, como García Lorca, no tuvo la muerte que merecía, y, después, cada lector que diga la respuesta que estime oportuna.


(El catedrático de Economía, Juan Velarde)

Comienzo citando a otro José Antonio, el comunista, José Antonio Balbontín, quien dijo, sobre la Reforma Agraria que pedía el líder falangista, era más radical que la suya. El también comunista José María Laso Prieto tomó estas palabras en un artículo que publicó en la revista    «Altar Mayor», año 2007: «Incluso se atribuye a José Antonio Balbontín, que había ingresado en el Partido Comunista de España procedente del Partido Social Revolucionario, la afirmación de que el proyecto de reforma agraria de José Antonio era incluso más avanzado que el del PCE, donde ya entonces militaba Balbontín». Todo el que haya leído un poco a José Antonio sabe quehabló de los abusos del gran capital financiero, de los especuladores y de los prestamistas, pidiendo al final la nacionalización de la Banca. Lo recordó la escritora y jurista Mercedes Formica cuando dijo que el fundador de Falange «fue, rechazado y ridiculizado por su propia clase social, que nunca le perdonó sus constantes referencias a la injusticia, el analfabetismo, la falta de cultura, las viviendas miserables, el hambre endémico de las zonas rurales, sin mas recurso que el trabajo de temporada y la urgencia y necesidad de la reforma agraria».


(Portada de la revista Cuadernos de Encuentro)
Por su lado, la escritora Rosa Chacel, firmante del. Manifiesto de los intelectuales antifascistas, padeció el exilio, y encontrándose en Buenos Aires compró las «Obras Completas» de José Antonio que leyó de un golpe, según escribió. Y aunque le salpicaron los fascismos europeos «leyéndole con honradez se encuentra el fondo básico de su pensamiento, que es enteramente otra cosa. Fenómeno español por los cuatro costados». Es cierto lo que dice esta mujer, Premio Nacional de las Letras, porque la mayoría de los que hablan de José Antonio jamás lo leyeron y menos con honradez.  La socialista Victoria Kent, la que se opuso al voto femenino, dijo de él que era «un perfecto caballero, un perfecto hombre, con toda la cortesía. Y debo decirlo porque eso es lo justo»

(José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española)

José Antonio prescindió de Giménez Caballero, que compartió la derecha filofascista de Gil Robles; de Ansaldo, que sólo pensaba en castigar con la violencia; del marqués de Elisada, hombre de confianza de Alfonso XIII.  Mientras tanto fueron llegando personas destacadas de la izquierda política: Oscar Pérez Solís, promotor fundacional del PC; Manuel Mateo, secretario de organización del PC;  Juan Orellana, sindicalista del PC; los socialistas José García Vara y Matías Montero, ambos asesinados por sus antiguos camaradas antes de dar comienzo la guerra civil; Marciano Pedro, hermano de Buenaventura Durruti; Nicasio Álvarez de Sotomayor, que fue secretario de la CNT; Camilo Olcina, que fue secretario de la Marina Mercante en la CNT, etc. etc. Negoció con Prieto y Pestaña una alianza de los socialistas no marxista y los sindicalistas no anarquistas. Y termino con la misma pregunta que formuló Velarde Fuertes: «José Antonio, ¿fue de derechas?»..

                                                                       JOSÉ Mª GARCÍA DE TUÑÓN AZA

viernes, 27 de diciembre de 2013

Como quien espera el alba (Fernando García de Cortázar en Abc, 3 oct. 2013)



(El autor: Fernando García de Cortázar)

El exilio puede deformar la imagen de una patria. El depósito de los recuerdos, el cementerio de los proyectos cancelados asombran la mirada de quienes demasiadas veces tuvieron que contemplar España desde lejos. Al otro lado de la frontera, aprendieron que el exilio no es un lugar, sino una inmensa sensación de pérdida. Vencido en una guerra entre españoles, derrotado en una lucha funesta en la que nadie combatió contra España, Luis Cernuda tituló un puñado de poemas amargos con una conmovedora alusión a un mañana posible: Como quien espera el alba. Adversario de quienes  propiciaron la tragedia, el resentimiento habría de acompañarle hasta su muerte.  Y hasta ella llegó también  la nostalgia viva, el amor implacable por un  a España que nada, ni la catástrofe de aquel enfrentamiento, podía poner en duda. Para este hombre a solas, España continuaba ahí, como referencia emotiva: “Tierra nativa, más mía cuanto más lejana”. Para este hombre despojado de todo, menos del idioma, de la tradición cultural que nadie podía arrebatarle, España adquiría su tensión más honda, su veracidad sin fisuras, al reconocerla en esa perspectiva dolorosa, en pie sobre la historia.
            Un país evocado de este modo no puede ser una mentira. Una nación que se sueña con tal intensidad no puede ser un error. Una patria escrita así no puede ser una concesión a la oportunidad política, ni un acomodo de coyuntura, ni el producto bastardo de una negociación. En los vanos esfuerzos por atender los requerimientos de quienes nunca han creído en España, hemos llegado a deponer nuestras emociones y a pensar que al nacionalismo separatista se le podía regalar el monopolio de la pasión por vivir en comunidad, el sentimiento de pertenencia, la fe en un destino colectivo, la confianza en una tradición de siglos. Asustados por los fantasmas retóricos de nuestro pasado, hemos creído que a los españoles debía bastarnos con levantar un muro de argumentos constitucionales, una masa de preceptos, un túmulo de normativas. Ahí están, desde luego. Ahí se encuentran las razones que certifican la existencia de una nación constituida en Estado, garantizando a todos sus habitantes los derechos inalienables de la ciudadanía moderna. Ahí está el compromiso intransigente para preservarlos.
Pero, junto a las razones de legalidad y legitimidad que tantas veces han sido expuestas en esta misma página, no permitamos que pueda extenderse una imagen que ya ha llegado a dañar la causa que defendemos. No toleremos que el nacionalismo pueda oponer la emoción de una patria histórica a la frialdad de un Estado de diseño. No permitamos que el nacionalismo siga presentándose como la voz del corazón, la expresión de la cultura, mientras España pasa a ser envoltorio jurídico, capa superficial de un malentendido revocable. El nacionalismo pretende siempre tomar esa ventaja, moral y estética al tiempo: pregonar su humillada autenticidad social frente al oprobio de un poder artificioso. ¿Vamos a permitir que el secesionismo siga propagando la imagen de una Estado español que no es nación y de una nación catalana sin Estado?.
No concedamos a tales farsantes el beneficio de nuestras propias dudas, ni dejemos traslucir la falta de confianza en nosotros mismos. Repitámoslo una vez más, para que quienes exigen moderación y diálogo acaben por entenderlo. Lo que está en juego no es una reforma institucional, sino la quiebra de un sistema político, cuya destrucción debe empezarse por lo más elemental, por sus propios fundamentos: la idea misma de una nación española soberana. El objetivo del nacionalismo catalán es la disolución de España que implica la demolición de la pluralidad sobre la que se ha constituido nuestra democracia. Implica romper un acuerdo estable sobre valores esenciales, reglas de juego y mecanismos de gobierno, pero también sobre una idea de España. Implica la radical infidelidad a lo pactado, pero también la temeraria renuncia a un espacio sin alternativas realistas. Implica, desde luego, romper con un sueño compartido antes por una mayoría social y sólo puesto en duda en este invierno de crisis, en lo más hondo de esta quiebra moral, en lo más doloroso de la pérdida de bienestar y esperanza. Sólo en estos escenarios de desdicha ha podido alcanzar resonancia una propuesta que siempre había sido marginal, folclórica y reaccionaria en la opinión que los catalanes depositaron en las urnas durante treinta años.
No estamos ante un pueblo catalán que ha tomado conciencia de sí mismo ni, mucho menos, ante unos ciudadanos que han adquirido la madurez suficiente para advertir que durante siglos Cataluña ha sido un país en cautiverio. A lo que hemos asistido es al abandono de esa construcción de una conciencia nacional española; a lo que hemos asistido es a la insensatez de nuestra clase dirigente, obstinada en descuidar la realidad de nuestra historia común, la autenticidad de nuestra cultura y la solvencia de una integridad colectiva que, a diferencia de los nacionalistas, nunca hemos confundido con el integrismo.
No ha sido la sociedad civil catalana la que se ha puesto en pie frente a un Estado artificial, sino los sectores que han sido adoctrinados, sobornados y exaltados con los recursos clientelares que proporciona la posesión de un poder político decidido a construir una nacionalización alternativa. La tramposa escenificación de una sociedad viva que lucha contra un Estado desalmado es la más grosera manipulación de las muchas que enarbola el nacionalismo catalán en estos días de su incierta gloria. No estamos ante un pueblo que manifiesta su voluntad de ser a expensas de la unidad de España, sino ante un proyecto secesionista que ha utilizado sin escrúpulos su inmensa capacidad de premiar y amedrentar, de promocionar y de marginar, de atraer y de excluir. Nada ha ocurrido como resultado de la evolución natural de los acontecimientos, como esa insultante “mayoría de edad” con que algunos desaprensivos quieren calificar el actual momento que sufre la política catalana.
Cuando salíamos de una dictadura, los catalanes comprendieron que sus derechos ciudadanos solamente les serían reconocidos en el marco de una España en la que Cataluña siempre había encontrado el espacio idóneo de su propia realización. Tras haber disfrutado de gobierno y parlamento propios, tras haber participado de la construcción de la historia en libertad de todos los españoles, el nacionalismo proclama ahora la necesidad de abandonar una esclavitud que él mismo ha administrado. Tamaña paradoja, semejante absurdo, nunca se dio en la historia de España.   
Un concepto de España parece dirigirse hacia el vacío. Una idea de España parece avanzar hacia el exilio. En la sobria y clara perspectiva de quienes, a lo largo de estos últimos doscientos años, proclamaron desde la intemperie y la expropiación su lealtad a una cultura que nos proporciona significado, señalemos aquí nuestro deseo de restauración de una patria libre, plural, integradora y consciente. Como quien medita en el rincón más triste de la historia. Como quien aguarda en el lugar más despiadado de la noche. Como quien espera el alba.

Fernando García de Cortázar. Director de la Fundación Dos de Mayo, Nación y Libertad

martes, 3 de diciembre de 2013

Sugerencias de libros para Navidad (y cualquier otro momento)

Historia. "El último José Antonio" de Francisco Torres (Ed. Barbarroja).


Análisis político. "La Batalla de Gibraltar" de José María Carrascal (Ed. Actas).


Poesía. "La urdidumbre del tiempo" de José María Antón (Ed Vitrubio) Obra ganadora del Premio Luys Santamarina


Novela "Once nombres de mujer" de Antonio Brea (Ed. Barbarroja)


Historia. "Memorias 1931-1947" Mercedes Fórmica (Ed. Renacimiento)


Novela. "Me hallará la muerte" de Juan Manuel de Prada.


Análisis político. "El fracaso de la Monarquía" de Javier Castro-Villacañas (Ed. Planeta).


Novela. "El elegido" de Guillermo Rocafort (Ed. Good books)







domingo, 24 de noviembre de 2013

ANÉCDOTAS Y ANDANZAS DE JOSÉ ANTONIO POR BARCELONA DURANTE SU JUVENTUD ( FRANCISCO CABALLERO LEONARTE en la revista Altar Mayor)

amor a cataluña
Todos los biógrafos de José Antonio coinciden en destacar la especial inclinación amorosa de éste hacia Cataluña. Unos destacan los aspectos puramente sentimentales ungidos del fervor juvenil por el bello sexo: «Me han quitado bastantes noches el sueño algunos ojos catalanes radiantes…»[1]. Otros ponen el mayor énfasis en los descubrimientos del entramado social y político de aquellos tiempos por parte del futuro fundador de la Falange. Así, Serrano Suñer y Maximiano García Venero afirman que José Antonio vivió en Barcelona unas experiencias decisivas para su formación, como hombre y como político: «José Antonio vio a los intelectuales, a los jefes de industria, a los campesinos, a los obreros inducidos por un sentido poderoso de creación»[2]. Ciertamente, en aquella época, a los 19 años, a un muchacho en pleno proceso formativo y de maduración, una realidad notablemente distinta de su Madrid natal y de su Andalucía familiar tenía que extasiarle y hacerle meditar profundamente. Estaba en la más europea de las ciudades españolas de entonces. Poco a poco, a través de sus relaciones sociales, su observación del mundo que le rodeaba, sus pequeños viajes por la geografía catalana, el trato con las gentes sencillas de los pueblos y aldeas… le permitieron profundizar en ese amor primeramente instintivo –mezcla de cariño por el paisaje, la cultura, la creatividad– pero pronto convertido en amor de conocimiento y razón.


A despecho de la actitud irreflexiva y primaria de algunos energúmenos, enfundados en camisa azul, que en la inmediata trasguerra prohibían o dificultaban el uso del bello idioma de Verdaguer, nos encontramos al joven José Antonio interesado por la Historia, la Cultura y el Derecho de Cataluña. Está registrado en los periódicos de la época que José Antonio intervino como abogado en un pleito que se tenía que sustanciar en base al Derecho catalán. Dice la noticia: «El señor Sánchez Diezma expuso en qué consiste la dote catalana y combatió la sentencia de la Audiencia de Barcelona , que infringió, a su juicio, el artículo 1.896 del Código Civil y varias leyes del Digesto. Don José Antonio Primo de Rivera contestó al señor Sánchez Diezma, y aludiendo una por una las leyes alegadas por su contrario, dedujo que no ha habido tales infracciones y pidió que la sentencia de la Audiencia barcelonesa sea confirmada» (La Vanguardia, 09-01-1930). También cuenta José Mª Fontana: «Almorzamos en Begas y paseando por sus alrededores hablamos de Cataluña y de Castilla. ¡Qué magnífica comprensión la de José Antonio! Con qué cariño nos hablaba siempre de las gracias de nuestra tierra… y de nuestros defectos. Pero lo hacía sin odio, con la severidad de un padre y con el mismo cariño. Y comentaba el género de vida de aquel campesino al que acababa de saludar en su catalán deficiente…»[3]. Como decimos, esa realidad catalana, barcelonesa, tan intensamente vivida por José Antonio, la complejidad del mundo que cada día amanecía ante sus ojos, el refinamiento de la alta sociedad con la que se codeaba, las luchas sociales fruto de un sindicalismo organizado y combativo, el fenómeno de un catalanismo pujante con ribetes separatistas… ciertamente tenían que hacer mella en su espíritu sensible y observador. Aquí vio cosas que le gustaban y otras que no, pero ello no fue óbice para que fraguara su amor a Cataluña. Siempre que se refería al Principado lo hacía con un sentimiento de amor y comprensión. Algunas veces incluso añoraba los días vividos en Barcelona. De ello quedan señas inequívocas en sus posteriores escritos y discursos.
En más de una ocasión, en íntimas conversaciones, cuando José Antonio trataba de enfatizar su amor a Cataluña decía: «Yo estuve en Cataluña antes de nacer»[4]. Se refería, evidentemente, al gozo de la maternidad inaugurado al borde del Mediterráneo. No olvidemos que el mes de diciembre de 1900 don Miguel Primo de Rivera fue destinado al Batallón de Cazadores Alba de Tormes, de guarnición en Barcelona, cuando hacía muy poco tiempo que había conocido a la que habría de ser su esposa, Casilda Sáenz de Heredia. La boda se celebró en Madrid, donde residía la familia de la novia, el 16 de julio de 1902, día de la Virgen del Carmen, pero el primer hogar del nuevo matrimonio se fundó en la Ciudad Condal. En marzo de 1903, el Teniente Coronel Miguel Primo de Rivera consiguió su traslado a Madrid, y el 24 de abril siguiente nació su hijo primogénito que fue bautizado en la parroquia de santa Bárbara, y se le impusieron los nombres de José, Antonio, María, Miguel y Gregorio, pero pasaría a la Historia sencillamente como José Antonio. De lo dicho podemos concluir que José Antonio no resultó catalán de naturaleza por muy pocos días.


las gozosas vacaciones
Como quiera que el 16 de marzo de 1922 don Miguel fuera nombrado Capitán General de Cataluña, con sede en Barcelona, llegado el verano procuró reunir a la familia entorno suyo. Primero llegaron los tres chicos, José Antonio, Miguel y Fernando y poco después Pilar y Carmen. Precisamente José Antonio, con sus recién estrenados 19 años, acababa de terminar su licenciatura en Derecho.
La residencia oficial de todos los miembros de la familia estuvo en el pabellón del edificio de Capitanía General, en el amplio paseo de Colón, tocando al puerto. Zona de intensa vida comercial y laboral que, a cualquier observador medio, le permitiría tomarle el pulso a la ciudad con gran acierto. Ese viejo y noble edificio había sido anteriormente sede conventual de la Orden Mercedaria. De hecho todavía permanecía y permanece unido por dos pasillos aéreos a la majestuosa basílica de La Merced, iglesia de la patrona de Barcelona.
Don Miguel, como Capitán General de Cataluña y además por su título de Marqués de Estella, era constantemente invitado y agasajado por la nobleza y la aristocracia residente en el Principado. En aquellos tiempos todavía se estilaba las reuniones formalistas y protocolarias en lo que se llamaba alta sociedad. Los dos hijos mayores del Capitán General, acompañados de su padre en muchas ocasiones, frecuentaban estas fiestas mundanas de altos vuelos.
El 15 de agosto José Antonio y su hermano Miguel asistieron a una «elegante fiesta en la hermosa finca Casa Pinós que habitan en Badalona los marqueses de Barbará y de la Manresana». Se celebraba el santo de la hija mayor de la casa[5].
Poco después los encontramos en la finca que en Alella –población cercana a Barcelona, en el litoral del Maresme– habitan los señores de Bosch Labrús y su «encantadora hija Rafaelita». Simplemente se celebraba una reunión de amistades[6].
Debió agradarle a José Antonio esa pequeña y pintoresca población –poseedora de un vino de fama– porque hemos obtenido constancia de que recaló por allí varias veces durante ese verano. Javier Berzosa, residente en esa localidad y estudioso de su Historia, escribió en 2009: «Todavía hoy algunos de nuestros mayores de Alella recuerdan aquel joven que tanto gustaba de alejarse de los alborotos de la Ciudad Condal para descansar en nuestro pueblo. Se recuerda su apostura, su galanteo con las mozas de Alella, su bondad».
Lo cierto es que José Antonio no estuvo residiendo permanentemente en el palacio de Capitanía durante aquel verano. Por razón de la amistad que el Marqués de Estella tenía con el Barón de Viver, don Darío Romeu Freixas, ambas familias mantuvieron unas afables relaciones. El Barón de Viver tenía un hijo de edad semejante a José Antonio y ello hizo que intimaran y se hicieran amigos. La finca de la baronía del Viver está próxima a Mataró, concretamente en el municipio de Argentona, cercana al mar. Allí José Antonio pasó muchos días de sus vacaciones descubriendo sensaciones nuevas y emocionantes.
Como es natural en los años mozos, el atractivo de las chicas movilizaba a los dos amigos. Tan pronto se les veía en los bailes de fiesta mayor de un lugar como en otro. En Cataluña, durante el mes de agosto, se celebra la fiesta mayor en muchísimas poblaciones. Así es que no les faltaba oportunidad de divertirse por las noches. Una antigua pareja de baile recordaba: «José Antonio asistía a los bailes de fiesta mayor de Cardedeu y se situaba siempre en un palco del entoldado. Yo bailé con él en varias ocasiones. Era un mozo muy amable y bien educado que gustaba mucho a las chicas»[7].
Siguiendo la pista que nos facilita la prensa de la época, descubrimos que nuestro joven participó en un exquisito almuerzo en la finca Torre Blanca de San Feliu de Llobregat, ofrecido por la condesa de Alcubierre (La Vanguardia. 23-08-22), y según la tradición lugareña también durmió una noche en el palacete de la finca Can Mercader, en Cornellá.
Como podemos observar, el joven José Antonio llevó durante ese verano de 1922 una vida muy activa. Pero no sólo se dedicó al protocolo social y a los bailes de fiesta mayor. También tuvieron tiempo su amigo Darío Romeu y él[8] de aprender a nadar. Hoy nos parece que el saber nadar es algo muy natural, pero, por aquellos años, pocos eran los que dominaban esa técnica. Veamos lo que nos cuenta el hijo del profesor de natación de José Antonio –aunque en aquel entonces no se llamaba profesor, sino bañista o bañero– conocido cariñosa y popularmente como Cintet, que es el diminutivo de Jacinto en catalán: «Aprendieron a nadar [con Cintet] el conocido sacerdote Padre Romeu que luego ocuparía importantes cargos en Roma al servicio de la Iglesia, y que era amigo de José Antonio Primo de Rivera. La amistad la tenían por sus respectivas familias, toda vez que ambas veraneaban en el Viver de Argentona, propiedad de la familia de don Darío Romeu. Ambos jóvenes, el Padre Romeu y José Antonio, que con los años sería el fundador de la Falange, bajaban todas las tardes a los baños de Cintet y aprendieron a nadar en las tranquilas aguas de Vilassar de Mar. En su día, Cintet manifestó que ambos jóvenes eran unos muchachos muy serios y atentos a todo»[9].
Al finalizar las vacaciones de verano José Antonio regresó a Madrid y se matriculó en el curso de Doctorado de la facultad de Derecho. Eligió cuatro asignaturas: Política Social, Derecho Municipal, Literatura Jurídica e Historia del Derecho Internacional, obteniendo en las cuatro matrículas de honor.
el servicio militar y otras vivencias
Una vez finalizado el curso académico, a finales del mes de junio de 1923, José Antonio y su hermano Miguel vuelven a Barcelona para reunirse de nuevo con la familia. Es el momento en que tanto él como su inseparable hermano deciden incorporarse al ejército para el cumplimiento de su servicio militar. El día 1º de julio formalizaron su incorporación como soldados en el regimiento de caballería Nº 9 Dragones de Santiago, ubicado en el cuartel de Gerona, lindante con la populosa barriada de Gracia. Allí, durante muchos años hubo una lápida, cercana a la cantina de tropa, que rememoraba la estancia de José Antonio en el acuartelamiento en cumplimiento de su servicio militar. Con la desaparición del acuartelamiento también lo hizo el recordatorio.
Siendo universitarios, hijos del Capitán General de Cataluña, hubieran podido cumplir sus obligaciones militares como soldados de cuota, una modalidad que permitía hacer un servicio de solo cinco meses, previo pago –eso sí– de dos mil pesetas[10]. El sentido de justicia de los dos hermanos les decidió a alistarse como voluntarios de un año. Se trataba de una modalidad destinada a jóvenes universitarios que permitía acceder, salvando las pruebas pertinentes, a la Escala de Oficiales de Complemento[11]. Cada día, de buena mañana, José Antonio, vestido de soldado, abandonaba el edificio de Capitanía y a pie, o en tranvía, se dirigía a su acuartelamiento para cumplir sus deberes militares. El joven aristócrata tenía así ocasión de codearse con el pueblo llano que compartía su medio de transporte y que, a aquellas horas, ciertamente acudiría a su trabajo.
Tenemos la suerte de poseer un ejemplar de la revista Destino, de fecha 19 de junio de 1937, en la que un narrador, escudado en el seudónimo Bruc, nos cuenta su experiencia vivida en el mismo acuartelamiento coincidiendo con José Antonio. De su extenso escrito entresacamos lo siguiente:
Nuestro cuartel de Dragones era sin disputa el mejor de la ciudad. Amplios y ventilados eran sus dormitorios para la tropa, desde sus ventanas abiertas al sol brillante sobre nuestro mar azul, se extendía a sus píes, asentada en llanura verde y ubérrima la población innúmera de la que Cervantes definiera: «en sitio y belleza única». En su cima frontal ondea aún la bandera roja y gualda. Pero era un «sepulcro blanqueado». El medio millar de personas que allí se albergaba, cumplía una misión forzada, mecánica. Como un presidio. Todos esperaban con ansia el día de la liberación. Dura era para ellos aquella lucha en busca siempre de eludir el enojoso cumplimiento del deber. Una nueva casta de soldados, los «señoritos», los cuota, superaba esa nota fatal.
Una mañana hermosa unos muchachos irrumpían con alborozo bajo los arcos de la principal del cuartel. Estudiantes bullangueros que por vez primera vestían con orgullo el uniforme militar. La curiosidad hizo saber pronto que entre los recién llegados había un hijo del Capitán General. Los permanentes, comentándolo decían: «los cuotas solo vienen a lista, ese ni a eso, no se le va a ver el pelo». De ese interesa dar noticia en estas líneas.
El suboficial de Mayoría fue el primero en gustar la novedad. Le decía al comandante: «Es que ha pedido botas de reglamento». Y este le respondía: «Tiene derecho a ello déselas Vd.». «Y pide, también, “charrasco”, quiere comer rancho…». El comandante se reía del asombro de su subordinado con evidente satisfacción. El suboficial salió diciendo: «¡Pues no lo entiendo!».
Pocos días después el nuevo recluta era el tema de conversación del Cuartel entero. «Es soldado», decían sus compañeros: pues este no cambia ni paga sus guardias, como los cuotas y además si ve a alguno cansado le dice: anda muchacho que estás fatigado yo haré por ti tu turno si me autoriza el sargento. Y allí se está en la garita helada del picadero, sin dormirse mirando a los luceros del cielo y de la ciudad: «¡Qué tío ese!»,
Correctísimo en sus modales, los «cuotas» separatistas huían su presencia como el diablo la cruz. Siempre, en cambio, los voluntarios estudiantes, los permanentes, y en el patio departía, a ratos, con los oficiales. Su tema de conversación, único observante: España.
Por su iniciativa, realizose un día una pequeña fiesta entre los mismos soldados. Aquel día olvidan éstos a sus novias y a sus juegos y acaso por primera vez durante «el servicio» vibran sus corazones jóvenes al contacto de la fogosa palabra de aquél joven «tan diferente de los otros señoritos». Los vivas a España eran desde entonces voces que salieran del corazón y que resonando por los anchos corredores y las grandes naves del Cuartel eran como el anuncio de la verdad.
Ciertamente, el texto anterior está sobradamente idealizado. Pero pensemos que se redactó y publicó en plena Guerra Civil, el mes de junio de 1937. No obstante, sí aporta una información cierta sobre el ambiente de los cuarteles de la época y, sobre todo, perfila el carácter de José Antonio, que siempre huyó de las actitudes clásicas del señorito.
Otro testigo, don Leoncio Jiménez Cano, compañero de José Antonio en el susodicho cuartel, hizo unas declaraciones para el semanario comarcal Ecos de la Sierra, en febrero de 1980. Parece ser que la intención era publicarlas como una entrevista, pero por defunción de don Leoncio no se pudo realizar la misma. Entre otras cosas puede leerse: «La condición de presidente del Consejo de Ministros de su padre, no le eximió a José Antonio de ningún servicio mecánico –nos afirmaba el Sr. Jiménez–, como pudiera ser la limpieza de cuadras u otros. No disfrutó de más permisos que los demás soldados[12].
Como no podía ser menos, la vida militar de nuestro joven soldado fue todo un descubrimiento para él. Allí, ante sus ojos tenía la realidad palpitante de un mundo quebrado por el clasismo, las lacerantes diferencias sociales y, lógicamente, las manifestaciones de un soterrado odio dimanante de las mismas. Toda una panoplia para reflexionar. Pero también tuvo ocasión de conocer las excelencias del compañerismo, y oportunidad de anudar amistades que perduraron durante mucho tiempo. Como consecuencia de una de esas amistades, presumiblemente, José Antonio estuvo a punto de cambiar radicalmente el rumbo de su vida.
En efecto, en el acuartelamiento del regimiento de caballería Dragones de Santiago, José Antonio coincidió con un joven de su misma edad que acababa de incorporarse al servicio militar haciendo uso de la misma modalidad que él; es decir, voluntario de un año. Se trataba de Jorge Girona Salgado, hijo de Carlos Girona Maqueira, nieto de Manuel Girona Vidal y biznieto de Manuel Girona Agrafel. Toda una saga de prohombres importantes en la Historia de Barcelona, Cataluña y España. El bisabuelo de Jorge fue fundador del importantísimo Banco de Barcelona (1842), que a finales del siglo xix hacía empréstitos al Estado y otras instituciones públicas. Su participación, como accionista, en múltiples empresas importantes, su actuación como senador vitalicio por el partido conservador, sus campañas de beneficencia y, por último, la financiación de la construcción de la  nueva fachada principal de la catedral de Barcelona, acabaron por consagrarlo como el banquero catalán más famoso del ese siglo xix. Los Girona, familia numerosa, tenían su domicilio en un gran caserón en la histórica calle Ancha, número 2, muy cerca del palacio de Capitanía.
Además de las actividades propiamente castrenses impuestas por su servicio militar, José Antonio disponía de tiempo suficiente para participar en múltiples actos sociales y, por supuesto, para ampliar su formación cultural. No era extraño encontrarlo muchas tardes en la Biblioteca de Cataluña –la más importante de Barcelona– enfrascado en la lectura y el estudio. Le agradaba pasear por las angostas callejuelas de los alrededores de Capitanía, cuajadas de antiguas tiendas familiares, tascas portuarias, y algún que otro viejo palacio venido a menos. En aquel entonces las Ramblas barcelonesas, la plaza Real y toda la zona portuaria tenían una vida intensa y trepidante. Barcelona era un puerto importante del Mediterráneo. Abundaban los locales de diversión, como bailes populares, cafés-concierto, teatros, cines, cabarets, y restaurantes, fondas y figones para todos los gustos. Esas salidas permitieron a José Antonio aumentar el conocimiento de la ciudad que sólo había podido vislumbrar durante su estancia del verano anterior. El joven soldado ya tenía 20 años cumplidos y la posibilidad de andar por el mundo con mayor soltura.
Tal como ya hiciera durante el año anterior, José Antonio participaba en encuentros y fiestas de alta sociedad; lo cual, naturalmente, también contribuía a facilitarle un mayor conocimiento de la realidad social de su tiempo. Por el diario La Vanguardia, del día 3 de julio, sabemos que en una fiesta coincidieron Conchita Girona –hermana de Jorge, su amigo– y José Antonio. Conchita, según los gacetilleros de la época: «era una muchacha lindísima, que al aparecer en el mundo merecerá las mayores simpatías». El día 19 de julio el mismo diario se hace eco de una fiesta de despedida de la temporada, en la que, entre otras personas, estuvieron presentes Conchita Girona y José Antonio Primo de Rivera, en la cual «al compás de un terceto se bailó hasta la madrugada».
Está claro que de la mano de Jorge, su amigo y compañero de milicia, José Antonio se abría camino entre la aristocracia barcelonesa. En ese ambiente selecto y señorial conoció a varias señoritas con las que, lógicamente, tuvo trato. Pero, siguiendo el hilo de los ecos de sociedad, vemos que nuestro joven soldado coincidió varias veces, en fiestas sociales, con la hermana de Jorge, Conchita. Lo cierto es que no disponemos de documentación fehaciente sobre un posible idilio entre ambos jóvenes, pero sí sabemos que tanto José Antonio, como su padre don Miguel, tuvieron mucha amistad con la familia Girona, hasta el extremo que en muchas ocasiones, en futuras visitas a la Ciudad Condal, José Antonio se alojaba en el caserón de la calle Ancha[13].
Como decíamos, sólo a título de presunción, cabe la posibilidad de que el joven José Antonio tuviera alguna relación sentimental con la hermana de su amigo Jorge y que ésta trascendiera, pues no creo que ningún periodista especializado en la vida mundana y social, sin tener elementos de juicio suficientes, se atreviera a escribir lo siguiente: «Ayer mañana salió para Moyá el escuadrón de Dragones de Numancia llegado a ésta el día anterior. Entre la tropa figuran los distinguidos jóvenes don José Antonio Primo de Rivera, hijo del Presidente del Directorio, y don Jorge Girona, próximo pariente del mismo» (La Vanguardia, 21-10-23).
Pero, la figura del joven José Antonio no sólo tenía éxito entre las jovencitas de los salones señoriales. La escritora Mª Teresa León, que fue esposa del Rafael Alberti, recordaba: «me gustaba salir con mi padre, ir a las carreras de caballos, sentarme con él en las Ramblas. Éramos tan felices cuando nos íbamos juntos a conquistar el mundo». Es justo en uno de esos paseos por las Ramblas en que ve a los hijos del general Primo de Rivera. Cuando escribe sus Memorias, recuerda así ese día: «¡Qué jovencita y ya casada! Eran los tiempos del golpe militar de Primo de Rivera. Los hijos de Primo de Rivera estaban entre los soldados del regimiento. Uno de ellos era muy rápido, muy inteligente. A la muchacha le parecía absurdo no poderles ya sonreír porque estaba casada y qué diría el teniente coronel del segundo si la viese. Era un buen mozo. ¿Quién cerraría los ojos de aquel soldado que yo no volvía a ver?».
El 25 de julio de 1923, día de Santiago Apóstol, patrón de España y del Arma de Caballería, se celebró una gran fiesta en el cuartel de Gerona: «A las diez de la mañana formaron en el patio las fuerzas para oír la Santa Misa de campaña que se rezó en un altar profusamente adornado de flores y en el cual, rodeada de luces, destacaba la imagen del santo Apóstol. Terminada la Misa prestaron juramento de fidelidad ante el estandarte los reclutas recientemente incorporados y los voluntarios de un año, encontrándose entre estos últimos los distinguidos jóvenes don José Antonio y don Miguel Primo de Rivera, hijos del digno Capitán General señor Marqués de Estella y que pertenecen al Regimiento de Santiago» (La Vanguardia, 26-07-1923). Esta misma noticia apareció en la mayoría de diarios de Barcelona, y dos de ellos[14] publicaron fotografías de los actos, en una de las cuales se puede observar a Miguel, hermano de José Antonio, en el momento de besar el estandarte.
La vida militar de José Antonio va transcurriendo con normalidad, realizando los servicios que en cada momento le corresponden, pero, de vez en cuando, se amplía su horizonte y se le brinda la oportunidad de conocer nuevas experiencias. En alguna ocasión su padre decide que su hijo primogénito esté presente en actos protocolarios o de tipo socio-político, como el que se celebró en Gerona, organizado por el Consejo de Administración de los Ferrocarriles Económicos Españoles para solemnizar la posesión de la línea férrea de Gerona a Flassá y Palamós, que hasta la fecha había explotado una empresa extranjera[15]. Este acto nos trae a la memoria una de las características de la acción política de D. Miguel Primo de Rivera desde la Presidencia del Directorio: su afán por nacionalizar servicios públicos y empresas de importancia vital. A él se debió la creación de la «Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos, S. A. (CAMPSA)», que durante tantos años sirvió a los intereses españoles.
Poco después, el 10 de noviembre, nos encontramos a José Antonio en Melilla –ya con los galones de cabo de Dragones– para participar en representación de la familia, en la solemne ceremonia de exhumación y traslado de los restos de su tío, Teniente Coronel Fernando Primo de Rivera que, como es sabido, murió heroicamente durante el llamado desastre de Annual, el mes de julio de 1921. El Teniente Coronel Primo de Rivera, al frente de su escuadrón de Alcántara, cargó una y otra vez –hasta seis veces– contra los rifeños enemigos que masacraban a las tropas españolas en retirada. Fue un acto muy emocionante en el que participaron muchas representaciones oficiales, principalmente del Arma de Caballería, destacando por lo insólito la presencia, en lugar relevante, de una mujer. Se trataba de la cantinera del Tercio Vicenta Blasco Rubio, que marchaba en la comitiva fúnebre justamente detrás del féretro. Esta humilde cantinera, durante la reconquista de Monte Arruit, estuvo trabajando denodadamente para desenterrar el cadáver de Primo de Rivera.
Aunque José Antonio sólo tenía la graduación de sargento de complemento en aquel momento, por razón de su apellido y por indicación de su padre, asistía a ciertos actos protocolarios militares, como recepciones y recibimientos de autoridades. Eso le permitía continuar su formación humana, social y militar. Sin sentirse especialmente atraído por la vida castrense –pues su vocación eran las leyes–, no obstante José Antonio siempre tuvo una alta consideración por la carrera de la armas, y asumió su rol militar con seriedad y entusiasmo mientras estuvo en filas.
Al respecto es interesante conocer cómo vivió José Antonio la jornada en que su padre, siendo Capitán General de Cataluña, realizó el pronunciamiento implantando el Directorio. Todos los biógrafos del Fundador coinciden en señalar que éste no tuvo participación alguna en la preparación y ejecución del golpe de estado del 13 de septiembre de 1923. Él mismo lo explicaría, años después, en la conferencia que pronunció en la sede de la Unión Monárquica Nacional, sita en las Ramblas de Barcelona: «Aquí, en Barcelona, me cogieron aquellos días, aquellas horas, aquellos minutos febriles de la noche del 12 al 13 de septiembre de 1923. Nosotros estábamos en Capitanía General. Detrás del edificio existe un pasillo que, atravesando la calle, llega hasta la iglesia de la Merced. En la iglesia de vuestra Patrona pasaron aquella noche rezando mis hermanas y mis tías. Noche angustiosa que nosotros pasamos despiertos, porque no sabíamos nada de lo que ocurría fuera, ya que la primera medida del Gobierno fue cortar las comunicaciones y se carecía por completo de noticias de lo que ocurría en aquel momento en España. Noche angustiosa, porque no sabíamos si al día siguiente nuestro padre iba a formar gobierno o si llegarían a Barcelona dos Divisiones del Ejército a prenderle y fusilarle, aunque no era nada probable que viniesen contra él sus compañeros de armas, tan afanosos como él porque España se salvase».
José Antonio pasó la noche en Capitanía –como hemos visto– y muy temprano, al igual que siempre, tomó el tranvía y se trasladó a su cuartel para cumplir con el servicio que le correspondiera. Las tropas estaban acuarteladas y reinaba un gran revuelo en el recinto militar. José Antonio se esforzó en comportarse con toda normalidad. Según Julio Gil Pecharromán, biógrafo del Fundador, «la celebración pública fue [en el cuartel] de lo más sencilla: compartió algunas rondas en la cantina con sus compañeros y prometió regalar una guitarra a unos soldados que expresaban cantando su satisfacción por el gesto del Capitán Genera»[16].
Durante su estancia en Barcelona, como hemos visto, José Antonio se relacionó con muchísimas personas de todas las clases sociales, aunque, como es lógico, principalmente con las de la que él pertenecía. El diario La Vanguardia, de fecha 26-02-1924, publicaba una gacetilla que decía lo siguiente: «El distinguido aristócrata don José Antonio primo de Rivera, hijo del marqués de Estella, será obsequiado con una comida de despedida por un grupo de sus muchos amigos, que quieren testimoniarle así la gran simpatía que ha merecido durante su permanencia en Barcelona. Don José Antonio Primo de Rivera, marchará con su familia mañana miércoles, para la Corte, donde debe continuar su servicio, como sargento de complemento en uno de los regimientos de caballería».
Según consta en la Hoja matriz de Servicios de José Primo de Rivera Sáenz de Heredia (sic), «el 1º de julio de 1923 accedió al empleo de soldado de caballería; el 1º de octubre del mismo año a cabo de complemento; el 1º de febrero de 1924 a sargento de complemento; el 1º de agosto del mismo año a suboficial; y el 1º de diciembre del mismo año a alférez de complemento. Posteriormente, con motivo de la bofetada que le propinó a Queipo de Llano, fue sometido a un Consejo de Guerra que afectó también a su hermano Miguel y a su primo Sáncho Dávila. El día 18 de marzo de 1932 se celebró la vista de la causa y como resultado de ella fue degradado, pasando al empleo de soldado de 2ª de caballería con efectos de 1º de julio de 1931».
Curiosamente, a pesar de las grandes y rimbombantes elegías que durante el franquismo se le dedicaban a José Antonio, lo cierto es que nunca fue rehabilitado en su grado militar. La sentencia para él había sido condenatoria con pérdida de empleo, y absolutoria para los otros procesados. No sería hasta el 4 de mayo de 1961 cuando la Hermandad Nacional de Alféreces Provisional aprobó, por aclamación, nombrar a José Antonio Alférez Provisional honorario por méritos y por su condición de Alférez de Complemento.



[1] Palabras pronunciadas por José Antonio durante su conferencia dictada en el local de la Unión Monárquica Nacional, de Barcelona, el 03-08-1930.
[2] García Venero, Maximiano: en la revista el bruch. Octubre de 1958.
[3] Fontana, José Mª: en la revista Destino. 22 de mayo de 1937.
[4] Aguirre, José Fernando: diario solidaridad nacional. 20-11-1949.
[5] Diario la vanguardia. 17-08-1922 (Pág. 14).
[6] Diario la vanguardia. 22-08-1922 (Pág. 10).
[7] Conversación personal mantenida por el autor, el 16 de septiembre de 2009, con don Ricardo Heredia, hijo de doña Teresa Comas Ponsa, pareja de baile de José Antonio en su juventud.
[8] Darío Romeu, amigo de José Antonio en sus años mozos, con el tiempo se hizo sacerdote y llegó a ocupar importantes cargos en Roma.
[9] Fernández, Pablo: diario ABC Cataluña. 20-07-1996.
[10] En aquellos tiempos el servicio militar normal tenía una duración teórica de tres años.
[11] Esta modalidad se creó durante el reinado de Alfonso XIII como consecuencia de la Ley de Bases de 1918. La experiencia de la I G.M. demostraba que los ejércitos germanos iban cubriendo las bajas de oficiales dando instrucción militar a universitarios, y pronto le imitaron los aliados. España adoptó este modelo y por concurso-oposición se seleccionaba a quien deseaba ingresar en dicha Escala. A los tres meses se examinaban para cabos, después pasaban a sargento y en el segundo y tercer año un tribunal de capitanes presididos por el Jefe del Cuerpo los evaluaba para ser oficiales, pudiendo llegar a capitanes.
[12] El texto completo de estas declaraciones aparece en la gaceta del centenario, Nº 38, de 21 de marzo de 2002. Plataforma 2003.
[13] Fontana, José Mª: en su libro Los catalanes en la Guerra de España.
[14] El día gráfico y el Diario de Barcelona.
[15] Noticia aparecida en El Correo Catalán. 02-09-1923.
[16] Gil Pecharromán, Julio: Retrato de un visionario. José Antonio Primo de Rivera (Pág. 65-66) Ed. Temas de Hoy, S.A. (T.H.) 1966. Madrid.