domingo, 26 de noviembre de 2017

EN LA MUERTE DE SIGFREDO HILLERS DE LUQUE

EVOCACIÓN Y RECUERDO DEL QUE FUE MAESTRO, A LA VEZ QUE AZOTE, DE VARIAS GENERACIONES DE FALANGISTAS



Nuestro camarada Sigfredo Hillers monta ya la guardia en los luceros y su muerte cierra una etapa, otra más, de la historia de la Falange. Miembro de la generación perdida o intermedia, de la que formaron también parte Ceferino Maestú y Diego Márquez Horrillo, Sigfredo era uno de los últimos puentes que aún nos permitía acercarnos a nuestros Fundadores. La suya fue una generación que no vivió la dureza de los años republicanos ni la gloria de la lucha en las trincheras, pero que por haber convivido con la Vieja Guardia pudo conocer de primera mano la poesía de la Falange. Los hombres que como él se formaron en el Frente de Juventudes, en las Falanges Juveniles de Franco, vivieron la ética y el estilo de José Antonio convencidos de que habrían algún día de regir los destinos de España, dedicados al afán de guiarla por los caminos de la Revolución Nacionalsindicalista. Una generación frustrada, víctima, en palabras de José Luis Alcocer, de un fraude, que una vez incorporada a la vida adulta y desde las filas de la Guardia de Franco, las más antifranquistas de todo el Régimen, asistieron impotentes al desmontaje de lo poco de azul que alguna vez tuvo el Movimiento. Como jefe político de la Centuria de Montañeros, a las órdenes de Cepeda, se dio la vuelta con todos sus camaradas un 20 de Noviembre al paso del Generalísimo Franco. Tras el cese de Elola Elaso, que fue sucedido por un descafeinado López Cancio, Sigfredo se unió a lo más granado de la Vieja Guardia para reivindicar y recuperar la verdadera Falange frente a la traición movimientista. La empresa se inicia con las famosas Charlas de la Ballena Alegre, crisol de sindicalismo falangista en estado puro. Ceferino lleva la voz cantante, pero detrás de esta empresa late el aliento de Narciso Perales y de Patricio González de Canales, ejemplos de coherencia doctrinal y, sobre todo, vital. La bandera de la recuperación de la esencia joseantoniana queda alzada unos meses después en los locales de Madrid de los Círculos José Antonio, fundados por Luis González Vicén, lugarteniente general de la Guardia de Franco que fue cesado de todos sus cargos por protestar tras la llegada a España del que sería después Juan Carlos I de Borbón. El portaestandarte de esa bandera de rebeldía a principios de la década de los sesenta pasa a ser Ceferino Maestú, que pronuncia palabras de profecía que hacen de la conferencia en los Círculos mucho más que una mera disertación intelectual. Ceferino convoca a todos aquellos que sueñan con recuperar el espíritu de las desaparecidas Falanges Juveniles, llama a los que asisten impotentes a la neutralización política del Frente de Juventudes y del SEU. La señal está dada, la bandera está alzada, ha llegado la hora de materializar esas ansias de pureza falangista, y surgen las primeras discrepancias. Patricio se siente más inclinado a la vida contemplativa y religiosa y se retira para vivir su compromiso falangista en Jesucristo y llega a rozar la santidad. Ceferino también siente que su vocación sindicalista le lleva por sendas alejadas de la doctrina azul y se embarca en la aventura, desgraciada y frustrada, de las Comisiones Obreras. Así que cuando alborea el año 1963 Sigfredo es el que forma en primera línea de combate y toma todo el protagonismo en la redacción del célebre manifiesto fundacional del Frente de Estudiantes Sindicalistas. Narciso le acompañará durante algún tiempo, pero al cabo de unos meses el FES ya será, para lo bueno y para lo malo, el fruto predilecto de los afanes y los desvelos de Sigfredo Hillers.
Una tarea de titanes la que se echó sobre las espaldas Sigfredo. Nada menos que convencer  a los españoles de que ese Régimen, orlado para mayor escarnio con el acompañamiento coreográfico de nuestras camisas azules, no tenía nada que ver con la Falange de José Antonio. Empresa fracasada, no hay duda, pero que ha dejado para la historia momentos memorables. Uno de los más señalados es esa Carta de un falangista escrita a Franco en 1966, auténtica profecía que ya anunciaba que exactamente diez años después los españoles acudirían en masa a las urnas para desmontar todo lo prescrito en la Ley Orgánica del Estado. Lamentablemente, la falta de mano izquierda de Sigfredo, cuya mano derecha ha dejado cumbres del pensamiento falangista como nuestro Ética y Estilo, provocó numerosas escisiones, véanse a título de ejemplo las de los lupulinos y los agapitos, y numerosos enfrentamientos con otros sectores azules, sobre todo con los llamados hedillistas, que llevaron a que las fuerzas y las ilusiones que deberían haberse empleado en difundir la poesía que promete se perdieran en inútiles discordias civiles. A pesar de todo, una vez muerto Franco, la Falange creyó llegada su hora. Se inician negociaciones entre todos los joseantonianos y sólo los auténticos se quedan fuera. El Pacto de Matute permite alcanzar un acuerdo de mínimos y la Falange parece que va a poder presentarse unida ante el pueblo español. La fecha elegida para escenificar el renacimiento de esa Falange es el 29 de Octubre de 1976, el lugar, el Palacio de Congresos y Exposiciones de Madrid. Por cada una de las facciones azules hablará un orador. Sigfredo lo hace en nombre del FES. Irreductible, fiel a sus convicciones, no consulta el contenido de su discurso con los otros participantes en el acto. La suya es una pieza oratoria magistral, pero truncada. Cuando inicia la crítica al Régimen de Franco, argumentada de forma impecable desde una óptica falangista, se desata la bronca y toda España asiste atónita al espectáculo que ofrece un intento de unidad degenerado en bofetadas.
Unos meses más tarde nace Falange Española Independiente, proyecto personalísimo de Sigfredo que hereda el espíritu de pureza del FES, que venía ofreciendo desde 1963 y de forma ininterrumpida, gracias al esfuerzo de un puñado de camaradas beneméritos que vivieron la vida en clave militante, la posibilidad de entender la Falange como cosmovisión, una palabra por cierto que no le gustaba a Sigfredo, por ser un invento de la propaganda intelectual de inspiración marxista. La de Sigfredo fue una Falange particular, inspirada sin duda en la más pura ortodoxia joseantoniana, quizá la más bella, la más idealista, la más exigente, pero sin duda también la más difícil. Sigfredo nos puso a todos el listón muy alto, tan alto que él mismo acabó un día por llegar a la conclusión de que había que arriar la bandera para que pudiera conservar su pureza, con la esperanza de que una España mejor permitiera algún idea desplegarla con mayor fortuna. Se dedicó entonces con pasión a la docencia y a la investigación intelectual desde la Universidad Complutense de Madrid. Su currículum es tan impresionante que no puede ser citado aquí. Su obra tan fecunda y prolija que rebasa con mucho los horizontes políticos e ideológicos de la Falange.

Sigfredo se ha ido, pero nos ha dejado su obra, su ejemplo. Todos los falangistas, los que fueron sus enemigos y aquellos pocos que nos consideramos sus camaradas, a pesar de nuestras múltiples diferencias, de nuestras numerosas discrepancias, coincidimos en una cosa: la Falange, su historia y su doctrina, no sería la misma de no haber existido ese hombre difícil, exigente, exacto y metódico que hizo del rigor en el estilo y de la coherencia ética en la doctrina su norma de conducta. 

Miguel Ángel Gimeno

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