martes, 16 de octubre de 2012

La tenora y la lira. Por Manuel Parra Celaya (diarioya.es)



A menudo, me preguntan amigos y familiares de otras regiones cuál es el «ambiente» que se vive en Cataluña; cuántos catalanes son en realidad separatistas y cuántos no; qué clima de presión o de opresión vivimos a diario dentro de las «fronteras» de nuestra Comunidad...

Me imagino que esperan respuestas exactas, casi de estadísticas de voto, y que imaginan que uno vive en una especie de «territorio comanche», con un policía lingüístico pegado a su sombra por si habla o no el catalán en privado (como José Mª Aznar).
Intento ser realista en mis respuestas, pero también ofrecer una imagen de cierta normalidad, toda la normalidad que puede darse, eso sí, en el seno de una sociedad minada por el particularismo, que decía Ortega, y en el que el Poder Central ha hecho tradicionalmente dejación de sus atribuciones por miras electorales.
Ese particularismo y no otro es el mal que aqueja a Cataluña, como igualmente aqueja, en mayor o menor medida, a otras regiones, grupos y sectores españoles, dentro de este invento o artefacto –«maquinaria» le llamaría Miguel de Cervantes– que se dio en denominar Estado de las Autonomías.
Empiezo afirmando que lo que existe es un problema español y, dentro de él, un «problema catalán», que puede adquirir tonos de más o menos virulencia. El problema español al que me refiero no es otro que aquel que fue definido por José Antonio Primo de Rivera con estas palabras:
Se dijera que pesa sobre nuestra Patria la maldición de no llegar a ser una realidad perfilada y establecida, sino un perpetuo proyecto de realidad, siempre en período de borrador inseguro. (FE. 26-4-34)

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Sobre Santiago Carrillo

(Por su interés reproducimos el artículo publicado por César Vidal. Que la biografía sobre José Antonio de este autor no haga justicia al fundador de Falange Española, no impide que coincidamos con otras opiniones del mismo. Por ejemplo las que se recogen en el siguiente texto).

Pequeño saquete de maldades

César Vidal





De esa manera calificó Felipe González a Santiago Carrillo en aquellos años de la Transición tan idealizados, y que con sus polvos nos trajeron los lodos en que ahora estamos enfangados. Felipe González, por supuesto, menospreciaba al adversario y, en especial, mostraba su resentimiento consustancial hacia alguien que le podía haber causado un daño enorme.
Carrillo procedía del PSOE, donde había entrado bajo los auspicios de su padre, Wenceslao, un socialista histórico, y de Largo Caballero, el Lenin español. Sin embargo, el joven Santiago se percató desde muy pronto de que aquel PSOE no iría muy lejos en el camino de la revolución proletaria. En 1934, el retrato que aparecía, lustroso y revelador, en el despacho de Carrillo no era otro que el de Stalin, el hombre que modelaría su vida. Cuando, en octubre de ese año, el PSOE, apoyado en los nacionalistas catalanes, se alzó en armas contra el Gobierno de la República, Carrillo se hallaba entre los golpistas, pero no dio –según contaron sus compañeros de filas– muestras de valor físico. Incluso alguno se atrevió a acusarlo de haber sufrido descomposición intestinal. Fuera como fuese, Carrillo corrió a esconderse, pero acabó dando con sus huesos, brevemente, en la cárcel. Salió con la victoria del Frente Popular, y a esas alturas ya era un submarino del PCE que procedió a unificar las juventudes socialistas y comunistas bajo el control de Moscú.
De su paso por la guerra, su camarada Líster diría que "nunca asomó la gaita por un frente". Era cierto, pero no fue la suya la labor típica del emboscado. Por el contrario, convertido en el equivalente al ministro del Interior de la Junta de Madrid, llevó a cabo las matanzas de Paracuellos. El tema es discutido aún por algún apologista de la izquierda, pero hace años que Dimitrov y Stepanov zanjaron la cuestión atribuyendo directamente a Carrillo el mérito de las matanzas masivas en la retaguardia. Tampoco él lo ocultó durante años. Carlos Semprún refirió al autor de estas líneas cómo Carrillo reconocía en privado que los asesinatos en masa se habían debido a sus órdenes, aunque lo hacía sin jactancia, explicando que la guerra era así.
Cuando concluyó el conflicto, Carrillo formaba parte de los comunistas fanatizados aún creían en que Stalin descendería como deus ex machinapara arrebatar el triunfo militar a Franco. Con el despiste de no comprender lo sucedido y el ansia de ajustar las cuentas a todos, escribió una carta memorable a su padre, uno de los alzados contra Negrín en el golpe de estado de Casado, carta en la que renegaba de su condición de hijo y afirmaba que, de estar en su mano, lo mataría. Su progenitor le envió una respuesta que haría llorar a las piedras, disculpando a Carrillo y atribuyendo el episodio a Stalin. Los comunistas se habían batido como nadie contra Franco, pero, a la sazón, no pasaban de ser un montón de juguetes rotos, niños de la guerra incluidos. Stalin colocó a Pasionaria al frente del PCE, más por su servilismo que por su inexistente talento; a un desengañado Díaz se lo quitó de en medio en un episodio que nunca se supo si era suicidio o asesinato, y comenzó a buscar a alguien totalmente desprovisto de escrúpulos para encabezar el PCE futuro.
A Carrillo le tocó la lotería del dictador georgiano simplemente porque reunía todas las cualidades: amoralidad, ausencia de afectos naturales, sumisión absoluta a Moscú, disposición a derramar sangre si así se le ordenaba... Décadas después, tras un programa de televisión en que participamos ambos, Jorge Semprún me diría que Carrillo era el único superviviente de aquella generación y que se iría con sus secretos a la tumba. No se equivocó. A cambio de ser el que tuviera las riendas del poder, Carrillo firmó un pacto absolutamente fáustico con Stalin en el que la sangre la pusieron otros.
Antes de acabar la guerra mundial, Carrillo desencadenó la estúpida operación de conquista del valle de Arán pensando que podría lograr en España lo que el PCI había conseguido en Italia o el PCF pretendía conseguir en Francia. Pero Carrillo no era Togliatti y las hazañas se limitaron a fusilar a unos pocos párrocos indefensos y a llamar a la sublevación armada a unas poblaciones hartas de guerra. El fracaso, a la staliniana, tenía que contar con responsables que cargaran con él como adecuados Cirineos. Así fue. Carrillo ordenó el asesinato de los presuntos culpables del desastre a manos de sus propios camaradas. Repetiría esa conducta una y otra vez, infamando a camaradas entregados como Quiñones o Comorera simplemente para que quedara claro que él no se equivocaba y que si los resultados no eran los esperados se debía a los traidores infiltrados. Y, sin embargo, ¿quién sabe? Carrillo y sus seguidores cercanos eran tan obtusos que, quizá, en lugar de chivos expiatorios de la ambición, las víctimas sólo fueron las paganas de la roma mentalidad de los comunistas. Así, nunca se sabrá si Grimau cayó en manos de la policía franquista porque Carrillo deseaba deshacerse de él o simplemente porque el PCE no daba más de sí.
La invasión de Checoslovaquia por los tanques soviéticos enfrentó a Carrillo por vez primera con unas bases que no veían bien cómo legitimar una acción así simplemente porque derivara de las órdenes de Moscú. Apoyándose en Claudín, antiguo compañero de la guerra, y Semprún, el intelectual del PCE por eso de que, al menos, sabía idiomas, Carrillo adelantó las líneas maestras de una cierta renovación ideológica –no mucha– dentro del PCE. Semejante paso no significaba ni que fuera más flexible ni que tuviera intención de ceder el poder. En una secuencia extraordinaria de ¡Viva la clase media!, un José Luis Garci actor ponía de manifiesto cómo todos los activistas del PCE en España eran, a fin de cuentas, cuatro y el de la vietnamita, y la famosa huelga general pacífica que derribaría a Franco no pasaba de ser un delirio basado en el desconocimiento de la España que se pensaba redimir. Eran como los testigos de Jehová a la espera del fin del mundo, sólo que ellos esperaban que el paraíso vendría por la acción de unas masas entregadas al fútbol y a la televisión.
En un intento de cambiar el rumbo porque era obvio que Franco se iba a morir en la cama, Claudín y Semprún realizaron un nuevo análisis marxista de lo que sucedía. Carrillo hizo que los expulsaran del PCE tras una tormentosa reunión celebrada –y grabada– en el este de Europa, y en la que tuvieron que escuchar cómo Pasionaria, que sabía leer y escribir lo justito, los calificaba, a ellos, cabezas pensantes del partido, de "cabezas de chorlito". En adelante, Carrillo –retratado magníficamente en laAutobiografía de Federico Sánchez de Semprún– se dedicó a esperar el "hecho biológico" de la muerte de Franco mientras disfrutaba de la sofisticada hospitalidad de dictadores como Ceausescu e intentaba que los prosoviéticos como Ignacio Gallego o Julio Anguita –al que con muy mala baba calificó de "compañero de viaje"– no le estropearan el festín.
De regreso a España, soñó –nunca mejor dicho– con llegar a un "pacto histórico" con Suárez que le permitiera convertir al PCE en la fuerza hegemónica de la izquierda. Pero la España de los setenta no era la Italia de los cuarenta. Estados Unidos decidió que la izquierda fetén no podía ser un PCE que propalaba un eurocomunismo cocinado en las zahúrdas del KGB y, a través de Alemania, se dedicó a financiar al PSOE de un joven abogado sevillano que respondía al nombre clandestino de Isidoro.
En su intento por lograr lo imposible y además por someter el PCE a su control stalinista, Carrillo sólo consiguió soliviantar a unos militantes del interior que, más allá del mito, encontraron totalmente insoportables a los comunistas regresados. En los años siguientes, aquellos comunistas se pasarían en masa al PSOE y al nacionalismo catalán –en ocasiones, a ambos–, buscando una iglesia más sólida y caritativa que la comunista.
Las derrotas electorales –la testarudez de los hechos que decía Lenin– obligaron a Carrillo a abandonar la Secretaría General de un PCE ya destruido –¡gracias de parte de todos los demócratas, Santiago!– mucho antes de que se desplomara el Muro de Berlín. Amagó con regresar al PSOE, insistió en que era comunista hasta la muerte y, por encima de todo, sufrió la conversión en espectro sin haber muerto. Ese fantasma, solo o en compañía de personajes emblemáticos de la izquierda como Leire Pajín, siguió apareciendo como quejumbroso contertulio de radios y engañador en memorias que, en la época de ZP, apoyó desde el pacto con los terroristas hasta la ley de memoria histórica, seguramente soñando con ganar de una vez las mil y una batallas que perdió a lo largo de su dilatada vida.
Al final, como señaló Solzhenitsyn en las páginas de conclusión dePabellón de cáncer, desapareció de la Historia. Por desgracia, como también señaló el disidente ruso, lo hizo después de haber causado la desgracia de millares de personas.

El ejemplo del pueblo de Ricote


(imagen tomada de tvhoy.com)

Los vecinos de la localidad murciana de Ricote, mayoritariamente, han expresado su deseo de mantener el nombre de la Calle José Antonio Primo de Rivera.
El alcalde de este pueblo se ha mostrado sensible al deseo de sus vecinos y al de otros muchos españoles que durante estos días, le hicieron llegar sus peticiones en el mismo sentido.
La Fundación José Antonio Primo de Rivera, que también tuvo oportunidad de dirigirse al Sr. Alcalde, expresa su satisfacción por esta decisión.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Carta al alcalde de Ricote

(En apoyo a la mayoría de los vecinos de Ricote -Murcia- que desean mantener el nombre de José Antonio para una de sus calles, el Sr. Alcalde de la localidad está recibiendo numerosas cartas y correos electrónicos. De entre las que hemos tenido conocimiento reproducimos esta por su extraordinario valor testimonial y deseo de reconciliación definitiva entre españoles compartido por la Fundación José Antonio).



(Fotografía tomada del diario La Verdad de Murcia. Vecina colocando una pancarta en apoyo de la Calle José Antonio)

Sr. Alcalde de Ricote. Murcia:

 Con el debido... y mayor respeto, me dirijo a usted para rogarle que atienda a la mayoría del pueblo de Ricote que desea que perdure el nombre de la calle Jose Antonio.
Si Usted me lo permite, Sr. Alcalde, le diré... - con todos mis respetos- que la guerra que tanto mal hizo a los españoles, va para la cuarta generacuión que acabó, y pienso que ya es hora de que, respetando nuestras diferentes formas de pensar, nos demos la manos, unos y otros sobre todo, porque son poquísimos los que quedan ya de aquellos que, un día, cubrieron de sagre el suelo de España. 
Sr. Alcalde: Verdad es que se cometieron muchas barbaridades por ambas partes contendientes, pero creo que lo peor no fue lo que hicieran unos y otros; lo peor es el odio que engendró entre los diferentes bandos contendientes y que ALGUNOS, hoy día, tratan de mantener vivo...  por vaya usted a saber que razonamientos.
Verdad es que hubo muchas víctimas inocentes, viudas y huérfanos... y no cuento a aquellos que cogió en medio de la vorágine de los terribles acontecimientos... de entre los que está, la Persona  que da nombre a la calle que Usted quiere borrar.
Sr. Alcalde: El que le ruega que atienda a los vecinos que quieren que perdure el nombre de esa calle, es hoy un anciano de ochenta y un años, que perdió a su padre defendiendo la República; un tío y un hermano, como falangistas y a su madre de pena y dolor por la pérdida de un hijo y el hombre de su vida. Este anciano, conoció los fusilamientos que hicieran los Unos y lo Otros... y un sin fin de barbaridades, cada cual, de las más execrables. A este anciano Sr. Alcalde, le costó mucho ver que lo peor no es la guerra y sus secuelas, sino el odio que queda entre padres, hijos y hermanos.
¿No cree Usted Señor Alcalde que, es hora ya de que, si no hay olvido... haya al menos perdón? ¿No cree que es hora de que, por el bien común, aceptemos lo bueno que nos una y respetemos las diferentes formas de pensar de los demás?
A usted, Sr. Alcalde, le supongo un hombre joven político instruído, con la suficiente capacidad de razonamiento para entender que hoy día, las gentes quieren paz, justicia y progreso.
Por respeto a esa minoría, Sr. Alcalde, que desea que perdure el nombre de Aquel... que también fue un mártir de la barbarie, y para que se vaya borrando el odio, deje el nombre de la calle tal como está.
Mis respetoshacia Usted y mi agradecimiento si leyó mi súplica.

Fdo.: Francisco Sánchez Trigo.

sábado, 18 de agosto de 2012

Carta del Presidente de la FJA al Sr. Alcalde de Ricote (Murcia)


D. Celedonio Martínez
Alcalde de Ricote
30610 Ricote (Murcia)


Estimado D. Celedonio Martínez:
Me he enterado que, como alcalde de Ricote, ha aprobado recientemente en el Pleno Municipal la supresión del nombre «José Antonio» de una calle de su localidad. Como al parecer la decisión se ha tomado contra la voluntad de los vecinos de esa calle, alega usted en su disculpa que, a tan valerosa y arriesgada acción, le obliga la aplicación de la Ley de Memoria Histórica encaminada a eliminar símbolos y nombres que tenga que ver con el franquismo. Pero si acudimos al texto de la Ley nos encontramos:
Primero: Que su Exposición de Motivos se abre con la siguiente declaración: «El espíritu de reconciliación y concordia, y de respeto al pluralismo y a la defensa pacífica de todas las ideas, que guió la Transición, nos permitió dotarnos de una Constitución, la de 1978, que tradujo jurídicamente esa voluntad de reencuentro de los españoles, articulando un Estado social y democrático de derecho con clara vocación integradora».
Y en su párrafo quinto añade: «Es la hora, así, de que la democracia española y las generaciones vivas que hoy disfrutan de ella honren y recuperen para siempre a todos los que directamente padecieron las injusticias y agravios producidos, por unos u otros motivos políticos o ideológicos o de creencias religiosas, en aquellos dolorosos períodos de nuestra historia. Desde luego, a quienes perdieron la vida».
Y en su penúltimo párrafo se inicia: «En definitiva, la presente Ley quiere contribuir a cerrar heridas todavía abiertas en los españoles y a dar satisfacción a los ciudadanos que sufrieron, directamente o en la persona de sus familiares, las consecuencias de la tragedia de la Guerra Civil o de la represión de la Dictadura».
Segundo: Que en su artículo 1.1. dice«La presente Ley tiene por objeto reconocer y ampliar derechos a favor de quienes padecieron persecución o violencia, por razones políticas, ideológicas, o de creencia religiosa, durante la Guerra Civil y la Dictadura, promover su reparación moral y la recuperación de su memoria personal y familiar, y adoptar medidas complementarias destinadas a suprimir elementos de división entre los ciudadanos, todo ello con el fin de fomentar la cohesión y solidaridad entre las diversas generaciones de españoles en torno a los principios, valores y libertades constitucionales».
Tercero: Que en su artículo 2. 1. dice: «Como expresión del derecho de todos los ciudadanos a la reparación moral y a la recuperación de su memoria personal y familiar, se reconoce y declara el carácter radicalmente injusto de todas las condenas, sanciones y cualesquiera formas de violencia personal producidas por razones políticas, ideológicas o de creencia religiosa, durante la Guerra Civil, así como las sufridas por las mismas causas durante la Dictadura».
Cuarto: Que en su artículo 3.1. dice: «Se declara la ilegitimidad de los tribunales, jurados y cualesquiera otros órganos penales o administrativos que, durante la Guerra Civil, se hubieran constituido para imponer, por motivos políticos, ideológicos o de creencia religiosa, condenas o sanciones de carácter personal, así como la de sus resoluciones».
Parece pues obvio que una Ley que se inicia invocando el espíritu de reconciliación y concordia, y de respeto al pluralismo y a la defensa pacífica de todas las ideas, y que consagra todo lo anterior, no debiera alegarse precisamente contra quien fue condenado por un «Tribunal Popular», fusilado por sus ideas políticas un 20 de noviembre de 1936,y que en su testamento, pocas horas antes de su muerte, escribiera: «Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas calidades entrañables, la patria, el pan y la justicia... Perdono con toda el alma a cuantos me hayan podido dañar u ofender, sin ninguna excepción, y ruego que me perdonen todos aquellos a quienes deba la reparación de algún agravio grande o chico».
Quizás usted, D. Celedonio, como tantos otros, sólo conoce de la Ley su artículo 15. 1, que bajo el título «Símbolos y monumentos públicos» se dedica a «la retirada de escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativas de exaltación, personal o colectiva, de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la represión de la Dictadura». Pero a menos que se posea una mente gravemente mermada para el desarrollo de los mínimos principios de la lógica, concluir que el solo nombre de José Antonio rotulando una calle, encierra y evoca en sí algún acto de exaltación al odio y al enfrentamiento entre españoles, únicamente encontraría explicación si se interpretase influido por una ignorancia supina sobre el personaje o, lo que es peor, fruto de un odio irracional que contradice frontalmente el pretendido espíritu de reconciliación  y concordia de la Ley.
Rectifique D. Celedonio, e infórmese objetivamente sobre la biografía de José Antonio, manteniendo su nombre en la calle. Que eso sí que será un signo de reconciliación y concordia, no sólo con la memoria histórica, sino con la verdad y la justicia de la Historia.
Cordialmente,
José Garate

martes, 14 de agosto de 2012

La «heroicidad» de los etarras (Por Miguel Ángel Loma)


Javier Rupérez firmaba este 25 de julio una Tercera titulada «Mi amigo Gregorio», donde recordaba muy cariñosamente al fallecido Peces Barba, con quien, a mediados de los sesenta del pasado siglo, compartiera ideología demócrata cristiana bajo la batuta de Joaquín Ruiz Jiménez. Por la amistad forjada en aquella época, se comprenden los múltiples elogios que el embajador repartía hacia el recién desaparecido, que más tarde se convirtiera en su adversario político desde el PSOE, donde Peces fue derivando progresivamente hacia posiciones de marcado sesgo anticristiano.
Sin embargo, cuesta comprender lo que escribía Rupérez al recordar aquellos años cuando su amigo defendía como abogado a etarras: «Todavía tengo en la memoria la activa participación de Gregorio... en la defensa de los terroristas de ETA, juzgados, condenados, y más tarde amnistiados en el llamado proceso de Burgos, cuando la violencia vasca estaba todavía teñida de la heroicidad que le otorgaba luchar contra la dictadura». Pese a que previamente mencionase a «los terroristas de ETA», ¡cuánto chirría encontrar expresiones como «heroicidad» e incluso la genérica y aséptica de «violencia vasca», en un fervoroso demócrata cristiano al referirse a los cobardes y criminales actos de los etarras! Esta confesada comprensión y disculpa hacia los terroristas etarras en aquellos años, no ya desde la izquierda, sino desde un ámbito demócrata cristiano, explica la larga vida del terrorismo separatista, la grave defección de gran parte de la Iglesia en el país vasco, y lo incoherente que puede resultar actuar en política bajo un apellido tan comprometido como el de cristiano.

domingo, 5 de agosto de 2012

Película Ispansi (Españoles





SINOPSIS


Poco después de estallar la Guerra Civil española, la República envió a 3.000 niños a Rusia para protegerlos de los bombardeos de los nacionales. Los primeros en salir fueron los niños de los orfanatos. Beatriz, hija de una acaudalada familia de derechas, cuyo padre y hermano eran falangistas, se quedó embarazada de un hombre que se negó a casarse con ella y decidió ocultar a su hijo en un orfanato de Madrid. Al enterarse del inminente viaje del niño a Rusia, roba los documentos de identidad de una republicana muerta (Paula) y se ofrece como voluntaria para cuidar a los niños. Emprenderá así un viaje terrible, rodeada de enemigos, y a miles de kilómetros de su país y de su mundo. En junio del 41, Hitler invadió Rusia. La continua llegada de tropas de refresco para la defensa de Moscú entorpece una y otra vez el viaje de los españoles. En una de estas paradas se les une Álvaro, un comisario político del Partido Comunista de España. (FILMAFFINITY)


CRÍTICAS



"Una metáfora de la concordia y armonía entre dos bandos incompatibles (...) la puesta en escena es aún más voluntariosa que su idea conciliadora y los retratos que hace son, aunque comunes, fuertes y eficaces. (...) Puntuación: *** (sobre 5)" (E. Rodríguez Marchante: Diario ABC) 
----------------------------------------
"Una historia sin malos ni buenos, sin vencedores ni vencidos, tan llena de personajes grises que pierde interés en el primer viaje en tren. (...) Puntuación: ** (sobre 5)" (Irene Crespo: Cinemanía)