Javier Rupérez firmaba este 25 de julio una Tercera
titulada «Mi amigo Gregorio», donde recordaba muy cariñosamente al fallecido
Peces Barba, con quien, a mediados de los sesenta del pasado siglo, compartiera
ideología demócrata cristiana bajo la batuta de Joaquín Ruiz Jiménez. Por la
amistad forjada en aquella época, se comprenden los múltiples elogios que el
embajador repartía hacia el recién desaparecido, que más tarde se convirtiera
en su adversario político desde el PSOE, donde Peces fue derivando progresivamente
hacia posiciones de marcado sesgo anticristiano.
Sin embargo, cuesta comprender lo que escribía Rupérez al
recordar aquellos años cuando su amigo defendía como abogado a etarras:
«Todavía tengo en la memoria la activa participación de Gregorio... en la
defensa de los terroristas de ETA, juzgados, condenados, y más tarde
amnistiados en el llamado proceso de Burgos, cuando la violencia vasca estaba
todavía teñida de la heroicidad que le otorgaba luchar contra la dictadura».
Pese a que previamente mencionase a «los terroristas de ETA», ¡cuánto chirría
encontrar expresiones como «heroicidad» e incluso la genérica y aséptica de
«violencia vasca», en un fervoroso demócrata cristiano al referirse a los
cobardes y criminales actos de los etarras! Esta confesada comprensión y
disculpa hacia los terroristas etarras en aquellos años, no ya desde la
izquierda, sino desde un ámbito demócrata cristiano, explica la larga vida del
terrorismo separatista, la grave defección de gran parte de la Iglesia en el
país vasco, y lo incoherente que puede resultar actuar en política bajo un
apellido tan comprometido como el de cristiano.
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