(Texto compilatorio de los artículos: LEOPOLDO PANERO, LA VERDAD EN PERSONA; PABLO NERUDA Y LEOPOLDO PANERO: POETAS DE DOS MUNDOS DISTINTOS y FELICIDAD BLANC)
LEOPOLDO PANERO, LA VERDAD EN PERSONA
En una carta que Unamuno escribió a
Leopoldo Alas Clarín al comenzar el
siglo pasado le decía que al morir
quisiera que se dijese de él «¡fue todo un poeta!»[1].
También escribió que «el poeta es el que nos da todo un mundo personalizado, el
mundo entero hecho hombre, el verbo hecho mundo»[2].
El mismo Unamuno que si tiene alguna
coincidencia con Panero es «de actitud religiosa, pero no poética», nos dice
Luis Felipe Vivanco[3]. Pues bien, Leopoldo Panero fue todo un poeta y la clave de su poesía
su amigo Luis Rosales la definió «como un nuevo
humanismo»[4], que nació un 17 de octubre de 1909 en Astorga – muy cerca de la
catedral y del palacio episcopal, la obra que diseñara Antonio Gaudí–, y que
apareció en el panorama poético español en el año 1928 cuando aún no había
terminado su carrera de derecho y que después ampliaría sus conocimientos
estudiando lengua y literatura francesa en las Universidades de Tours y
Poitiers, así como lengua y literatura inglesa en la Universidad de
Cambridge. Algunos dicen de él que tuvo la buen y la mala suerte de pertenecer
a la generación de 1936. La mala porque venía detrás de la de 1927; y la
buena «porque vivió una época en la que
era fácil replegarse hacia el culto de la belleza pura»[5]. En el momento presente se encuentra en una discreta penumbra, aunque
también es cierto que al cumplirse el cuarenta aniversario de su muerte su obra
ha sido revisada en el mundo académico con dos cursos universitarios realizados
en Astorga por la Fundación
de Universidades de Castilla y León, y por la Universidad de La Laguna con la presentación
del poemario De Astorga y el poeta, de
Javier de la Rosa. Sin
embargo, el poeta Carlos Bousoño, en el 25 aniversario de la muerte de Panero,
ya denunciaba la injusticia, no generalizada lógicamente, con que sus versos
eran vistos en aquellos momentos «por algunas personas aficionadas a la poesía
a causa de los elementos ideológicos que tales versos encierran, tan opuestos a
lo que en el momento actual demandamos muchos españoles».[6]
Los Panero en Astorga –nos dice su
pariente y amigo Ricardo Gullón– eran toda una institución. La confitería
fundada por Juan Panero, abuelo del poeta, era algo así como el punto de cita y
reunión de mucha gente en Astorga. Juan Panero, casado con Niceta Núñez,
llegaron a tener dieciséis hijos, de los que el padre del poeta, Moisés, haría
el número tres. Éste se casaría con Máxima Torbado de carácter entero y caridad
incesante. Tuvieron seis hijos, cuatro chicas de la que una de ellas moriría de
muy joven, y dos varones, Juan y Lepoldo. Éste haría el número tres, detrás de
una chica y de Juan que fallecería en un accidente de automóvil el 7 de agosto de 1937 y que repitiendo a
Miguel Hernández en su elegía primera a Federico García Lorca: Muere un poeta y la creación se siente /
herida y moribunda en las entrañas. / Un cósmico temblor de escalofríos / mueve
temiblemente las montañas... Efectivamente, fue Juan Panero un buen poeta,
un profundo y delicado poeta que había labrado una poesía de amoroso
misticismo, en palabras de Luis Felipe Vivanco[7],
y que ya era conocida cuando empieza a publicar su hermano Leopoldo. Tres años
después de su trágica muerte, la revista falangista Escorial[8] divulgaría de él cinco sonetos y dos poemas amorosos:
Yo quisiera recordarte que
el amor es eterno,
y que es sólo la muerte
quien le unge de Gracia y lo colma
de paz en la paz de los cielos.
No extrañes mis palabras,
transidas de nombrarte:
sólo la carne es muerte;
pero cumplo un deber suscitando
en tu sangre la inocencia
del tiempo
y complazco el instante
soñado con tu nombre
en que me has de cerrar
con dulzura los párpados
Leopoldo Panero se vio muy afectado por la
inesperada muerte de su hermano –«en acto de servicio», la calificó la revista Escorial– . Un año más joven que Juan,
Leopoldo dedicaría a su hermano un poema lleno de dolor donde recuerda en sus
estrofas y canto en sus palabras la infancia y adolescencia de ellos dos «en
las campesinas llanuras, aleteantes de chopos y ensombrecidas de encinas que
circundan Astorga, y más tarde nuestra estancia como internos en un colegio de
San Sebastián, tan melancólicamente lejos de nuestra luz nativa, pegado el oído
al sordo ruido de las olas y empapado el pensamiento de ausencia desde las
cumbres del monte Ulía, donde tantas horas nuestras transcurrieron para
siempre, caídas en la luz de sus valles»[10]. Y he aquí los tres primeros versos:
A ti, Juan Panero, mi hermano
mi compañero y mucho más;
a ti tan dulce y tan cercano;
a ti para siempre jamás.
A ti que fuiste reciamente
hecho de dolor como el roble;
siempre pura y alta la frente,
y la mirada limpia y noble;
a ti nacido en la
costumbre
de ser bueno como la encina;
de ser como el agua en la cumbre,
que alegra el cauce y lo ilumina...[11]
La guerra estaba dejando una fuerte
impresión en la familia Panero. El poeta «en la época del segundo bienio
republicano, después de la revolución de octubre, había tenido refugiado en su
casa a César Vallejo[12]. Él, su padre y su hermano Juan
eran republicanos y, por añadidura, los dos últimos habían colaborado en la
revista poética de Neruda Caballo verde
para la poesía. Era más que sobrado. Su padre y él estuvieron en la cárcel,
de donde los sacó, a duras penas, la energía y decisión de la madre, que acudió
a Salamanca en busca de valimientos familiares»[13]. Sin embargo, esta versión, que nos da Dionisio Ridruejo, no es del
todo coincidente con la que nos dan otros estudiosos del poeta. Al parecer el
20 de octubre de 1936 es detenido Leopoldo Panero y conducido a San Marcos, en
León, donde su vida podía correr la misma suerte que la que corrió García Lorca
en Granada. Es el ya citado pariente Ricardo Gullón quien nos dice que a
Leopoldo le acusaban en Astorga de pertenecer al Socorro Rojo y de haber
estado, durante su estancia en Inglaterra, al servicio de la citada
organización:
Pruebas
no había, pero nadie ignoraba que en circunstancias como aquellas la acusación
hacía fe por el mero hecho de formularse y al presunto culpable incumbía
demostrar su inocencia, si se le daba tiempo y ocasión para hacerlo. La madre
guardaba cartas y lamentándose de que siempre andaba escaso de fondos.
Conservaba recibos de los giros que le fueron enviando a Inglaterra. Provista
de éstos y otros papeles y provista, sobre todo, de la voluntad de salvar a su
hijo, marchó a Salamanca convencida de que únicamente del centro del poder
podían salir las órdenes salvadoras. Visitó a Unamuno y le pidió que
interviniese a favor de Leopoldo declarando cuáles eran sus actividades en
Inglaterra y quiénes sus amigos. «Haré cuanto sea preciso», prometió don
Miguel, «pero cuanto yo diga y haga puede perjudicarle en vez de ayudarle». La
palabra del viejo maestro, aislado, condenado a soledad y silencio, no era
ciertamente la más apropiada para garantizar conductas políticas. Una segunda
visita, ésta a doña Carmen Polo, esposa del General Franco y pariente lejana de
los Torbado, trajo la solución. A Franco no era posible hablarle en aquel
momento, pero la señora recibió amablemente a la madre angustiada, la escuchó,
examinó los papeles que llevaba y le dijo: «Paco está en una junta con los
generales, pero yo le informaré del asunto». Sin duda su intervención fue
eficaz, pues no tardó en recibirse en León orden de no proceder contra
Leopoldo.[14]
La
que llegaría a ser su mujer, Felicidad Blanc, nos da su versión que no difiere
mucho de la de Gullón porque dice:
En Salamanca va primero a
ver a don Miguel de Unamuno; piensa que el testimonio del rector de la Universidad puede
aclarar la conducta de Leopoldo en Cambridge, se le acusa de marxismo por su
amistad Ilia Ehrenburg y otros intelectuales marxistas. Mi suegra gustaba de
recordar aquella conversación con don Miguel. Unamuno la recibió muy atento;
estaba con una de sus hijas. Le dijo: «No hay nada que yo pueda hacer, no tengo
ya ninguna fuerza en esta ciudad; yo mismo estoy enclaustrado y vigilado». Y le
explicó lo que había pasado, lo que él había dicho: «Vencerías, pero no
convenceréis».
De la casa de don Miguel se
dirige al Cuartel General. Carmen era prima lejana de mi suegra, en su juventud
se había tratado superficialmente. La mujer de Franco la recibe y mi suegra le
cuenta lo que sucede: la absurda situación de su hijo, una persona pacífica que
nunca se ha metido en nada. Carmen Polo le dice que su marido está en una
reunión, pero le promete que, en cuanto termine, hablará con él y se dará orden
de que lo suelten [15].
Efectivamente, el 18 de noviembre fue puesto en libertad y retornó de
nuevo a su casa de Astorga donde la familia decidió que se incorporase en el
ejército y un pariente lejano, Miguel Arredondo, le incorporó en su unidad. De
esta manera se terminaron los momentos de angustia y zozobra por los que toda
la familia estaba pasando hasta que llegó la muerte de su hermano Juan, al que
ya nos hemos referido. Terminada la guerra, parte de la familia se instala
durante largas temporadas en Madrid donde el poeta coincidiría en la tertulia
del Lyon, entre otros, con Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Gerardo Diego,
tertulia que se fundiría más tarde con la de Manuel Machado. Y lentamente
retornaron las costumbres de siempre.
(Jardín de la entrada. Casa Panero, Astorga -León-)
Un día Manuel Machado tiene la idea de
establecer una academia literaria o más bien una especie de tertulia literaria
que llevaría el nombre de Musa Musae. En la tercera reunión,
Panero se reveló como poeta. Fue en el mes de abril de 1940 en el Museo de Arte
Moderno y que dirigía el poeta sevillano Eduardo Llosent. Con voz grave,
Leopoldo Panero dijo el romance a Joaquina Márquez, el amor del poeta que había
conocido en Guadarrama y que fallecería poco después:
¡Dejad que llene mis manos
de nieve para tocarla!
¡Dejad que sienta la
muerte
como la lluvia en la cara!
Dejad la muerte conmigo;
la muerte rota en el alma.
Dejad volar mi alegría.
Poema del amor perdido en un sanatorio
donde ambos, enfermos, habían coincidido. Le seguiría después Tierra del corazón, notándose en este
poema la presencia del hermano perdido, y otros a la gótica catedral de León.
Para terminar, un largo poema de amor, del nuevo amor que por aquellos días
ocupaba un lugar preferente en su corazón. Era, como dijimos, Felicidad Blanc,
escritora, con la que se casaría más tarde y que según Mercedes Formica, que la
conoció antes de la guerra, «era la muchacha más bella de Madrid y vivía en una
bonita casa de los bulevares rodeada de jardines y de cierto misterio».[17]
(Lápida de la Calle de Leopoldo Panero, Astorga -León-)
A
partir de aquí, Leopoldo Panero ocuparía varios cargos oficiales: Sería
director con carácter provisional del Instituto de España en Londres donde al
mismo tiempo existía otro Instituto de España, el de los republicanos que
dirigía un pariente de Leopoldo, Pablo Azcárate, con quien siempre mantuvo
buenas relaciones; director de la revista Correo
literario; secretario general permanente de las Bienales Hispanoamericanas
de Arte de Madrid, La Habana
y Barcelona; miembro de gobierno del Instituto de Cultura Hispana y director
del departamento de cooperación intelectual de dicho organismo; secretario
general del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, etc.
En el semanario El Español publica en 1942 un artículo dedicado a Miguel de
Unamuno, del que era gran admirador y cuyo espíritu rebelde la impresionó. Lo
tituló El paisaje salmantino en la poesía
de Unamuno. «El poeta está sintiendo la belleza, la unidad en la belleza
del paisaje, que le llena de sosiego y le aduerme en la contemplación de su
hermosura y dice: Con la ciudad enfrente
me hallo solo / y Dios entero / respira entre ella y yo toda su gloria. Y
al final de su poema, como un último latido desamparado, irrumpe la duda
agónica, la duda y el ansia personal de don Miguel, que siente removido en el
fondo de su pecho el foso de su tristeza, como un niño ciego, y la ceniza de su
condición humana arrastrada por el remolino interior de su profunda soledad: Y ahora dime Señor, dime al oído: / tanta
hermosura, / ¿matará nuestra muerte?»[18]. Anteriormente ya le había dedicado otro artículo, en noviembre de
1931, en el diario El Sol, que
recogen sus Obras completas: «En
Miguel de Unamuno, el mismo eco de sus pasos ardientes levanta batallas en la
paz. Sí; lo poético lleva en su alma, en su belleza, la propia y pura razón de
vida».[19]
La soledad de la que nos habla Unamuno es
la misma en la que se encuentra nuestro poeta. Hay quien opina que el hombre
quiéralo o no, ha nacido para la soledad. También hay quien llega más allá y
dice que el hombre «debe estar solo, si quiere encontrarse a sí mismo»[20]. Es muy posible que esto sea lo que buscaba Panero, sobre todo cuando
pierde a algún ser querido. Y aunque el
poeta había sido agnóstico durante toda su juventud, abdicaría más tarde de su
agnosticismo y viviría el resto de su vida dentro de la religión católica;
ahora quiere hacer partícipe a Dios de su soledad por eso escribe estas bellas
palabras:
Estoy solo, Señor, en la ribera
reverberante de dolor. Las nubes
se espacían, vastas, grises, mar adentro.
Entre el salado, vaho de los pinos
la luz en estupor de la distancia,
lo mismo que un barranco. Estoy yo solo.
Estoy solo, Señor. Respiro a ciegas
el olor virginal de Tu palabra.
Y empiezo a comprender mi propia muerte
mi angustia original, mi dios salobre.
Crédulamente miro cada día
crecer la soledad tras las
montañas.[21]
El concepto de poesía de Leopoldo Panero
se parece mucho al de Miguel de Unamuno y Antonio Machado, poeta éste que más
influyó en su obra, según palabras del propio Panero. «Para él como para ellos,
poesía era primeramente una revelación del poeta y una iluminación de las
condiciones humanas conseguida por medio de la contemplación personal, siempre
en la dimensión solidaria»[22] . Lo mismo que había hecho con Unamuno, Panero escribió otro artículo en
El Sol en 1931 donde nos habla de
Machado y que recogería sus Obras completas: «Antonio Machado deja siempre derretido y
fuerte al otro lado de los sensual su pecho dolorido, su sangre temblando; su
visión de la tierra, yerta y renacida, como soledad donde apenas una fuente
late, descansa vagamente rendida, sobre la propia existencia del ser, sobre el
hombre melancólico de su destino».[23]
Leopoldo Panero participa en la Corona de sonetos en honor de José Antonio Primo
de Rivera, junto con Ridruejo, Manuel Machado, Gerardo Diego, Rosales,
Vivanco, d’Ors, etc. Hay quien dice que el soneto de Panero fue «uno de los más
asépticos de la colección»[24];
sin embargo, a pesar de este juicio muy particular de quien lo emitió y también
de que es muy posible que Panero jamás tratara a José Antonio, hay quien cree
que la figura del fundador de Falange la «debió empezar a admirar después de su
muerte, tras la lectura de sus discursos y a consecuencia, sobre todo, de la
labor proselitista de algún viejo camarada»[25] como por ejemplo Rafael Sánchez Mazas, de quien nos dice la viuda del
poeta: «Rafael es un conversador maravilloso, habla de José Antonio y de los
recuerdos que conserva de él; alguna vez incluso nos ha leído alguna carta
suya, y es imposible oyéndole no sentir admiración por José Antonio. Quizá de
estas conversaciones quedara en Leopoldo esa admiración que se refleja más
tarde en el Canto personal».[26]
Canto personal. Carta personal a
Pablo Neruda, en contestación al Canto
general del poeta chileno fue una obra muy discutida por unos y por otros,
incluso objeto de las más malévolas descalificaciones. «Todavía los amigos
discutimos si Leopoldo hizo bien o hizo mal en acudir a la llamada, dejando
correr a su generoso corazón y atacando a un poeta temible por su fama...»,
escribía Antonio Tovar[27].
Carlos Bousoño, dice que en el Canto personal es «donde se halla lo
peor de nuestro poeta»[28].
Sin embargo, para Eugenio Montes el magnífico CP había venido a oponerse al
hueco palabrero y retórico Canto general de
Neruda. Hay más opiniones en un sentido y otro. De todas las maneras su Canto personal fue para algunos
motivado, entre otras cosas, por el insulto del poeta a Dámaso Alonso y Gerardo
Diego y nuestro poeta quiso salir en su defensa. Asimismo, por la indignación
que «al poeta astorgano le produjo el ataque del chileno a España»[29], «porque todo el poema de
Neruda es un insulto a España», nos dice Dionisio Ridruejo[30] que le dedicaría este poema: Ser
hombre y caminar pausadamante / besando con la luz de la tristeza / la casa, el
monte, el árbol, lo que empieza / a ser humano cuando queda ausente...[31]. Su mujer llega a reconocer también que el
libro fue distinto a su poesía anterior, muy polémico, incluso de difícil
interpretación que no le sirvió más que para colocarle en una situación
desairada, atacado por todos los flancos. Incluso por alguno de los que había
tratado de defender, en clara alusión a Dámaso Alonso. Y preguntaba: «¿Qué le
llevó a escribirlo? ¿El ataque de Neruda en Canto
general a amigos tan queridos como Dámaso Alonso y Gerardo Diego a los que
llama “hijos de perra”[32],
o sus injustas palabras contra José María de Cossío, que a Leopoldo le consta
que ayudó en todo lo posible a Miguel Hernández y al que Neruda acusa de todo
lo contrario? [...]. Pero sobre todo creo firmemente que en el fondo lo que
está es su arraigado amor a España»[33]. Y la mujer continúa: «Nunca me habló de ese libro, ni de las
desilusiones que la amistad le diera con ese motivo. Pero creo que contribuyó a
amargar los último años de Leopoldo, convirtiéndole en cierta medida en un ser
diferente». [34]
Pero es el propio poeta quien nos da su
punto de vista: «Los escribí –sostiene Panero– porque me sentí moralmente
obligado a hacerlo. Y tengo la absoluta seguridad de que si el propio Miguel
Hernández[35]
hubiese vivido, habría sido él quien escribiera una carta análoga a Neruda. En
el viaje que en el invierno de 1949 hice por América con Antonio de Zubiaurre,
Luis Rosales y Agustín de Foxá, tuvimos conciencia de la incomprensión que, en
ciertos sectores, existe todavía respecto de la realidad de España. Y Neruda,
usando para ello su prestigio de gran poeta, es uno de los que azuzan esa
incomprensión. Por eso creí necesario darle a Neruda, en un poema, algunas
nociones españolas que no se pueden olvidar».[36]
En otro momento vuelve a referirse a Pablo
Neruda. Es cuando la periodista Pilar Nervión haciéndose eco de las palabras de
Dionisio Ridruejo en el prólogo al libro Canto
personal que habla de los amigos muertos y de lo que para un cristiano
supone la pérdida de un semejante, de un hermano –en la muerte, en la locura,
en el odio o en la ruindad–, le pregunta: «¿Quiere decirnos qué amigos poetas
ha ido perdiendo usted en cada uno de esos dolorosos capítulos». Panero
responde:
– «En la muerte perdí a mi hermano, a
Federico García Lorca, a Miguel Hernández, a Vallejo y a Hidalgo. En el odio y
en la ruindad he perdido a Pablo Neruda. En la locura no me ha desaparecido
ninguno».[37]
Por otro lado, y a pesar de lo que nos
dice la mujer de Panero sobre Dámaso Alonso, éste afirma que Panero fue un poeta con una autenticidad entrañada y
una hondura rezumante, como quizá no la
haya en toda la poesía española de los últimos tiempos. Y añade –creemos que de
manera un tanto exagerada– que «en Leopoldo Panero tenemos la poesía de mayor
ternura humana que ha producido la literatura española moderna, y una de las
más tiernas de todas las épocas de nuestra cultura»[38].
(Pórtico exterior de la entrada a la Casa Panero, Astorga -León-)
El autor de Versos
del Guadarrama y Escrito a cada
instante, ganaría con su obra Canto
personal, en 1953, el premio 18 de
julio que le entregan en un brillante acto con asistencia del ministro
Raimundo Fernández-Cuesta que comenzó su discurso manifestando que la Falange ha buscado siempre
la inteligencia como motor de sus actos. Al referirse al poeta dijo, entre
otras cosas: «El Canto personal de
Panero, carta perdida a alguien que por su actitud sucia y rencorosa merece el
desprecio de cuantos hablan o escriben la limpia lengua castellana. Frente a la
poesía que destruye debe alzarse la poesía que promete, dijo quien incorporó a
la política un sentido poético»[39]. Por su parte, Leopoldo
Panero hizo referencia a que las palabras más hermosas del mundo son libertad y
poesía, y ambas se unen sin mentira en el nombre de José Antonio. Asimismo
señaló: «Si con la guerra marcharon de España media docena de excelentes y
genuinos poetas españoles, la cantera quedaba aquí, entre las encinas y los
surcos».[40]
El poeta
menciona en esta obra varias veces a José Antonio: La irrenunciable sed de José Antonio / era sed de unidad, porque en
Castilla, / la sed es patrimonio. Y también: La voz de José Antonio nos avisa / (a través del amor: con doloroso /
pensamiento de amor) que corre prisa. Recuerda en otro momento su paso por La Habana y al poeta cubano
José Julián Martí y de nuevo a José Antonio:
Mi voz se empapa dolorosamente
de Martí a José Antonio: ¡qué anatema,
qué atrocidad, ¿verdad?, tan fehaciente!
¡Qué dos rebeldes de la misma yema!
¡Qué dos esperanzados, roto el pecho!
¡Qué ejemplos juntos de visión suprema!
Martí es el José Antonio a tiempo hecho
(igual que un manantial de Dios alumbra),
y Cuba en Zaragoza tuvo techo.
Los dos murieron cuando el ser se encumbra
a firme madurez; y en flor cortados,
fundaron a su patria en su penumbra.
Porque no están los días acabados
de Martí y José Antonio, en el oficio
del tiempo, sino apenas iniciados...[41]
Hay otro momento que funde los nombres de
Federico García Lorca con José Antonio, sin dejar de seguir citando a Martí:
Ninguna voz profética, cortada
por el hacha, se extingue o se ha extinguido;
tampoco en Federico está enterrada.
Los dos eran temblor, en el sentido
poético de España; y eran buenos,
lo mismo que Martí. Todo es gemido...[42]
Leopoldo
Panero muere en su casa de Castrillo de las Piedras (Astorga) el 27 de agosto
de 1962 donde se hallaba en compañía de su esposa y sus hijos. Ese día el poeta
dice a su mujer que se encontraba mal y que fuera a llamar al médico. Ella
corre en su busca. Lo encuentra cuando se disponía ir a una fiesta. Al regresar
a casa el poeta parece que se encuentra mejor, hasta da la impresión que ha
recobrado el color de su cara. El médico le toma el pulso y dice que no le ve
nada anormal. Marcha, pero una nueva llamada le hace volver. Sigue sin verle
nada grave y le manda tomar una pastilla. El poeta queda tranquilo y su mujer
lo deja solo para que descanse un rato. Pasa el tiempo, sube a la habitación,
le coge la mano: está helada y no le encuentra el pulso. Manda buscar esta vez
al practicante porque sabe que no encontrarán al médico. Cuando sube a la
habitación le explica lo que pasa, le abre los ojos y volviéndose hacia ella no
sabe cómo decírselo, pero la mujer ve en aquella mirada el reflejo de la muerte
del poeta y de que todo se acabó: «¿No
me irá a decir que está muerto?». «Qué puedo decir. Sí, está muerto».
Déjame, Señor, así;
déjame que en Ti me muera
mientras la brisa en la era
dora el tamo que yo fui.
Déjame que dé de mí
el grano limpio, y que fuera,
en un montón, toda entera,
caiga el alma para Ti.
Déjame cristal, infancia,
tarde seca, sol violento,
crujir de trigo en sazón:
coge, Señor, mi abundancia,
mientras se queda en el viento
Se
produce un silencio solamente roto por las plegarias del sacerdote que se
inclina ante el cadáver. Empieza a llegar gente, las hermanas de Leopoldo
gritan y lloran, pero la muerte no es eso, no ha sido nunca eso, «la muerte es
el silencio».[44]
Ese mismo
día otro poeta, José García Nieto, recibe la noticia de la muerte de su amigo.
Se encontraba en un pueblo cerca de Guadarrama. Camina hacia la ermita del
Cristo de Gracia, de las Navas, «estaba vacía. Recé por él, creo que con él,
todavía sentado, como si estuviéramos hablando de la vida, de la poesía, de la
muerte, de todo eso que él nos enseñó que podía ser uno. Había una rendija
hacía el sol de fuera en la puerta de Dios. Por ella se veía esa encina grande,
de fuertes brazos, como muerta de pie, que da historia y referencia del pueblo.
El árbol, el poeta, estaban allí, sobre la muerte»[46]. Y a continuación García
Nieto escribe este hermoso soneto:
Busco tu compañía en esta ermita
donde he entrado a rezar por ti, tocado
de soledad, herido y asombrado
por todo lo que un golpe precipita.
Y tú no estás.
¿O no era aquí la cita?
Estoy solo. Pasaba. Me han llamado.
Y era tu voz; la voz del desterrado
que en el desierto del poema grita.
Torre de
hombría, paz andante, lumbre
cautiva, acostumbrada pesadumbre:
¡cuánto valor sin sitio y tan aparte!
Rezo sin
entender... ¿Cómo podía
haber sido...?
En la Cruz , El
me decía
que lo mejor estaba de su parte.[47]
Después, García Nieto, junto con otros
poetas y escritores: Ridruejo, Laín Entralgo, Vivanco, Crémer, Castillo Puche,
etc., acompañaría los restos mortales de Panero al panteón de la familia en el
cementerio de Astorga. En el momento de producirse el óbito tenia en
preparación La verdad en persona, poema
que trataba sobre Cristo porque Dios estuvo siempre presente en la poesía de
Leopoldo Panero como punto de referencia a esperanzas y angustias.
PABLO NERUDA Y LEOPOLDO PANERO:
Cuando
José Antonio pronunció aquellas palabras que decían: «¡ay del que no sepa
levantar, frente a la poesía que destruye, la poesía que promete», no eran,
precisamente, palabras vacías ni faltas de contenido porque no pasaría
demasiado tiempo sin que un poeta, Leopoldo Panero, frente al Canto general que escribió el poeta
chileno Pablo Neruda, alzara el poeta español su Canto personal expresando así el sentir y el pensar de un grupo de
poetas afines a una generación a la que ellos pertenecían.
Hay
un momento en que Pablo Neruda en su Canto
general dedica un poema «a Miguel Hernández asesinado (sic) en los presidios de
España» y es, probablemente, el que
causa mayor desesperación a Leopoldo Panero:
No estoy solo desde que has muerto.
Estoy con los que te buscan..Estoy con los que un día
llegarán a vengarte.Tú reconocerás mis pasos
entre aquellosque se despeñarán sobre el
peso de Españaaplastando a Caín para que
nos devuelvalos rostros enterrados
Que sepan los que te
mataron que pagarán con sangre.Que sepan los que te
dieron tormento que me verán un día.Que sepan los malditos que
hoy incluyen tu nombreen sus libros, los
Dámasos, los Gerardos, los hijosde perra, silenciosos
cómplices del verdugo,que no será borrado tu
martirio, y tu muertecaerá sobre toda su luna
de cobardes.Y a los que te negaron en
su laurel podrido,en tierra americana, el
espacio que cubrescon tu fluvial corona de
rayo desangrado,déjame darles yo el
desdeñosos olvidoporque a mí me quisieron
mutilar con tu ausencia.[48]
Leopoldo
Panero lee la ofensa y el insulto de Pablo Neruda a sus amigos Dámaso Alonso
y Gerardo Diego y desea salir en su
defensa: Tus insultos de perra son tu
anillo / de Judas, agarrado a tu pescuezo. También porque, en palabras de
Dionisio Ridruejo, todo el poema de
Neruda es un insulto a España y que queda reflejado, a título de ejemplo, en
estos versos: España entró hasta el Sur
del Mundo. Agobiados / exploraron la nieve los altos españoles. / El Bío Bío, grave
río, / le dijo a España: «Detente»... Así pues, un Martes Santo 31 de marzo
de 1953, marchó Panero a pasar la Semana Santa a su casa de Castrillo. La idea de
contestar a Neruda le dominaba y se sintió moralmente obligado a hacerlo.
Además, tenía la completa seguridad que si el propio Miguel Hernández hubiera
vivido habría sido él quien escribiera una carta análoga al poeta chileno de
palabra española. En los ocho días que permaneció en Astorga compuso la mayor
parte del poema, con principio y con final: «podría decirse que era una versión
reducida del texto publicado, pero sin que faltase nada esencial»[49]. A su regreso a la capital de España es en el bar de nombre exótico Ombú donde Leopoldo Panero sigue
escribiendo el poema grande, fluyente y estremecedor que finalizaría a últimos
de mayo, en el tiempo pues, en que las acacias han tardado en abrir
completamente sus hojas esta primavera, como muy bien nos repite Ridruejo.
¡Es tan fácil saber de
dónde mana
la rabia de la voz, que
cuando hablo
es como si vibrara una
campana
interior y profunda!
Pablo, Pablo,
ni un obrero te escucha o
se despierta
dormido entre la rosa y el
establo.
Como el dolor que en el
dolor se injerta,
una guerra es a muerte, y
sin rescate;
mas florece a través la
sangre yerta.
Una guerra es un íntimo
combate,
y no una voluntad a sangre
fría:
donde cae Federico, el
agua late;
donde cayó un millón la
tierra es mía.
unos caen, otros quedan,
nadie dura;
Sin
embargo, para el poeta Carlos Bousoño en el Canto
personal de Panero se halla lo peor de este poeta, aunque al mismo tiempo
reconoce que tiene algunos fragmentos excelentes «que yo pondría sin vacilación
en una exigentísima antología de su obra», termina diciendo el poeta asturiano[51]. Pero cuando Panero escribió su
Canto personal en contestación al Canto general de Pablo Neruda, separados
en aquellos momentos por inmensos espacios, no estaba pensando solamente en
escribir la poesía que él sabía escribir sino que, como decíamos, quería salir
al paso de la ofensa que el poeta chileno hacía a España y a sus amigos Dámaso
Alonso y Gerardo Diego..
A la histeria antiespañola de Neruda, opone Panero una caritativa
hidalguía, que no le impide alzar la voz cuando el caso lo requiere.
Pablo: mira la noche. Nos prometemajestad de insondable permanencia,fidelidad lejana. Pablo: vete.[52]
El
poeta español Eugenio de Nora, a la muerte de Panero, dice que «el Canto no es, después de todo, un libro
doctrinal ni un panfleto, ni un discurso político, sino precisamente –y ahí
está el nudo de la cuestión– una obra poética». Estas palabras recogidas por
José García Nieto son, en opinión de éste, un acierto totalmente[53]. Y Dionisio Ridruejo también con mucho acierto dice: «Con mucho valor
ha puesto, sobre la belleza y la pobreza de España, su orgullo y su tragedia
Leopoldo Panero. No ha querido omitir nada: ni siquiera a Miguel Hernández o a
Federico García Lorca».[54]
Es tu exacta mentira tan
tremenda,
tan brumosa, injuriosa,
venenosa,
que arrancarte la lengua
es poca enmienda;
y aún sólo caridad mi mano
osa.
Pablo: mancillas a Miguel;
mancillas
a Federico; escupes en su
fosa.
Tan sólo las verdades son
semillas
fértiles, y el que miente
se equivoca;
a sí propio se araña en
las mejillas.
Tu mano está tan general y
loca
de cantar (sin cantar) lo
que escribías,
Para
el escritor cubano Gastón Baquero, Pablo Neruda fue un grandísimo poeta, pero
Neruda ha muerto, como poeta, a manos del Neruda político. Según el mismo
escritor, Neruda no hace otra cosa que seguir la consigna que le marca el
comunismo que le tiene por uno de sus voceadores:
En tres habitaciones del viejo Kremlin
vive un hombre llamado
José Stalin.
Tarde se apaga la luz de
su cuarto.
El mundo y su patria no le
dan reposo.
Otros héroes han dado a
luz una patria,
él además ayudó a concebir
la suya,
a edificarla
a defenderla.
Su inmensa patria es,
pues, parte de él mismo
Baquero
condena Canto general, libro que
demuestra sin lugar a duda que Neruda se vació y quedó muerto después de su
gran parto. Fue para el cubano un libro indignante no sólo por la enorme
cantidad de tonterías que dice, sino por el desprecio a la inteligencia del
lector que supone decirles en esa forma. «Pero hubo particularmente una voz, la
de Leopoldo Panero, que ofreció a la
América y a España un espectáculo maravilloso: el de
producirse en gran poeta y en gran cristiano al responder a Neruda».[57]
Así
pues, la voz de Panero, sincera, recia y vigorosa; escribe una carta de
hermano, que se duele con el hermano de la mentira brutal: opone caridad al
odio, y opone verdad al amaño de la propaganda. Con su contestación Leopoldo
Panero «se coloca definitivamente en el sitio que le corresponde en la poesía
española»[58] . Y enfrente de la poesía que destruye.
En
alguna ocasión he leído que las mujeres han sido siempre, a través de la
historia, la parte invisible de la humanidad. Y no por azar, sino porque así lo
ha querido nuestra cultura. Pero poco a poco nuestra cultura ha ido cambiando y
ahora no se puede decir que la mujer, en casi ningún campo, va detrás del
hombre. En definitiva, se puede decir que está a la altura del hombre, incluso
lo supera en algunas ocasiones. Ya no se debe insinuar, pues, que hay dos
mundos para una sola humanidad, aunque todavía existan países, cada vez menos,
que tienen a la mujer en un segundo
plano.
Pero
¿quién es Felicidad Blanc? Puede que alguno lo pregunte y yo le conteste: la
mujer de un poeta y también escritora. Era una enamorada de la literatura que
la llevó a escribir varios cuentos, que fueron publicados en las más
prestigiosas revistas literarias de la época, obteniendo buena crítica. Domingo era su cuento preferido. Fue
además una mujer muy bella, a la que otra hermosa mujer, escritora también,
Mercedes Formica, conoció antes de la guerra cuando aquella, dice la autora de Escucho el silencio, era la muchacha más
bella de Madrid y vivía en una bonita casa de los bulevares rodeada de jardines
y de cierto misterio.
Un
día la llamó una amiga y le presentó al poeta. El poeta era Leopoldo Panero de
quien Dámaso Alonso dijo que en él tenemos la poesía de mayor ternura humana
que ha producido la literatura española moderna, y una de las más tiernas de
todas las épocas de nuestra cultura. El poeta que habla en su poesía de José
Antonio Primo de Rivera: La irrenunciable
sed de José Antonio / era sed de unidad, porque en Castilla / la sed es
patrimonio…Y también: La voz de José
Antonio nos avisa / (a través del amor; con doloroso / pensamiento de amor) que
corre prisa… En otro momento recuerda su paso por La Habana y al poeta
cubano José Julián Martí y de nuevo a José Antonio: Mi voz se empapa dolorosamente / de Martí a José Antonio: ¡qué anatema,
/ qué atrocidad, ¿verdad?, tan fehaciente!... La segunda vez que Felicidad
se encentra con Panero, éste iba acompañado de Luis Rosales, su gran amigo, «su
otro yo», dice Felicidad. Un día la lleva a la revista Escorial, donde conoce a Antonio Tovar, a Pedro Laín, a Eugenio
d’Ors, a Gerardo Diego, a todos los de aquella generación brillante. Otro día
conoce a Azorín a quien pide le
dedique su libro Los pueblos, obra
clave en la trayectoria del alicantino, que llevaba con ella y que tantas veces
había leído. Conoce también a Manuel Machado y a su dulce mujer, Eulalia.
Después
del noviazgo llega la boda. Fue el 29 de mayo de 1941 y firman como testigos:
Manuel Machado, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco y Gerardo Diego. Éste les
dedica un largo poema que escribió el mismo día de la boda: Y los ángeles de la guarda / en el pico
traían las estampas… Después del viaje de novios se instalan en Astorga,
una vez que cruzan los campos de Castilla y los álamos que se ven de vez en
cuando a la orilla de los ríos. Pasan cerca de Castrillo de los Polvazares,
localidad elegida por Concha Espina –a la que, por falangista, quieren borrar su nombre de una de las calles
de Madrid–, para ubicar su novela La esfinge maragata.
Conocerá
al resto de los Panero y la casa de Astorga. «Qué bonita es la casa», dice, añadiendo
a la vez: «el jardín con sus viejos árboles, y la hiedra, que tanto aparece en
la poesía de Leopoldo y que lo invade todo, trepando por las rejas, por los
árboles». Pero han de volver a Madrid donde Leopoldo quería vivir.
Definitivamente se instalan en un piso de
la calle Ibiza 35, donde
Felicidad a lo largo de los años nunca se separó. Enfrente vivía otro
poeta: Adriano del Valle, quien en ocasiones, a voces, llamaba a Leopoldo. Por
aquel piso pasan también Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Emiliano Aguado, y
Rafael Sánchez Mazas, «un conversador maravilloso, habla de José Antonio y de
los recuerdos que conserva de él; alguna vez incluso nos ha leído alguna carta
suya, y es imposible oyéndole no sentir admiración por José Antonio» En septiembre de 1942 nace su primer hijo,
Juan Luis, que también sería poeta. Dos años más tarde a causa de una intervención quirúrgica,
pierde el hijo que esperaba. También perdería otro que nace prematuramente. Lo
llegaron a bautizar con el nombre de Leopoldo Quirino y Luis Rosales para
consolarla le escribe un poema en prosa.
Al
crearse en 1947 el Instituto de España en Londres, Panero, con su familia, iría
a trabajar de segundo de abordo. Se relacionan con mucha gente. Conocen al
poeta Luis Cernuda y a Salvador de Madariaga, ambos exiliados. Tratan a los
corresponsales de prensa, Torcuato Luca de Tena, Augusto Assía y a Rafael de
Luis. La estancia en Londres no es muy larga y pronto regresan de nuevo a
Madrid donde en 1948 nace un nuevo hijo que le pondrían de nombre Leopoldo
María, que también sería poeta. En 1951 nacería José Moisés, que eran los
nombres de sus abuelos, pero Panero le añadiría un nombre más, Santiago, en
recuerdo del poema que estaba escribiendo, en el momento del nacimiento de su
hijo, dedicado a Santiago Apóstol, y que nunca llegó a terminar.
Las vacaciones la familia las pasa en Castrillo
de las Piedras, cerca de Astorga, residencia de verano de los Panero, donde
Felicidad encuentra la tranquilidad y el sosiego entre las viejas encinas, el
vuelo de las golondrinas y el canto de algún ruiseñor. Pero uno de aquellos
veranos, era agosto de 1962, el poeta se siente enfermo, muy enfermo, y fallece
en su casa, de esa localidad leonesa, el día 27 de ese mes. Llegó el sacerdote
y se puso a rezar, pero Felicidad no entendía nada. No esperaba esa muerte.
Llegan las hermanas de Leopoldo que gritan y lloran lo que hace desesperar a la
ya viuda porque para ella la muerte no era eso, nunca había sido eso, la muerte
es el silencio. Lo mismo que también lo había sido para el poeta García Nieto
cuando fallece Manuel Machado: «…Cuando
muere un poeta tendrían los ángeles que hacer sonar infinidad de campanas
alrededor de su tendido cuerpo. Pero la música de la muerte es sólo silencio,
el hondo silencio de esta hora…».
Felicidad Blanc y Bergues de Las Casas,
falleció, víctima de un cáncer, en San Sebastián el 30 de octubre de 1990.
Tenía 77 años de edad.
(En 1974, el director Jaime Cháverri dirigió "El desencanto", película duramente crítica con Panero)
Nota: Un interesante comentario sobre la Casa Panero puede leerse en http://hispaniarum.blogspot.com.es/2016/08/silabas-de-infancia.html
[3] VIVANCO, LUIS FELIPE: Introducción a la poesía
española contemporánea. Ediciones Guadarrama, S.L. Madrid, 1957, pág. 614.
[7] Citado por CASTRO
VILLACAÑAS, DEMETRIO,
en el diario La
Nueva España de
Oviedo, 05.01.74, pág. 7.
[8] Escorial, Revista de Cultura y Letras. Tomo I. Madrid, noviembre
1940, pág. 82.
[9] Escorial Revista... op.
cit., pág. 82.
[10] PANERO, LEOPOLDO, en una conferencia inédita
pronunciada por el poeta en los Cursos Universitarios de Verano en León y recogido por la revista Cuadernos Hispanoamericanos. Instituto
de Cultura Hispánica, julio-agosto 1965 nº 187-188, pág. 10.
[12] A este poeta peruano le
dedicaría un poema: ¿De dónde, por qué
camino había venido / soplo de ceniza caliente, / indio manso hecho de raíces
eternas / desafiando su soledad, hambriento de alma / insomne de alma, hacia la
inocencia imposible / terrible y virgen como una cruz en la penumbra...?
Por otro lado, Vallejo que era de
afiliación comunista, «no era un poeta comunista», nos dice el escritor cubano
Gastón Baquero. Asimismo, la viuda de Vallejo en una biografía que escribió de
su marido, nos dice que éste poco antes de morir le dicta la siguiente frase:
«Cualquiera que sea la causa que tenga que defender ante Dios, más allá de la
muerte, tengo un defensor: Dios». Palabras, entre otras, que recoge Leopoldo Panero en sus Textos humanos antes de comenzar a
escribir su Carta perdida a Pablo Neruda.
[14] GULLON, RICARDO: La juventud de Leopoldo Panero. Diputación Provincial de León. León, 1985, págs.
89-90. De la opinión de Ridruejo sobre su amistad con César Vallejo y ser ésta
la principal causa de la que se le acusó para ser encarcelado además de haber
publicado un poema en el número uno de la revista Caballo verde para la poesía fundada en Madrid por Pablo Neruda,
participa Julio Rodríguez-Puértolas.
(Ver su libro Literatura fascista
española. Ediciones Akal, S.A. Madrid, 1986, pág. 200.
[15] BLANC, FELICIDAD: Espejo de sombras. Editorial Argos/Vergara, S.A. Barcelona, 1981, págs. 122-123.
[18] Semanario El Español, nº 9, 26 diciembre de 1941.,
pág. 12.
[20] MARCOS SÁNCHEZ, MARÍA MERCEDES: El lenguaje poético de Leopoldo Panero. Ediciones Universidad de
Salamanca. Salamanca, 1987, pág. 70.
[22] CONNOLLY, EILEEN: Leopoldo Panero: La poesía de la esperanza. Editorial Gredos, S.A.
Madrid, 1969, pág. 68.
[24] RGUEZ.-PUÉRTOLAS, JULIO. Literatura fascista española. Ediciones Akal, S.A. Madrid, 1986, I, pág. 200.
[28] Diario ABC, 27.08.87, pág. 27.
[30] PANERO, LEOPOLDO: Canto personal. Carta perdida a Pablo Neruda. Introducción por Dionisio
Ridruejo. Ediciones Cultura Hispánica. Madrid, 1956, segunda edición, pág. 13.
[31] RIDRUEJO, DIONISIO. Hasta la fecha (poesías completas). Aguilar S.A. de Ediciones. Madrid, 1961, pág.
531.
[32] Es en el poema que dedica a
Miguel Hernández: Que sepan los que te
mataron que pagarán con sangre. / Que sepan los que te dieron tormento que me
verán un día. / Que sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre / en sus
libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos / de perra, silenciosos cómplices
del verdugo...
[34] Ibíd.
[35] El poema que Neruda dedicó a
Miguel Hernández en su Canto general
lo tituló: A Miguel Hernández asesinado
en los presidios de España
[36] Revista Correo Literario, nº 86, 15.12.53. Entrevista de FERNÁNDEZ CUENCA, CARLOS, a Leopoldo Panero.
[37] Semanario El Español, nº 242, 19-25 julio 1953,
pág. 15.
[38] ALONSO, DÁMASO: Poetas españoles contemporáneos. Editorial Gredos, S.A. 3ª edición. Madrid, 1988,
pág. 336.
[39] Diario La
Nueva España , 23.12.1953, pág. 6.
[40] Ibid.
[42] Ibid., pág. 20.
[54] RIDRUEJO, DIONISIO: en el prólogo del libro Canto personal. Carta perdida a Pablo
Neruda, de Leopoldo Panero. Ediciones Cultura Hispánica. Madrid, 1956, 2ª
edición, pág. 14.
[57] BAQUERO, GASTON: El caballero Leopoldo Panero. Revista Cuadernos
Hispanoamericanos. Madrid, nº 187-188, julio-agosto 1965, pág. 113.
[58] ARROITA-JAUREGUI, MERCELO: Canto personal. Correo Literario, nº 75, 1 de
julio de 1953, pág. 4.