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domingo, 31 de diciembre de 2017

LA VICTORIA CON BOTAS (Enrique de Aguinaga. Abril de 1950)


Cuando aun no se han cumplido los dieciséis años -dieciséis años castos, todo lo serios que permite la adolescencia, comprometidos en la prematura dificultad y sin regalos familiares a cambio de las matriculas de honor del Instituto-, uno tiene derecho a imaginarse a la Victoria con botas. Soy de la quinta del 44. Un martes -lo sé por esa intima tradición casera que administran las madres- llegué a mi familia con las primeras noticias de la implantación del Gobierno del general Primo de Rivera. Un martes -lo sé gracias al ingenio del calendario perpetuo de mi agenda de bolsillo -nos llegó a todos la primera certidumbre de la paz al mismo tiempo que una juventud, la juventud que ronda la quinta del 44, nacía "tabula rasa" para la Patria. Era el 28 de marzo de 1939. Por fin Madrid había caído.

Todavía los que desde Barcelona, a titulo de "evacuados” contemplábamos la Victoria, no habíamos entrado de lleno en la nueva terminología de liberados y liberadores. Apenas habíamos tenido tiempo de aprender el "Cara al Sol" y poner en orden la tremenda gramática de la lucha civil. Sin embargo, lo más seguro es que aquella mañana del martes primaveral, de mi primavera número uno, yo andaba por los caminos del parque de la Ciudadela, no detrás de una mariposa o de un nido de gorriones, sino entre un chico de Chamberí y otro de Cuatro Caminos marcando el paso de instrucción de las anticipadas OO. JJ. (organizaciones juveniles) madrileñas, poniendo en un grito nuestros discretos zapatos de hijos de la clase media.


(Parque de la Ciudadela, Barcelona)


 Nos habían prometido botas, habían prometido llevarnos a Madrid en cuanto Madrid cayese, como unos decían, o se liberase, como decían otros. Por eso la Victoria, entre variaciones, medias vueltas, vistas a la derecha, altos y "en su lugar descanso", entre el polvo de los caminos de la Ciudadela, se nos aparecía sin figura, pero con unas botas flamantes, con la dulce música de las tachuelas, con el maravilloso olor del cuero engrasado. Nosotros veíamos a la Victoria con botas nuevas, botas de marcha alegre y pacífica, botas recién estrenadas, mientras el suelo de España retumbaba al paso de las botas veteranas, curtidas, gastadas de tanta caminata victoriosa, de tanta triste retirada. Estábamos sencillamente contentos, como chicos con calzado nuevo.

A los quince años no se es nada; se vive de ilusiones elementales, de familiares sugestiones, de breves herencias, del sueldo dominical y de pan con chocolate. Íntimamente sólo teníamos entonces una convicción de importancia. En las paredes quedaban todavía los jirones de un cartel acusador: "¿Y tú, qué has fet per guañar la guerra?"'  No habíamos hecho nada, absolutamente nada. Pero ahora podemos decir que tampoco hicimos nada, absolutamente nada, para que la guerra se perdiese.

Ni liberados ni liberadores, ni vencedores ni vencidos, ni soldados ni cautivos, ni héroes ni cobardes, ni tontos ni listos; sin uniforme, con nuestros trajecillos de diario, íbamos y veníamos por la Ciudadela cantando –“Prietas las filas, recias, marciales, nuestras escuadras van... "-, soñando con las botas nuevas y procurando entender aquellas estrofas tan nuevas como las botas que aun no habíamos estrenado: "... ya han florecido, rojas y frescas, las rosas de mi  haz”, “... la vida a España dieron al morir; hoy, grande y libre, nace para mi”.

Algo nacía para nosotros, para aquella risueña pandilla de "evacuados", colocados por estaturas; o ¿éramos nosotros mismos los que nacíamos entonces sin pena ni gloria para recibir el magnífico regalo preparado con tanta pena y con tanta gloria por nuestros hermanos mayores? Nuestros hermanos mayores. Casi, todos contábamos con ellos. Era importante tener hermanos mayores. Va a parecer una mentira infantil o una mentira literaria; pero he de decir que yo tengo dos hermanos con lo menos diez quintas de ventaja. Entonces sólo hablaba del de la 105 División, del que estuvo mirando Madrid por las troneras de la Ciudad Universitaria, del alférez de Teruel y del Ebro. Me callaba el "del otro lado", el del frente de Asturias. Ya entendía las cosas con alguna suficiencia para darme cuenta de que la explicación geográfica de la guerra no lo explicaba todo. Que debía respetar de algún modo especial a aquellos chicos que, en vez de hermanos mayores, tenían un brazalete negro en la chaquetilla escolar. Que muchos hermanos mayores habían muerto con las botas puestas. Y que los chicos de España teníamos que empezar a presumir de botas nuevas y de hermanos mayores de otra manera más importante que la tradicional. Había que empezar en serio, a toda prisa, porque ya estábamos entendiendo que aquel "¿Y tú qué has hecho?” que entonces no iba con nosotros, al pasar tiempo podría convertirse en la más grave acusación para nuestra conciencia. ¿Veis por qué necesitábamos urgentemente las botas nuevas de la Victoria?


(Enrique, Álvaro y Vicente de Aguinaga en 1953)


Han pasado once años. El tiempo no da tregua. Para la juventud que estrenó las botas de la Victoria el "¿Y tú que has hecho?" resulta cada vez más importante. Hay que hacer en el taller, en la Universidad,  en las Leyes, en el deporte, en los campos agrícolas, en los astilleros, en las fábricas, en los laboratorios, en la Literatura, en el Arte, en los Sindicatos, en las costumbres, en la Milicia, en la Técnica, en la Política, en la Ciencia, en la Diplomacia, en las provincias y en Madrid, en la Administración, en el Amor. Nuestra juventud tiene que hacer en toda la anchura de la Patria. ¿Seremos capaces de olvidar la primavera número uno? "... hoy, grande y libre, nace para mi". Nació para nosotros, para los que entonces teníamos la flor de los quince años.

Para nuestros hermanos mayores el viejo cartel es menos agresivo cada día. Unos lo hicieron todo, definitivamente todo. Otros, los de buena voluntad, cada cual a su manera, hicieron lo suyo. Y siguen en la brecha, esperándonos. La Patria es, como sabéis, una familia con dos hermanos mayores y uno pequeño. Y, como ocurre en los cuentos, el hermano menor es el que tiene la estrella de la fortuna, el que ha de darles a todos la Victoria completa por la que tanto se esforzaron. Y yo digo: los hermanos pequeños hemos roto muchas botas por esos campos y esos montes de España en los que el Frente de Juventudes nos ha hecho hombres; pero las botas de la Victoria siguen fuertes y enteras, con la dulce música de las tachuelas, con el maravilloso olor del cuero engrasado.


 Artículo publicado en el diario Arriba el 1 de Abril de 1950.

Nota del autor reproducida en sus tarjetas de felicitación navideñas de cada año: Álvaro y Vicente de Aguinaga combatieron en la Guerra Civil, enfrentados, como alférez provisional y capitán de milicias, respectivamente, en el mismo frente galaico-astur. Terminada la Guerra, Álvaro siguió la carrera militar. Terminada la batalla del Norte, Vicente fue prisionero, condenado a reclusión perpetua, conmutada por tres años de prisión menor, que se cumplieron en 1943. Circunstancias providenciales determinaron no sólo que los restos de ambos hermanos estén enterrados en el mismo nicho del cementerio de Ceares (Gijón), sino, también, reducidos en una misma caja donde se confunden en símbolo familiar de reconciliación familiar.

Texto por cortesía de Emilio Álvarez.

jueves, 19 de noviembre de 2015

EJERCICIO ANTE UN 20 DE NOVIEMBRE (Manuel Parra Celaya *)

                Hace setenta y nueve años, en el patio de la prisión de Alicante, fue fusilado José Antonio Primo de Rivera, joven de treinta y tres años. ¡Cuántas cosas han pasado en España y en el mundo desde entonces! No obstante, su nombre sigue mencionándose –para bien o para mal- por parte de muchos españoles y, también, por otros más allá de lo que eran (y ya no lo son) nuestras fronteras.



                Pero el tiempo no transcurre en vano. Casi todos hemos asumido –de la mano de ese joseantoniano, anciano de cuerpo y adolescente de alma, que es Enrique de Aguinaga- que José Antonio, más que ideólogo, ha devenido en arquetipo humano por excelencia: la manera de ser, él mismo lo apuntó, define mejor al ser humano que la manera de pensar.
                Esto nos sirve en el ámbito de lo personal, si hemos asumido ese estilo que, en palabras de Spengler que él hace suyas, es la forma interna de una vida que, consciente o inconsciente, se realiza en cada hecho y en cada palabra. Pero, si pretendemos movernos en el ámbito de lo colectivo y, por qué no, de lo político, muchas veces no dejamos de sospechar y de reprocharnos cierta vocación de ucronía (esto es, algo fuera del tiempo) o de utopía (es decir, lo que nunca podrá ser en ningún lugar). Mas conviene afirmar que José Antonio no fue ni ucrónico ni utópico: lo primero, porque supo crear, con voluntad de adivinación, la concreción, en la hora exacta, de una manera de ser española con un lenguaje nuevo; lo segundo, porque, en el contexto europeo en que se movía, sí hubiera sido posible su proyecto revolucionario.



                No, José Antonio no cayó ni en la ucronía ni en la utopía, y la razón estriba en que buscaba, ante todo, una eutopía, que quiere decir un buen lugar para que todos los españoles, dotados, según él, de ricas cualidades entrañables, pudieran vivir con Patria, pan y justicia.
                Si nos limitáramos a repetir fórmulas joseantonianas como si, por sortilegio, tuvieran la capacidad de sobrepasar el curso del tiempo; si, empujados por la musa de la pereza o de un fetichismo histórico, nos limitáramos a desafiar a Cronos, flaco favor estaríamos haciendo, no ya a José Antonio –dichoso en el Paraíso- sino a la tarea que se impuso y por la que murió de convertir España en ese buen lugar con vida digna para todos sus habitantes. Y esta tarea, a poco que lo razonemos, no deja de ser revolucionaria en modo alguno.





                Habrá que distinguir, al modo orteguiano, entre creencias e ideas; aquellas nos vienen dadas y conforman nuestra interpretación básica del mundo; estas las pensamos y rellenan las dudas que van dejando las creencias. Nuestro mundo de creencias, en lo metapolítico, lo compone en buena medida lo esencial de José Antonio; las ideas, en lo político, corresponden a nuestra responsabilidad, en el marco de nuestra elaboración actual, enmarcada en una circunstancia que, ni de lejos, fue la suya.
                El objetivo para los joseantonianos es, por lo tanto, la búsqueda de la eutopía, no la esterilidad de la ucronía ni el sueño plácido de la utopía. Y debemos buscarla, y debatirla, junto con otros muchos españoles que, acaso por su edad, quizás por prejuicios y muchas veces por culpa nuestra desconocen a José Antonio.
                Si así lo hiciéramos, sería un buen homenaje a su memoria en este 20 de noviembre de 2015, a los setenta y nueve años de su muerte en plena juventud.

(*) Publicado originalmente en La Gaceta de la Fundación José Antonio del 20 de Noviembre de 2015

martes, 30 de junio de 2015

El abrazo (Enrique de Aguinaga) (*)



(Enrique de Aguinaga. Catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid)


(José Antonio fotografiado en la cárcel)

A las diez y media de la mañana del 16 de noviembre de 1936, en la sala de audiencia de la Prisión Provincial de Alicante, comienza la vista de la causa contra José Antonio Primo de Rivera, su hermano Miguel y la esposa de este, Margarita Larios, así como contra Teodorico Serna, ex director de la Prisión (asesinado en Madrid 1) y otros cinco funcionarios de Prisiones.
Preside el magistrado Eduardo Iglesias del Portal con los vocales Enrique Griñán Guillén y Rafael Antón Carratalá. Actúa como fiscal Vidal Gil Tirado. Y es instructor del sumario Federico Enjuto Ferrán , designado por el Tribunal Supremo con fecha 3 de octubre. El Tribunal Popular (decreto de 23 de agosto) está compuesto por los tres magistrados citados y un jurado de catorce miembros designados por los partidos del Frente Popular y los sindicatos afectos 
2 .



José Antonio
se constituye en defensor de si mismo, de su hermano y de su cuñada. José Antonio, con Miguel, llega a las nueve y media, adelgazado "pelado al rape, sin afeitar, calzando alpargatas, con un gabán gris, largo y viejo, sobre el mono azul con cremallera" 
3. La sala y los pasillos están abarrotados de "milicianos, abogados y soldados", que se impacientan por el retraso del comienzo de la sesión, por la demora de uno de los magistrados 4
Antes de la vista, el día 10, José Antonio había sido interrogado por el fiscal Gil Tirado, en presencia del juez Enjuto. Como consecuencia del interrogatorio, el 14 por la noche, juez instructor y fiscal leen a los acusados el auto de procesamiento. A esta lectura se refiere José Antonio, en su informe de la defensa, cuando agradece al Tribunal haber dispuesto de dos horas y media para "instruirme en ese montón de papeles, preparar mi defensa y someterla a vuestra conciencia"
La vista se desarrolla en dos jornadas, con cuatro sesiones. En la primera sesión (mañana del día 16) se procede a la lectura de las conclusiones del Ministerio Fiscal, fechadas a día 14; a la admisión de pruebas y al interrogatorio de los procesados (José Antonio, Miguel y Margarita) por parte del fiscal y de los jurados. El interrogatorio de José Antonio dura dos horas y media.
La segunda sesión se inicia a las cuatro de la tarde para seguir con el interrogatorio de los procesados (Abundio Gil, Samuel Andani, Joaquín Samper, Manuel Molins, Francisco Perea, funcionarios de Prisiones) y la prueba testifical (José Goicoechea y Adolfo Crespo).
La tercera sesión se inicia a las nueve y media del día 17 con el interrogatorio de los restantes testigos (Antonio Vázquez, Enrique Alijo, Eduardo Busquier, José Pujalte, Manuel Palla y Jose Gonzalez Prieto) y concluye con la renuncia a la prueba documental.
En la cuarta y ultima sesión, iniciada a las cuatro de la tarde, con la lectura de las conclusiones definitivas del Ministerio Fiscal (en las que retira la acusación contra los procesados Gil, Andani, Samper, Molins y Perea) y con las conclusiones definitivas de la defensa, se dicta el auto de libertad de los funcionarios. Se llega así a la fase culminante de la vista: los informes del Fiscal y la Defensa. El informe de José Antonio (hora y media) termina a las ocho menos cuarto de la noche y los magistrados se retiran a redactar las preguntas que se someterán al jurado. Casi tres horas dura la deliberación, sin que nadie abandone la sala.
A las diez y media de la noche, el Presidente del Tribunal da lectura a las veintiséis preguntas redactadas e, inmediatamente, el Jurado se retira en una deliberación que dura cuatro horas, tras las cuales entrega a los magistrados su veredicto condenatorio. Tras su lectura, los magistrados se retiran para redactar la sentencia, operación en la que consumen media hora (en principio, con la oposición de Rafael Antón
5 . La sentencia, fechada el 18 de noviembre, concluye con la condena de José Antonio a la pena de muerte, como autor de un delito de rebelión militar. Miguel es condenado a reclusión perpetua y Margarita, a seis años y un día de prisión mayor.
Como ultimo recurso para salvar su vida, invocando el Código de Justicia Militar, José Antonio solicita la revisión de la causa; pero el Jurado, por mayoría de bolas negras, rechaza la petición. Todo es inútil como inútil fue la posterior apelación telegráfica al presidente del Gobierno, Largo Caballero. Son las tres de la madrugada, tras cuarenta y ocho horas de angustia.
Todo concuerda con la idea de que "José Antonio ignora que la orden de la condena a muerte ha sido enviada directamente de Moscú, por medio del embajador soviético Rosenberg, al socialista Largo Caballero" 
6. Ya, en octubre, el periodista Jay Allen terminaba así su entrevista con José Antonio: "Me es absolutamente imposible imaginar cualquier circunstancia que pueda salvar a ese joven".

A este escueto apunte cronológico de las dos agotadoras jornadas hay que añadir la terrible tensión que en todo momento gravita sobre José Antonio , interrogado como acusado, y que, como defensor, no solo debe mantener el debate jurídico y el acoso político, sino, también, participar en los interrogatorios.

En tal prueba, no eran ociosas las advertencias del Fiscal cuando para contrarrestar su efecto, en su informe, previo al de José Antonio, alerta al jurado sobre "las dotes de oratoria, arte e ingenio del acusado", sobre "su extensísimo conocimiento del Derecho" y sobre "sus dotes parlamentarias, a la altura de los mejores parlamentarios españoles". 
La crónica de "El Día", que todavía hoy se lee con tanta sorpresa como emoción, es un documento insólito, atribuible al poder de convicción de José Antonio, de quien dice literalmente: "Su informe es rectilíneo y claro. Gesto, voz y palabra se funden en una obra maestra de oratoria forense que el publico escucha con recogimiento, atención y evidentes muestreas de interés". La crónica, que no aparece firmada, es del director de "El Día", Emilio Costa, tan adicto al Frente Popular como el propio periódico (no cabía otra posibilidad). Costa, retirado del periodismo, se desterró a Orán, en 1939, donde falleció a poco de llegar.
En el breve dialogo con los periodistas y en las observaciones que hace a sus guardianes (sería muy aleccionadora la recomposición completa de los pormenores dispersos de aquellas cuarenta y ocho horas históricas), luce la profunda compostura espiritual de José Antonio, irremediablemente condenado, en medio de un principio de comprensión, tan perpleja como absorta. En este punto, surge la pregunta: ¿cómo los catorce hombres del jurado, abiertamente adversos, necesitan cuatro horas para acordar la condena? 

T
odos los indicios apuntan que el Jurado no había sido insensible a la persuasión de de José Antonio, avisada por el fiscal. Ximénez de Sandoval, que escribe a los tres años del suceso 
7 , recoge la información de que las tensas deliberaciones del Jurado condujeron a un empate en la votación, que imposibilitaba la condena a muerte. Escribe Ximenez de Sandoval: "Las largas vacilaciones fueron cortadas por un socialista apellidado Domench -dependiente de la ferretería Panades y Chorro, de la capital levantina- que impuso pistola en mano la condena, en medio de un escándalo inenarrable".

Años más tarde, para su proyecto de película sobre José Antonio, José Luis Sáenz de Heredia investiga en Alicante, mantiene muchas entrevistas y, respecto al jurado, escribe: 
"El jurado, a las diez y media de la noche, ha recibido un cuestionario de veintiséis preguntas a las que solo tiene que contestar con un si o con un no. El jurado está compuesto por miembros de los partidos y sindicatos más calificados del Frente Popular, lógicamente predispuestos. Parece también lógico, contando con la predisposición hostil, que la contestación a las veintiséis preguntas sea un puro tramite. Sin embargo, no es así. Los predispuestos acaban de oír a un hombre que no es el que odian. Ellos (algunos de ellos) creían que el juicio iba a ser contra otro hombre, al que estaban seguros de conocer bien. No hay fundamento real para odiar al hombre que acaba de hablar. No es un señorito ocioso y vago ni un chulo ni un pistolero ni un fascista. Y, para todos, aunque no llegue, claro está, a enunciarse, hay en el un algo indefinible de grandeza humana que rebasa las fronteras de la lógica, trasciende la pureza y llega, no se sabe por donde, al corazón. Así, lo que iba ser mero tramite, se trasforma, a puerta cerrada, en discusión que llega a ser violenta. Tan violenta que hacen aparición las pistolas. Al fin, los objetantes ceden y las veintiséis preguntas quedan contestadas en la forma prevista. La deliberación, que todos suponían formularia, ha durado desde las diez y media de la noche hasta las dos y media de la madrugada. Cuatro horas. Cuatro agotadoras horas que el Tribunal, el acusado y el publico han soportado, cada cual con su tensión, sin ausentarse de la sala". 
Un comunista, Marcelino Garrofé, miembro del jurado, confirma la presunción:

"Entre los del jurado circuló en seguida esta frase: "¡No podemos seguir así. Estamos haciendo el ridículo! La sala, el jurado, el fiscal, todos actuamos apabullados". Antón y Millá, después de escucharme, se limitó a decir: "Es una orden del partido y, sea como sea, hay que cumplirla y cuanto antes" Los miembros del Comité Provincial de Alicante me enseñaron la comunicación del buró comunista, en la cual se trasladaba la orden del Presidium de "eliminar la cabeza visible del Alzamiento".
Tras la tremenda conmoción de sentirse condenado a muerte, al principio de la vida, José Antonio se rehace y, sonriente, anima sus hermanos: "Estáis salvados". Es entonces cuando José Antonio tiene un gesto tan sublime que, a falta de una explicación inmediata, queda inadvertido. Comunicada la sentencia, José Antonio sube al estrado y abraza al Presidente, el magistrado Iglesias del Portal.
Este abrazo no consta en la crónica de Costa ni en las biografías de Ximenez de Sandoval, Payne, Gibello, Gibson, Gómez Molina o Gil Pecharromán ni en los libros dedicados al proceso por Bravo, Mancisidor, del Río y Pavón. El primer indicio es el testimonio directo de Margarita Larios que, a los seis años, recuerda como recibió José Antonio la sentencia: "Se dirigió al presidente del Tribunal y estuvo hablando unos minutos, aparte, con él" 
8.
El abrazo habría quedado oculto para siempre en la intimidad del sumario, si no hubiera sobrevenido el testimonio irrecusable de las hijas de Iglesias Portal que, con fecha 30 de enero de 1955, desde México, escriben a Miguel Primo de Rivera, entonces Embajador de España en Londres. La carta, al pie de la letra, empieza así:

"Muy distinguido señor:
Aunque personalmente no tenemos el gusto de conocerle, nos atrevemos a dirigir esta para que atienda a nuestra suplica.
Nosotras somos hijas del magistrado del Supremo que, como Vuestra Excelencia bien sabe, por desgraciadas circunstancias, estuvo presente y formo parte del Tribunal en el que fue juzgado vuestro hermano José Antonio, q.e.p.d.
Si su excelencia estuvo presente en el juicio, recordará que al terminarse y comunicarle la sentencia, su hermano subió al estrado y abrazó a nuestro padre y le dijo que sentía el mal rato que por su causa estaba pasando, pues no sé si sabrá que mi padre y él eran buenos amigos"...

La carta continúa con la petición de la hijas para que Miguel interceda a favor de la repatriación de su padre. En su contestación, Miguel da fe del abrazo y noblemente, haciendo honor al gesto de José Antonio, asume a las gestiones que consiguieron el regreso del magistrado. Así, Iglesias del Portal acabó su vida en paz, en 1969, en Aguilar de la Frontera (Córdoba) 


Tras una leve noticia de 1968 
9, por primera vez, aquel histórico abrazo se hace publico en Televisión Española, en 1981, en el programa "La Clave", en el que José Luis Sáenz de Heredia leyó la carta de las hijas de Iglesias. Pero actúa la censura invisible y la noticia no obtiene el menor eco.
"Se comprende -escribe Sáenz de Heredia - que quien es capaz de pensar, en ese trance, en el mal rato que esta pasando uno de los que le condenaban; que le comprende, le perdona y le abraza, tiene que estar nimbado por un halo sobrenatural y trascendente, visible y penetrante hasta para aquellos que entraron predispuestos y salieron confusos".
El abrazo de José Antonio, como consuelo de la amargura de quien le acaba de condenar a muerte, cuando no caben fingimientos, excede cualquier ponderación vulgar y demuestra la grandeza de alma, presente en su testamento: 

"Ayer por ultima vez expliqué al Tribunal que me juzgaba lo que es la Falange. Como en tantas ocasiones, repasé, aduje los viejos textos de nuestra doctrina familiar. Una vez más, observé que muchísimas caras, al principio hostiles, se iluminaban, primero con el asombro y luego con la simpatía. En sus rasgos me parecía leerse esta frase: "Si hubiésemos sabido que era esto, no estaríamos aquí". Y, ciertamente, no hubiéramos estado allí ni yo ante un Tribunal popular ni otros matándose por los campos de España. No era ya, sin embargo, la hora de evitar esto y yo me limité a retribuir la lealtad y la valentía de mis entrañables camaradas, ganando para ellos la atención respetuosa de sus enemigos".
Frente a la falacia de quienes, a diario, flamean la reconciliación nacional y se obsesionan sañudamente en la condena de lo reconciliable, el abrazo de José Antonio es el primer monumento de la reconciliación de España. Antes, en el mes de agosto, se había ofrecido como mediador para terminar con la guerra 
10. En su informe, en el juicio de Alicante, explicó como de lo nacional y de lo sindicalista "hacemos una síntesis capaz de superar las ideologías en conflicto" 11. E, inmediatamente después, cierra su testamento con la admirable invocación: "¡Ojalá fuera la mía la ultima sangre española que se vertiera en discordias civiles!". 
El Gobierno republicano -escribe Bartolomé Mostaza- al montar el proceso ilegal contra la nobilísima persona de José Antonio Primo de Rivera, se sentenció y condenó a si mismo, degradándose a verdugo de la "tercera España", la de la síntesis y la conciliación.
12
El deslumbrante, escalofriante, abrazo de José Antonio en aquel trance supremo, no es solo un relámpago. Es la iluminación de la trayectoria de su pensamiento en la búsqueda permanente e infatigable de la síntesis.
En esa búsqueda, que subyace, como el mismo José Antonio, sean todas las condenas y resistencias el estimulo de nuestra propia reconciliación. Las prohibiciones, proscripciones, marginaciones, tergiversaciones, silencios, censuras y desdenes que han sofocado o han intentado sofocar el centenario de José Antonio ("¡Qué alma más limpia!", según Gustave Thibon) son el miedo al deslumbramiento ("¡Deslumbrante! ¡Deslumbrante!" repetía Rosa Chacel).

1 CESAR VIDAL, "Checas de Madrid", Belacqva/Carroggio, Madrid, 2003, p. 355.

2
 No consta la composición del Jurado; pero en los interrogatorios se mencionan los nombres de Ortega, Antonio Moreno Peláez, Doménech, Llobregat y Gómez.

3
 AGUSTÍN DEL RÍO y ENRIQUE PAVÓN, "Procesos de José Antonio", Ediciones del Movimiento, Madrid, 1963, 389.

4
 "EL DIA" (DIARIO), Alicante, 17 de noviembre de 1936.
5 AGUSTÍN DEL RÍO Y ENRIQUE PAVÓN, o.c., p. 390.
6 Giorgio Almirante.
7 "José Antonio (Biografía apasionada)" está fechada en Bruselas octubre de 1939; Madrid, diciembre de 1940.
8 "INFORMACIÓN" (DIARIO), Alicante, 20 de noviembre de 1942. AGUSTÍN DEL RÍO Y ENRIQUE PAVÓN, "Los procesos de José Antonio", Ediciones del Movimiento, Madrid, 1963, p. 251.
10 DIEGO MARTÍNEZ BARRIO, "Episodio en Alicante sobre José Antonio Primo de Rivera", conferencia pronunciada en el Centro Español de México, 23 de abril de 1941.
11 AGUSTÍN DEL RÍO Y ENRIQUE PAVÓN, "Los procesos de José Antonio", Ediciones del Movimiento, Madrid, 1963, p. 144.
12 BARTOLOMÉ MOSTAZA, "¿Decadencia o derrota de España?, en "YA" (diario), Madrid, 26 de mayo de 1971.
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Ver también:

(*) Texto tomado de plataforma2003.org

sábado, 4 de febrero de 2012

ARENGA A LOS MUERTOS (José María Sánchez Silva)

(El 24 de Noviembre de 2011, Enrique de Aguinaga, publicaba una memorable tercera en ABC, reproducida en este blog, sobre el centenario de José María Sánchez Silva. De entre las aportaciones sobresalientes del autor de 'Marcelino pan y vino', Aguinaga subrayaba su artículo 'Arenga a los muertos' de inequívoca vocación reconciliatoria apenas finalizada la guerra civil. Por su interés reproducimos este artículo originalmente publicado en Arriba).




(José María Sánchez Silva)

¡Ay vosotros, los que estabais sentados a la misma mesa, los del pan y el vino de la Patria, ¿es verdad que morir parece detenerse un poco para emprender la marcha decisiva, caer para alzarse nuevamente?
¡Ay vosotros, los de la muerte dada, recibida de la mano ciega de otros muertos de hoy y de mañana! Los que han visto su muerte personal, nominal de cada uno, temblando como un pájaro indeciso antes de extender las alas, ¿sabéis cómo guardamos el tesoro de vuestra ultimidad postrera, la huella impalpable de las palabras, de los gestos y las cosas penetradas del calor de vuestra carne? ¿Sabéis que nuestra honra descansa en la guarda denodada del reposo horizontal de vuestro polvo?
¡Ay vosotros, los que no estáis, los que soltaseis de repente el pecho que os apretaba el fusil, la pluma, la hoz silbante sobre las espigas dobladas; vosotros los ausentes, los emigrados en el soplo de la muerte, los que habéis de volver un día a preguntarnos algo sin respuesta, los que resucitarán con su rostro verdadero y tomarán de donde se hallen los vigorosos trazos de sus huesos, los que estará otra vez a nuestro lado, agobiados bajo el peso de la gloria próxima, escuchad ahora, oh vosotros, los muertos!
Aquí estamos otra vez, desnudos en el circulo de los cuchillos extraños que iluminan como lívidos relámpagos. Los pies sobre la ceniza y los corazones en alto, aquí estamos como un himno a solas levantado en el silencio de los que duermen.
Velamos por la honra y por el trigo, por el alma y el solar de los que vienen a heredar la antorcha de nuestra sangre. Sobre el blanco lecho duro de vuestra fosa pedimos imperiosamente paz, tiempo y levadura para la España que llega, que ya hunde su pisada en el umbral de la Historia.
Vencedores de nosotros mismos, no importan las flaquezas de los pocos, sino la ancha senda que abren los brazos vigorosos. Vosotros sois testigos aterradores, pero dueños todavía de un puñado de ceniza que tuvo alma, hechos y nombre; obreros somos de vuestra obra, y los huesos dispersos y la risa aventada de vuestra boca y la sangre evaporada pesan, transcurren y ríen por nuestra viva carne.
¡Orad pues, también vosotros, los cercanos; alzad las manos modificadas, prorrumpid en esas otras palabras, reunid en un esfuerzo terrible la armadura incompleta de vuestra inextinta fuerza!
¡Erguíos entre raíces y piedras, levantad los ojos transparentes y fundad un grito nuevo en el vasto silencio de los astros!
¡Que un rumor profundo conmueva la noche y el día y ciña el mundo como un sonoro friso con obreros, con mujeres y con santos, con caballos y guerreros y pacíficas espadas que iluminen la vigilia!
¡Orad para que España levante al fin su sueño sin quimera; orad para que nada se hunda inútil en la nada; orad por los que oramos; orad por Europa y por el mundo ensordecido; orad por el triunfo del Signo que campea sobre el duelo incesante del hierro y el fuego!
¡Orad también en pie, oh vosotros, los españoles muertos!

José María Sánchez-Silva
Arriba, 29 de octubre de 1945

sábado, 26 de noviembre de 2011

SANCHEZ-SILVA, CIEN AÑOS Por Enrique de Aguinaga (*)


(Enrique de Aguinaga)
Por el interés y calidad literaria del artículo y por lo que de merecido homenaje supone a José María Sánchez-Silva, reproducimos este artículo publicado en ABC (24, noviembre, 2011) que atañe a otros tantos joseantonianos; autor y homenajeado.

“Siempre sabrás la edad de José María -- decíamos--, porque su fecha de nacimiento es inolvidable: el once del once del once”.  Decíamos José María Sánchez-Silva, indisolublemente asociado a “Marcelino, pan y vino”, que murió en 2002 y que ahora ha cumplido su centenario.

Me consta el mutuo afecto de Cela y Sánchez-Silva, desde los tiempos de la calle Larra. Cela, ante la muerte del amigo, que solo le precede en cuatro días,  le dedica su último artículo, que se publica como texto póstumo en ABC. En su escrito final, Cela  reconoce que “la critica y la historia literaria no han sido justas con la memoria y la consideración de Sánchez-Silva”, que “hace tiempo que su nombre se había descabalgado de la nomina de los que interesaban a los estudios del fenómeno literario”. Y añade: “Todos sabemos que sobre estas lucubraciones influyen siempre el calendario y la política”.

Siete años antes, había encabezado con  un profundo “Mi querido amigo” la carta que le dirigió en “ABC”, “Carta a un amigo, en su blocao” (1994): “Estoy empezando a pensar que ya no existo...y que no somos ni tu ni yo, sino figuraciones, espejismos, sombras fantasmales, semimuertos que andan mareando a los herederos que se impacientan porque no las tienen todas consigo”.

José María le había escrito a Camilo, una detrás de otra,  cuarenta cartas (es admirable la vis epistolar de Sánchez-Silva, que en un tiempo, así me lo dijo, llegó a escribir doce cartas mensuales a una famosa actriz catalana) Y José María, cuando completa la baraja de las cuarenta cartas, considera que tiene que destruir la situación:“Tu carta numero 40 no puede ser la última --le contesta, en “ABC”, Camilo a José María--; tu y yo tenemos la obligación de resistir y seguir. A todos nos asestan puñaladas pero no olvides que, en ciertas ocasiones, una sangría puede ser saludable. Tu en tu blocao y yo en el mío, los dos tenemos la obligación de morir con las botas puestas, quiero decir con la pluma en la mano. Aparta malas ideas de la cabeza, no pidas nunca a nadie más de lo poco que pueda dar de si y sigue escribiéndome hasta que se te pare el corazón”.

(José María Sánchez-Silva)
Poquísimos lectores de “ABC” sabíamos que esta era una carta de Cela a Sánchez-Silva, aunque Camilo no pusiera el nombre del destinatario, “porque no hay que dar tres cuartos al pregonero”. Y le llama “mi querido N.N.”, como le habría podido llamar “mi querido prohibido”. 

A su muerte, el silencio de escritores diarios confirma la observación  de “Ecclesia” (“Su nombre está silenciado en panoramas de la literatura contemporánea.”) y de   Miguel Ángel Velasco, director de “Alfa y Omega” (“Los medios de comunicación de este país lo han silenciado sectariamente”). “Ecclesia” simplifica la causa de la proscripción de José María y deja abierta la cuestión a todos los añadidos y matizaciones: “por diversos motivos, entre ellos quizá el de ser escritor católico y el de haber escrito la biografía laudatoria “Franco, ese hombre” (1964)”.

¿Hasta cuando la obstinación  en borrar la realidad? ¿Hasta cuando la sistemática tergiversación de la historia? ¿Hasta cuando la irracionalidad de los tabúes? ¿Hasta cuando la ferocidad de la censura invisible?

Trato de contar a José María Sánchez-Silva, autor del cuento español más famoso del siglo XX; a José María, que es el  único español que ha obtenido la Medalla Internacional Hans Christian  Andersen (1968), llamada “pequeño Nobel” o “Nobel de la literatura infantil”.

Estoy hablando del articulista grande, amen de guionista y director; del periodista que, cuando no se viajaba, dio la vuelta al mundo y lo contó; del premio “Mariano de Cavia” (1947), Periodista de Honor (1964) y Premio Nacional de Literatura (1957), de Periodismo (1945) y de Cinematografía (1955);  del padre de “Marcelino, Pan y Vino”, “Historias menores de Marcelino, Pan y Vino” y “ Aventura en el cielo de Marcelino Pan y Vino”; del gran epistológrafo (“Carta de un niño a Dios”, “Carta a mi”, “Carta a la lluvia”, “Carta al cine”, “Carta a las madres”, “Carta abierta al general Casinello”, “Carta del amor hecho”, “Cartas a un niño sobre Francisco Franco”...); del inventor de “Luiso” y de “Ladis”; del narrador de “El hombre de la bufanda”, “La otra música”, “No es tan fácil” o ”La ciudad se aleja”; del biógrafo de “Juana de Arco” y “San Martín de Porres”; del historiador sagrado de “Adán y el Señor Dios”, “Jesús creciente” y “La adolescencia de Jesús nunca contada”;  del cuentista de “La burrita Non”, “Adiós, Josefina  o “Colasín, Colasón”; del cronista de  “Historias de mi calle” y “Memorias de un niño de la calle” .

 (Célebre fotograma de la versión cinematográfica de ‘Marcelino Pan y vino’ dirigida por Ladislao Vajda en 1955)

En la ocasión del 11 de noviembre de 1959, cuando  cumple cuarenta y ocho años, cuando celebra las bodas de plata con la literatura y el periodismo, cuando  recibe el homenaje nacional y la Gran Cruz de la Orden de Cisneros, cuando Ramón Gómez de la Serna, Ramón el Grande, desde Buenos Aires, le escribe que “con la palanca de su pluma ha llegado a mover el mundo”, Sánchez-Silva hace una recapitulación de su vida y eleva a definitivas sus importancias provisionales: “Me importan cada vez más los otros, los demás. No es esta una actitud desinteresada: es que “los demás” soy yo, es que yo “estoy en” mi prójimo, es que, cuando me han ordenado amarle a él, sabían que ese amor me salvaría a mi principalmente”.

Para las generaciones de la guerra, “el otro” es el que está enfrente. Por eso, entre los artículos de Sánchez-Silva, tengo una devoción preferente por “Arenga a los muertos”, que se puede catalogar como poema, que, por encima de las catalogaciones, considero artículo de prueba, articulo esencial,  y que, a modo de reliquia, conservo en su papel original, quebradizo y reseco, impreso a toda plana,  pagina señera de contraportada, doble que los formatos hoy habituales, como un bando mural, con  una  gran ilustración central y lujo de capitulares, en  letra bodoni del cuerpo 14.

Hay que pensar que la arenga está escrita en una doble y numantina posguerra, española y mundial, de combatientes que apenas han tenido oportunidad de dejar de serlo, de victorias en alto, de gloriosos entierros, de “ellos y nosotros”, de silencios profundos. Y Sánchez-Silva invoca, no a “los mejores”, sino  a todos los muertos, al universo de los muertos, incluidos expresamente “republicanos” y “rojos”, precisamente en “Arriba”, precisamente el Día de los Caídos (29 de octubre, 1945)

Todos sus libros los tengo en una estantería predilecta y todos están dedicados. Esta es la dedicatoria de “Jesús Creciente” (1985): “A mi amigo Enrique de Aguinaga, que es una de las tres únicas personas que saben que a este relato le falta el tercer capitulo final de la obra titulado “La llamada del Jordán”, escrito y destruido cuatro veces en cinco años y medio, que ahora está en el telar por quinta y última vez”.

Así escribía José María, muerto silenciosamente.”¿Tu crees que los muertos no se mueren, José María?” le pregunta Manuel Alcántara. Le contesta José María: “Estoy convencido. Nadie se muere”. Me lo dijo en letras de condolencia cuando murió mi madre (1959): “Desde antiguo, se nos tiene prometido algo a este respecto y no hay sino esperar. Aunque no estudié latín --ni nada-- sé esto: “Expecto resurrectionem mortuorum”.



(*) CATEDRATICO EMERITO DE LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID