(El 24 de Noviembre de 2011, Enrique de Aguinaga, publicaba una memorable tercera en ABC, reproducida en este blog, sobre el centenario de José María Sánchez Silva. De entre las aportaciones sobresalientes del autor de 'Marcelino pan y vino', Aguinaga subrayaba su artículo 'Arenga a los muertos' de inequívoca vocación reconciliatoria apenas finalizada la guerra civil. Por su interés reproducimos este artículo originalmente publicado en Arriba).
¡Ay vosotros, los que estabais sentados a la misma mesa, los del pan y el vino de la Patria, ¿es verdad que morir parece detenerse un poco para emprender la marcha decisiva, caer para alzarse nuevamente?
(José María Sánchez Silva)
¡Ay vosotros, los que estabais sentados a la misma mesa, los del pan y el vino de la Patria, ¿es verdad que morir parece detenerse un poco para emprender la marcha decisiva, caer para alzarse nuevamente?
¡Ay vosotros, los de la muerte dada, recibida de la mano ciega de otros muertos de hoy y de mañana! Los que han visto su muerte personal, nominal de cada uno, temblando como un pájaro indeciso antes de extender las alas, ¿sabéis cómo guardamos el tesoro de vuestra ultimidad postrera, la huella impalpable de las palabras, de los gestos y las cosas penetradas del calor de vuestra carne? ¿Sabéis que nuestra honra descansa en la guarda denodada del reposo horizontal de vuestro polvo?
¡Ay vosotros, los que no estáis, los que soltaseis de repente el pecho que os apretaba el fusil, la pluma, la hoz silbante sobre las espigas dobladas; vosotros los ausentes, los emigrados en el soplo de la muerte, los que habéis de volver un día a preguntarnos algo sin respuesta, los que resucitarán con su rostro verdadero y tomarán de donde se hallen los vigorosos trazos de sus huesos, los que estará otra vez a nuestro lado, agobiados bajo el peso de la gloria próxima, escuchad ahora, oh vosotros, los muertos!
Aquí estamos otra vez, desnudos en el circulo de los cuchillos extraños que iluminan como lívidos relámpagos. Los pies sobre la ceniza y los corazones en alto, aquí estamos como un himno a solas levantado en el silencio de los que duermen.
Velamos por la honra y por el trigo, por el alma y el solar de los que vienen a heredar la antorcha de nuestra sangre. Sobre el blanco lecho duro de vuestra fosa pedimos imperiosamente paz, tiempo y levadura para la España que llega, que ya hunde su pisada en el umbral de la Historia.
Vencedores de nosotros mismos, no importan las flaquezas de los pocos, sino la ancha senda que abren los brazos vigorosos. Vosotros sois testigos aterradores, pero dueños todavía de un puñado de ceniza que tuvo alma, hechos y nombre; obreros somos de vuestra obra, y los huesos dispersos y la risa aventada de vuestra boca y la sangre evaporada pesan, transcurren y ríen por nuestra viva carne.
¡Orad pues, también vosotros, los cercanos; alzad las manos modificadas, prorrumpid en esas otras palabras, reunid en un esfuerzo terrible la armadura incompleta de vuestra inextinta fuerza!
¡Erguíos entre raíces y piedras, levantad los ojos transparentes y fundad un grito nuevo en el vasto silencio de los astros!
¡Que un rumor profundo conmueva la noche y el día y ciña el mundo como un sonoro friso con obreros, con mujeres y con santos, con caballos y guerreros y pacíficas espadas que iluminen la vigilia!
¡Orad para que España levante al fin su sueño sin quimera; orad para que nada se hunda inútil en la nada; orad por los que oramos; orad por Europa y por el mundo ensordecido; orad por el triunfo del Signo que campea sobre el duelo incesante del hierro y el fuego!
¡Orad también en pie, oh vosotros, los españoles muertos!
José María Sánchez-Silva
Arriba, 29 de octubre de 1945
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