amor a cataluña
Todos los
biógrafos de José Antonio coinciden en destacar la especial inclinación amorosa
de éste hacia Cataluña. Unos destacan los aspectos puramente sentimentales
ungidos del fervor juvenil por el bello sexo: «Me han quitado bastantes noches
el sueño algunos ojos catalanes radiantes…»[1].
Otros ponen el mayor énfasis en los descubrimientos del entramado social y
político de aquellos tiempos por parte del futuro fundador de la Falange. Así , Serrano
Suñer y Maximiano García Venero afirman que José Antonio vivió en Barcelona
unas experiencias decisivas para su formación, como hombre y como político: «José
Antonio vio a los intelectuales, a los jefes de industria, a los campesinos, a
los obreros inducidos por un sentido poderoso de creación»[2].
Ciertamente, en aquella época, a los 19 años, a un muchacho en pleno proceso
formativo y de maduración, una realidad notablemente distinta de su Madrid natal
y de su Andalucía familiar tenía que extasiarle y hacerle meditar
profundamente. Estaba en la más europea de las ciudades españolas de entonces.
Poco a poco, a través de sus relaciones sociales, su observación del mundo que
le rodeaba, sus pequeños viajes por la geografía catalana, el trato con las gentes
sencillas de los pueblos y aldeas… le permitieron profundizar en ese amor
primeramente instintivo –mezcla de cariño por el paisaje, la cultura, la
creatividad– pero pronto convertido en amor de conocimiento y razón.
A
despecho de la actitud irreflexiva y primaria de algunos energúmenos,
enfundados en camisa azul, que en la inmediata trasguerra prohibían o
dificultaban el uso del bello idioma de Verdaguer, nos encontramos al joven
José Antonio interesado por la
Historia , la
Cultura y el Derecho de Cataluña. Está registrado en los
periódicos de la época que José Antonio intervino como abogado en un pleito que
se tenía que sustanciar en base al Derecho catalán. Dice la noticia: «El señor Sánchez Diezma expuso en qué
consiste la dote catalana y combatió la sentencia de la Audiencia de Barcelona ,
que infringió, a su juicio, el artículo 1.896 del Código Civil y varias leyes
del Digesto. Don José Antonio Primo de Rivera contestó al señor Sánchez Diezma,
y aludiendo una por una las leyes alegadas por su contrario, dedujo que no ha
habido tales infracciones y pidió que la sentencia de la Audiencia barcelonesa
sea confirmada» (La
Vanguardia ,
09-01-1930). También cuenta José Mª
Fontana: «Almorzamos en Begas y paseando
por sus alrededores hablamos de Cataluña y de Castilla. ¡Qué magnífica
comprensión la de José Antonio! Con qué cariño nos hablaba siempre de las
gracias de nuestra tierra… y de nuestros defectos. Pero lo hacía sin odio, con
la severidad de un padre y con el mismo cariño. Y comentaba el género de vida
de aquel campesino al que acababa de saludar en su catalán deficiente…»[3].
Como decimos, esa realidad catalana, barcelonesa, tan intensamente vivida por
José Antonio, la complejidad del mundo que cada día amanecía ante sus ojos, el
refinamiento de la alta sociedad con la que se codeaba, las luchas sociales
fruto de un sindicalismo organizado y combativo, el fenómeno de un catalanismo
pujante con ribetes separatistas… ciertamente tenían que hacer mella en su
espíritu sensible y observador. Aquí vio cosas que le gustaban y otras que no,
pero ello no fue óbice para que fraguara su amor a Cataluña. Siempre que se
refería al Principado lo hacía con un sentimiento de amor y comprensión.
Algunas veces incluso añoraba los días vividos en Barcelona. De ello quedan
señas inequívocas en sus posteriores escritos y discursos.
En
más de una ocasión, en íntimas conversaciones, cuando José Antonio trataba de
enfatizar su amor a Cataluña decía: «Yo estuve en Cataluña antes de nacer»[4].
Se refería, evidentemente, al gozo de la maternidad inaugurado al borde del
Mediterráneo. No olvidemos que el mes de diciembre de 1900 don Miguel Primo de
Rivera fue destinado al Batallón de Cazadores Alba de Tormes, de guarnición en Barcelona, cuando hacía muy poco
tiempo que había conocido a la que habría de ser su esposa, Casilda Sáenz de
Heredia. La boda se celebró en Madrid, donde residía la familia de la novia, el
16 de julio de 1902, día de la
Virgen del Carmen, pero el primer hogar del nuevo matrimonio
se fundó en la Ciudad
Condal. En marzo de 1903, el Teniente Coronel Miguel Primo de
Rivera consiguió su traslado a Madrid, y el 24 de abril siguiente nació su hijo
primogénito que fue bautizado en la parroquia de santa Bárbara, y se le impusieron
los nombres de José, Antonio, María, Miguel y Gregorio, pero pasaría a la Historia sencillamente
como José Antonio. De lo dicho podemos concluir que José Antonio no resultó
catalán de naturaleza por muy pocos días.
las gozosas vacaciones
Como quiera que
el 16 de marzo de 1922 don Miguel fuera nombrado Capitán General de Cataluña,
con sede en Barcelona, llegado el verano procuró reunir a la familia entorno
suyo. Primero llegaron los tres chicos, José Antonio, Miguel y Fernando y poco
después Pilar y Carmen. Precisamente José Antonio, con sus recién estrenados 19
años, acababa de terminar su licenciatura en Derecho.
La
residencia oficial de todos los miembros de la familia estuvo en el pabellón
del edificio de Capitanía General, en el amplio paseo de Colón, tocando al
puerto. Zona de intensa vida comercial y laboral que, a cualquier observador
medio, le permitiría tomarle el pulso a la ciudad con gran acierto. Ese viejo y
noble edificio había sido anteriormente sede conventual de la Orden Mercedaria.
De hecho todavía permanecía y permanece unido por dos pasillos aéreos a la
majestuosa basílica de La
Merced , iglesia de la patrona de Barcelona.
Don
Miguel, como Capitán General de Cataluña y además por su título de Marqués de
Estella, era constantemente invitado y agasajado por la nobleza y la
aristocracia residente en el Principado. En aquellos tiempos todavía se
estilaba las reuniones formalistas y protocolarias en lo que se llamaba alta sociedad. Los dos hijos mayores del
Capitán General, acompañados de su padre en muchas ocasiones, frecuentaban
estas fiestas mundanas de altos vuelos.
El
15 de agosto José Antonio y su hermano Miguel asistieron a una «elegante fiesta en la hermosa finca
Casa Pinós que habitan en Badalona los marqueses de Barbará y de la Manresana». Se celebraba el santo de la hija mayor
de la casa[5].
Poco
después los encontramos en la finca que en Alella –población cercana a
Barcelona, en el litoral del Maresme– habitan los señores de Bosch Labrús y su «encantadora hija Rafaelita».
Simplemente se celebraba una reunión de amistades[6].
Debió
agradarle a José Antonio esa pequeña y pintoresca población –poseedora de un
vino de fama– porque hemos obtenido constancia de que recaló por allí varias
veces durante ese verano. Javier Berzosa, residente en esa localidad y
estudioso de su Historia, escribió en 2009: «Todavía hoy algunos de nuestros
mayores de Alella recuerdan aquel joven que tanto gustaba de alejarse de los
alborotos de la Ciudad
Condal para descansar en nuestro pueblo. Se recuerda su
apostura, su galanteo con las mozas de Alella, su bondad».
Lo
cierto es que José Antonio no estuvo residiendo permanentemente en el palacio
de Capitanía durante aquel verano. Por razón de la amistad que el Marqués de
Estella tenía con el Barón de Viver, don Darío Romeu Freixas, ambas familias
mantuvieron unas afables relaciones. El Barón de Viver tenía un hijo de edad
semejante a José Antonio y ello hizo que intimaran y se hicieran amigos. La
finca de la baronía del Viver está próxima a Mataró, concretamente en el municipio
de Argentona, cercana al mar. Allí José Antonio pasó muchos días de sus
vacaciones descubriendo sensaciones nuevas y emocionantes.
Como
es natural en los años mozos, el atractivo de las chicas movilizaba a los dos
amigos. Tan pronto se les veía en los bailes de fiesta mayor de un lugar como
en otro. En Cataluña, durante el mes de agosto, se celebra la fiesta mayor en
muchísimas poblaciones. Así es que no les faltaba oportunidad de divertirse por
las noches. Una antigua pareja de baile recordaba: «José Antonio asistía a los bailes de fiesta mayor de Cardedeu y
se situaba siempre en un palco del entoldado. Yo bailé con él en varias
ocasiones. Era un mozo muy amable y bien educado que gustaba mucho a las chicas»[7].
Siguiendo
la pista que nos facilita la prensa de la época, descubrimos que nuestro joven
participó en un exquisito almuerzo en
la finca Torre Blanca de San Feliu de Llobregat, ofrecido por la condesa de
Alcubierre (La Vanguardia.
23-08-22), y según la tradición lugareña también durmió una noche en el
palacete de la finca Can Mercader, en Cornellá.
Como
podemos observar, el joven José Antonio llevó durante ese verano de 1922 una
vida muy activa. Pero no sólo se dedicó al protocolo social y a los bailes de
fiesta mayor. También tuvieron tiempo su amigo Darío Romeu y él[8]
de aprender a nadar. Hoy nos parece que el saber nadar es algo muy natural,
pero, por aquellos años, pocos eran los que dominaban esa técnica. Veamos lo
que nos cuenta el hijo del profesor de natación de José Antonio –aunque en aquel
entonces no se llamaba profesor, sino bañista o bañero– conocido cariñosa y
popularmente como Cintet, que es el
diminutivo de Jacinto en catalán: «Aprendieron a nadar [con Cintet] el conocido
sacerdote Padre Romeu que luego ocuparía importantes cargos en Roma al servicio
de la Iglesia ,
y que era amigo de José Antonio Primo de Rivera. La amistad la tenían por sus
respectivas familias, toda vez que ambas veraneaban en el Viver de Argentona,
propiedad de la familia de don Darío Romeu. Ambos jóvenes, el Padre Romeu y
José Antonio, que con los años sería el fundador de la Falange , bajaban todas las
tardes a los baños de Cintet y aprendieron a nadar en las tranquilas aguas de
Vilassar de Mar. En su día, Cintet manifestó que ambos jóvenes eran unos
muchachos muy serios y atentos a todo»[9].
Al
finalizar las vacaciones de verano José Antonio regresó a Madrid y se matriculó
en el curso de Doctorado de la facultad de Derecho. Eligió cuatro asignaturas:
Política Social, Derecho Municipal, Literatura Jurídica e Historia del Derecho
Internacional, obteniendo en las cuatro matrículas de honor.
el servicio militar y otras vivencias
Una vez
finalizado el curso académico, a finales del mes de junio de 1923, José Antonio
y su hermano Miguel vuelven a Barcelona para reunirse de nuevo con la familia.
Es el momento en que tanto él como su inseparable hermano deciden incorporarse
al ejército para el cumplimiento de su servicio militar. El día 1º de julio
formalizaron su incorporación como soldados en el regimiento de caballería Nº 9
Dragones de Santiago, ubicado en el
cuartel de Gerona, lindante con la
populosa barriada de Gracia. Allí, durante muchos años hubo una lápida, cercana
a la cantina de tropa, que rememoraba la estancia de José Antonio en el
acuartelamiento en cumplimiento de su servicio militar. Con la desaparición del
acuartelamiento también lo hizo el recordatorio.
Siendo
universitarios, hijos del Capitán General de Cataluña, hubieran podido cumplir
sus obligaciones militares como soldados
de cuota, una modalidad que permitía hacer un servicio de solo cinco meses,
previo pago –eso sí– de dos mil pesetas[10].
El sentido de justicia de los dos hermanos les decidió a alistarse como voluntarios de un año. Se trataba de una
modalidad destinada a jóvenes universitarios que permitía acceder, salvando las
pruebas pertinentes, a la
Escala de Oficiales de Complemento[11].
Cada día, de buena mañana, José Antonio, vestido de soldado, abandonaba el
edificio de Capitanía y a pie, o en tranvía, se dirigía a su acuartelamiento
para cumplir sus deberes militares. El joven aristócrata tenía así ocasión de
codearse con el pueblo llano que compartía su medio de transporte y que, a
aquellas horas, ciertamente acudiría a su trabajo.
Tenemos
la suerte de poseer un ejemplar de la revista Destino, de fecha 19 de junio de 1937, en la que un narrador,
escudado en el seudónimo Bruc, nos
cuenta su experiencia vivida en el mismo acuartelamiento coincidiendo con José
Antonio. De su extenso escrito entresacamos lo siguiente:
Nuestro
cuartel de Dragones era sin disputa el mejor de la ciudad. Amplios y ventilados
eran sus dormitorios para la tropa, desde sus ventanas abiertas al sol
brillante sobre nuestro mar azul, se extendía a sus píes, asentada en llanura
verde y ubérrima la población innúmera de la que Cervantes definiera: «en sitio
y belleza única». En su cima frontal ondea aún la bandera roja y gualda. Pero
era un «sepulcro blanqueado». El medio millar de personas que allí se
albergaba, cumplía una misión forzada, mecánica. Como un presidio. Todos
esperaban con ansia el día de la liberación. Dura era para ellos aquella lucha
en busca siempre de eludir el enojoso cumplimiento del deber. Una nueva casta
de soldados, los «señoritos», los cuota, superaba esa nota fatal.
Una
mañana hermosa unos muchachos irrumpían con alborozo bajo los arcos de la
principal del cuartel. Estudiantes bullangueros que por vez primera vestían con
orgullo el uniforme militar. La curiosidad hizo saber pronto que entre los
recién llegados había un hijo del Capitán General. Los permanentes,
comentándolo decían: «los cuotas solo vienen a lista, ese ni a eso, no se le va
a ver el pelo». De ese interesa dar noticia en estas líneas.
El
suboficial de Mayoría fue el primero en gustar la novedad. Le decía al
comandante: «Es que ha pedido botas de reglamento». Y este le respondía: «Tiene
derecho a ello déselas Vd.». «Y pide, también, “charrasco”, quiere comer
rancho…». El comandante se reía del asombro de su subordinado con evidente
satisfacción. El suboficial salió diciendo: «¡Pues no lo entiendo!».
Pocos
días después el nuevo recluta era el tema de conversación del Cuartel entero. «Es
soldado», decían sus compañeros: pues este no cambia ni paga sus guardias, como
los cuotas y además si ve a alguno cansado le dice: anda muchacho que estás
fatigado yo haré por ti tu turno si me autoriza el sargento. Y allí se está en
la garita helada del picadero, sin dormirse mirando a los luceros del cielo y
de la ciudad: «¡Qué tío ese!»,
Correctísimo
en sus modales, los «cuotas» separatistas huían su presencia como el diablo la
cruz. Siempre, en cambio, los voluntarios estudiantes, los permanentes, y en el
patio departía, a ratos, con los oficiales. Su tema de conversación, único
observante: España.
Por su
iniciativa, realizose un día una pequeña fiesta entre los mismos soldados.
Aquel día olvidan éstos a sus novias y a sus juegos y acaso por primera vez
durante «el servicio» vibran sus corazones jóvenes al contacto de la fogosa
palabra de aquél joven «tan diferente de los otros señoritos». Los vivas a
España eran desde entonces voces que salieran del corazón y que resonando por
los anchos corredores y las grandes naves del Cuartel eran como el anuncio de
la verdad.
Ciertamente,
el texto anterior está sobradamente idealizado. Pero pensemos que se redactó y
publicó en plena Guerra Civil, el mes de junio de 1937. No obstante, sí aporta
una información cierta sobre el ambiente de los cuarteles de la época y, sobre
todo, perfila el carácter de José Antonio, que siempre huyó de las actitudes
clásicas del señorito.
Otro
testigo, don Leoncio Jiménez Cano, compañero de José Antonio en el susodicho
cuartel, hizo unas declaraciones para el semanario comarcal Ecos de la Sierra , en febrero de 1980. Parece ser que la
intención era publicarlas como una entrevista, pero por defunción de don
Leoncio no se pudo realizar la misma. Entre otras cosas puede leerse: «La
condición de presidente del Consejo de Ministros de su padre, no le eximió a
José Antonio de ningún servicio mecánico –nos afirmaba el Sr. Jiménez–, como
pudiera ser la limpieza de cuadras u otros. No disfrutó de más permisos que los
demás soldados[12].
Como
no podía ser menos, la vida militar de nuestro joven soldado fue todo un
descubrimiento para él. Allí, ante sus ojos tenía la realidad palpitante de un
mundo quebrado por el clasismo, las lacerantes diferencias sociales y,
lógicamente, las manifestaciones de un soterrado odio dimanante de las mismas.
Toda una panoplia para reflexionar. Pero también tuvo ocasión de conocer las
excelencias del compañerismo, y oportunidad de anudar amistades que perduraron
durante mucho tiempo. Como consecuencia de una de esas amistades, presumiblemente,
José Antonio estuvo a punto de cambiar radicalmente el rumbo de su vida.
En
efecto, en el acuartelamiento del regimiento de caballería Dragones de Santiago, José Antonio coincidió con un joven de su
misma edad que acababa de incorporarse al servicio militar haciendo uso de la
misma modalidad que él; es decir, voluntario de un año. Se trataba de Jorge
Girona Salgado, hijo de Carlos Girona Maqueira, nieto de Manuel Girona Vidal y
biznieto de Manuel Girona Agrafel. Toda una saga de prohombres importantes en la Historia de Barcelona,
Cataluña y España. El bisabuelo de Jorge fue fundador del importantísimo Banco
de Barcelona (1842), que a finales del siglo xix
hacía empréstitos al Estado y otras instituciones públicas. Su participación,
como accionista, en múltiples empresas importantes, su actuación como senador
vitalicio por el partido conservador, sus campañas de beneficencia y, por
último, la financiación de la construcción de la nueva fachada principal de la catedral de
Barcelona, acabaron por consagrarlo como el banquero catalán más famoso del ese
siglo xix. Los Girona, familia
numerosa, tenían su domicilio en un gran caserón en la histórica calle Ancha,
número 2, muy cerca del palacio de Capitanía.
Además
de las actividades propiamente castrenses impuestas por su servicio militar,
José Antonio disponía de tiempo suficiente para participar en múltiples actos
sociales y, por supuesto, para ampliar su formación cultural. No era extraño
encontrarlo muchas tardes en la
Biblioteca de Cataluña –la más importante de Barcelona–
enfrascado en la lectura y el estudio. Le agradaba pasear por las angostas
callejuelas de los alrededores de Capitanía, cuajadas de antiguas tiendas
familiares, tascas portuarias, y algún que otro viejo palacio venido a menos.
En aquel entonces las Ramblas barcelonesas, la plaza Real y toda la zona
portuaria tenían una vida intensa y trepidante. Barcelona era un puerto
importante del Mediterráneo. Abundaban los locales de diversión, como bailes
populares, cafés-concierto, teatros, cines, cabarets, y restaurantes, fondas y
figones para todos los gustos. Esas salidas permitieron a José Antonio aumentar
el conocimiento de la ciudad que sólo había podido vislumbrar durante su
estancia del verano anterior. El joven soldado ya tenía 20 años cumplidos y la
posibilidad de andar por el mundo con mayor soltura.
Tal
como ya hiciera durante el año anterior, José Antonio participaba en encuentros
y fiestas de alta sociedad; lo cual, naturalmente, también contribuía a
facilitarle un mayor conocimiento de la realidad social de su tiempo. Por el
diario La Vanguardia ,
del día 3 de julio, sabemos que en una fiesta coincidieron Conchita Girona
–hermana de Jorge, su amigo– y José Antonio. Conchita, según los gacetilleros
de la época: «era una muchacha lindísima, que al aparecer en el mundo merecerá
las mayores simpatías». El día 19 de julio el mismo diario se hace eco de una
fiesta de despedida de la temporada, en
la que, entre otras personas, estuvieron presentes Conchita Girona y José
Antonio Primo de Rivera, en la cual «al
compás de un terceto se bailó hasta la madrugada».
Está
claro que de la mano de Jorge, su amigo y compañero de milicia, José Antonio se
abría camino entre la aristocracia barcelonesa. En ese ambiente selecto y
señorial conoció a varias señoritas con las que, lógicamente, tuvo trato. Pero,
siguiendo el hilo de los ecos de sociedad,
vemos que nuestro joven soldado coincidió varias veces, en fiestas sociales,
con la hermana de Jorge, Conchita. Lo cierto es que no disponemos de
documentación fehaciente sobre un posible idilio entre ambos jóvenes, pero sí
sabemos que tanto José Antonio, como su padre don Miguel, tuvieron mucha
amistad con la familia Girona, hasta el extremo que en muchas ocasiones, en
futuras visitas a la
Ciudad Condal , José Antonio se alojaba en el caserón de la
calle Ancha[13].
Como
decíamos, sólo a título de presunción, cabe la posibilidad de que el joven José
Antonio tuviera alguna relación sentimental con la hermana de su amigo Jorge y
que ésta trascendiera, pues no creo que ningún periodista especializado en la
vida mundana y social, sin tener elementos de juicio suficientes, se atreviera
a escribir lo siguiente: «Ayer mañana
salió para Moyá el escuadrón de Dragones de Numancia llegado a ésta el día
anterior. Entre la tropa figuran los distinguidos jóvenes don José Antonio
Primo de Rivera, hijo del Presidente del Directorio, y don Jorge Girona,
próximo pariente del mismo» (La Vanguardia , 21-10-23).
Pero,
la figura del joven José Antonio no sólo tenía éxito entre las jovencitas de
los salones señoriales. La escritora Mª Teresa León, que fue esposa del Rafael
Alberti, recordaba: «me gustaba salir
con mi padre, ir a las carreras de caballos, sentarme con él en las Ramblas.
Éramos tan felices cuando nos íbamos juntos a conquistar el mundo». Es justo en
uno de esos paseos por las Ramblas en que ve a los hijos del general Primo de
Rivera. Cuando escribe sus Memorias,
recuerda así ese día: «¡Qué jovencita y ya casada! Eran los tiempos del golpe
militar de Primo de Rivera. Los hijos de Primo de Rivera estaban entre los
soldados del regimiento. Uno de ellos era muy rápido, muy inteligente. A la
muchacha le parecía absurdo no poderles ya sonreír porque estaba casada y qué
diría el teniente coronel del segundo si la viese. Era un buen mozo. ¿Quién
cerraría los ojos de aquel soldado que yo no volvía a ver?».
El
25 de julio de 1923, día de Santiago Apóstol, patrón de España y del Arma de
Caballería, se celebró una gran fiesta en el cuartel de Gerona: «A las diez de la mañana formaron en el patio las fuerzas
para oír la Santa Misa
de campaña que se rezó en un altar profusamente adornado de flores y en el
cual, rodeada de luces, destacaba la imagen del santo Apóstol. Terminada la Misa prestaron juramento de
fidelidad ante el estandarte los reclutas recientemente incorporados y los
voluntarios de un año, encontrándose entre estos últimos los distinguidos
jóvenes don José Antonio y don Miguel Primo de Rivera, hijos del digno Capitán
General señor Marqués de Estella y que pertenecen al Regimiento de Santiago» (La
Vanguardia , 26-07-1923). Esta misma noticia apareció en la
mayoría de diarios de Barcelona, y dos de ellos[14]
publicaron fotografías de los actos, en una de las cuales se puede observar a
Miguel, hermano de José Antonio, en el momento de besar el estandarte.
La
vida militar de José Antonio va transcurriendo con normalidad, realizando los
servicios que en cada momento le corresponden, pero, de vez en cuando, se
amplía su horizonte y se le brinda la oportunidad de conocer nuevas
experiencias. En alguna ocasión su padre decide que su hijo primogénito esté
presente en actos protocolarios o de tipo socio-político, como el que se
celebró en Gerona, organizado por el Consejo de Administración de los
Ferrocarriles Económicos Españoles para solemnizar la posesión de la línea
férrea de Gerona a Flassá y Palamós, que hasta la fecha había explotado una
empresa extranjera[15].
Este acto nos trae a la memoria una de las características de la acción política
de D. Miguel Primo de Rivera desde la Presidencia del Directorio: su afán por
nacionalizar servicios públicos y empresas de importancia vital. A él se debió
la creación de la «Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos, S. A.
(CAMPSA)», que durante tantos años sirvió a los intereses españoles.
Poco
después, el 10 de noviembre, nos encontramos a José Antonio en Melilla –ya con
los galones de cabo de Dragones– para participar en representación de la
familia, en la solemne ceremonia de exhumación y traslado de los restos de su
tío, Teniente Coronel Fernando Primo de Rivera que, como es sabido, murió
heroicamente durante el llamado desastre
de Annual, el mes de julio de 1921. El Teniente Coronel Primo de Rivera, al
frente de su escuadrón de Alcántara,
cargó una y otra vez –hasta seis veces– contra los rifeños enemigos que
masacraban a las tropas españolas en retirada. Fue un acto muy emocionante en
el que participaron muchas representaciones oficiales, principalmente del Arma
de Caballería, destacando por lo insólito la presencia, en lugar relevante, de
una mujer. Se trataba de la cantinera del Tercio Vicenta Blasco Rubio, que
marchaba en la comitiva fúnebre justamente detrás del féretro. Esta humilde
cantinera, durante la reconquista de Monte Arruit, estuvo trabajando
denodadamente para desenterrar el cadáver de Primo de Rivera.
Aunque
José Antonio sólo tenía la graduación de sargento de complemento en aquel
momento, por razón de su apellido y por indicación de su padre, asistía a
ciertos actos protocolarios militares, como recepciones y recibimientos de
autoridades. Eso le permitía continuar su formación humana, social y militar.
Sin sentirse especialmente atraído por la vida castrense –pues su vocación eran
las leyes–, no obstante José Antonio siempre tuvo una alta consideración por la
carrera de la armas, y asumió su rol militar con seriedad y entusiasmo mientras
estuvo en filas.
Al
respecto es interesante conocer cómo vivió José Antonio la jornada en que su
padre, siendo Capitán General de Cataluña, realizó el pronunciamiento
implantando el Directorio. Todos los biógrafos del Fundador coinciden en
señalar que éste no tuvo participación alguna en la preparación y ejecución del
golpe de estado del 13 de septiembre de 1923. Él mismo lo explicaría, años
después, en la conferencia que pronunció en la sede de la Unión Monárquica
Nacional, sita en las Ramblas de Barcelona: «Aquí, en Barcelona, me cogieron
aquellos días, aquellas horas, aquellos minutos febriles de la noche del 12 al
13 de septiembre de 1923. Nosotros estábamos en Capitanía General. Detrás del
edificio existe un pasillo que, atravesando la calle, llega hasta la iglesia de
la Merced. En
la iglesia de vuestra Patrona pasaron aquella noche rezando mis hermanas y mis
tías. Noche angustiosa que nosotros pasamos despiertos, porque no sabíamos nada
de lo que ocurría fuera, ya que la primera medida del Gobierno fue cortar las
comunicaciones y se carecía por completo de noticias de lo que ocurría en aquel
momento en España. Noche angustiosa, porque no sabíamos si al día siguiente
nuestro padre iba a formar gobierno o si llegarían a Barcelona dos Divisiones
del Ejército a prenderle y fusilarle, aunque no era nada probable que viniesen
contra él sus compañeros de armas, tan afanosos como él porque España se
salvase».
José
Antonio pasó la noche en Capitanía –como hemos visto– y muy temprano, al igual
que siempre, tomó el tranvía y se trasladó a su cuartel para cumplir con el
servicio que le correspondiera. Las tropas estaban acuarteladas y reinaba un
gran revuelo en el recinto militar. José Antonio se esforzó en comportarse con
toda normalidad. Según Julio Gil Pecharromán, biógrafo del Fundador, «la
celebración pública fue [en el cuartel] de lo más sencilla: compartió algunas
rondas en la cantina con sus compañeros y prometió regalar una guitarra a unos
soldados que expresaban cantando su satisfacción por el gesto del Capitán
Genera»[16].
Durante
su estancia en Barcelona, como hemos visto, José Antonio se relacionó con
muchísimas personas de todas las clases sociales, aunque, como es lógico,
principalmente con las de la que él pertenecía. El diario La
Vanguardia , de
fecha 26-02-1924, publicaba una gacetilla que decía lo siguiente: «El
distinguido aristócrata don José Antonio primo
de Rivera, hijo del marqués de Estella, será obsequiado con una comida de
despedida por un grupo de sus muchos amigos, que quieren testimoniarle así la
gran simpatía que ha merecido durante su permanencia en Barcelona. Don José
Antonio Primo de Rivera, marchará con su familia mañana miércoles, para la Corte , donde debe continuar
su servicio, como sargento de complemento en uno de los regimientos de
caballería».
Según
consta en la Hoja matriz
de Servicios de José Primo de Rivera Sáenz de Heredia (sic), «el 1º de
julio de 1923 accedió al empleo de soldado de caballería; el 1º de octubre del
mismo año a cabo de complemento; el 1º de febrero de 1924 a sargento de
complemento; el 1º de agosto del mismo año a suboficial; y el 1º de diciembre del mismo año a alférez de
complemento. Posteriormente, con motivo de la bofetada que le propinó a Queipo
de Llano, fue sometido a un Consejo de Guerra que afectó también a su hermano
Miguel y a su primo Sáncho Dávila. El día 18 de marzo de 1932 se celebró la
vista de la causa y como resultado de ella fue degradado, pasando al empleo de
soldado de 2ª de caballería con efectos de 1º de julio de 1931».
Curiosamente,
a pesar de las grandes y rimbombantes elegías que durante el franquismo se le
dedicaban a José Antonio, lo cierto es que nunca fue rehabilitado en su grado
militar. La sentencia para él había sido condenatoria con pérdida de empleo, y
absolutoria para los otros procesados. No sería hasta el 4 de mayo de 1961
cuando la Hermandad
Nacional de Alféreces Provisional aprobó, por aclamación,
nombrar a José Antonio Alférez Provisional honorario por méritos y por su
condición de Alférez de Complemento.
[1] Palabras pronunciadas por José
Antonio durante su conferencia dictada en el local de la Unión Monárquica
Nacional, de Barcelona, el 03-08-1930.
[2] García Venero,
Maximiano: en la revista el bruch.
Octubre de 1958.
[3] Fontana, José Mª:
en la revista Destino. 22 de mayo de
1937.
[4] Aguirre, José Fernando:
diario solidaridad
nacional. 20-11-1949.
[5] Diario la vanguardia. 17-08-1922 (Pág. 14).
[6] Diario la vanguardia. 22-08-1922 (Pág. 10).
[7] Conversación
personal mantenida por el autor, el 16 de septiembre de 2009, con don Ricardo
Heredia, hijo de doña Teresa Comas Ponsa, pareja de baile de José Antonio en su
juventud.
[8] Darío Romeu, amigo de José
Antonio en sus años mozos, con el tiempo se hizo sacerdote y llegó a ocupar
importantes cargos en Roma.
[9] Fernández, Pablo:
diario ABC Cataluña. 20-07-1996.
[10] En aquellos tiempos el servicio
militar normal tenía una duración teórica de tres años.
[11] Esta modalidad se creó durante
el reinado de Alfonso XIII como consecuencia de la Ley de Bases de 1918. La
experiencia de la I G.M.
demostraba que los ejércitos germanos iban cubriendo las bajas de oficiales
dando instrucción militar a universitarios, y pronto le imitaron los aliados.
España adoptó este modelo y por concurso-oposición se seleccionaba a quien
deseaba ingresar en dicha Escala. A los tres meses se examinaban para cabos,
después pasaban a sargento y en el segundo y tercer año un tribunal de
capitanes presididos por el Jefe del Cuerpo los evaluaba para ser oficiales,
pudiendo llegar a capitanes.
[12] El texto completo de estas
declaraciones aparece en la gaceta
del centenario, Nº 38, de 21
de marzo de 2002. Plataforma 2003.
[13] Fontana, José Mª:
en su libro Los catalanes en la Guerra de España.
[14] El día gráfico y el Diario de
Barcelona.
[15] Noticia aparecida en El Correo Catalán. 02-09-1923.
[16] Gil Pecharromán, Julio:
Retrato de un visionario. José Antonio
Primo de Rivera (Pág. 65-66) Ed. Temas de Hoy, S.A. (T.H.) 1966. Madrid.
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