El falangista que fundó la Agencia EFE
JOSÉ ANTONIO GIMÉNEZ ARNAU (José María García de Tuñón en Desde la Puerte del Sol)
Nació en Laredo, aunque muy pronto, por traslado de su padre, Enrique Giménez Grau, que era notario, se fue con toda la familia a la localidad de Valverde del Camino de la provincia de Huelva. Por esta razón, dice el propio Giménez Arnau, aprendió a hablar con acento andaluz. Y luego, en seguida, vino la hora de Zaragoza, la tierra de sus padres y de sus abuelos.
La vida le fue generosa. Estudió en la Universidad de Zaragoza y después en las de Colonia, Ginebra y Bolonia donde ganó el Premio Vittorio Emanuele III por su tesis doctoral sobre el tema Legitimidad del hijo nacido antes de los ciento ochenta días después del matrimonio. Antes, cuando estudiaba en la Universidad de Zaragoza, se solidarizó, junto con otros compañeros, con los alumnos de otras Universidades, que protestaban en contra del general Primo de Rivera que se había metido con los estudiantes. «En Zaragoza –dice– volcamos un tranvía y apedreamos a unos cuantos guardias municipales».
Profesionalmente fue Técnico Comercial del Estado y, por oposición, Diplomático. A ratos perdidos escribe mucho llegando a alcanzar el Premio Nacional de Literatura y el Premio Nacional de Teatro. Pero antes de que llegaran estos premios y obtuviera las oposiciones citadas, vio por primera vez a José Antonio Primo de Rivera. El ambiente de la estación otoñal de 1933, era irrespirable. El presidente de la República, Alcalá-Zamora disuelve las Cortes y José Antonio Primo de Rivera, el 29 de octubre de ese otoño, celebra un mitin en Teatro de la Comedia. Allá va, Giménez-Arnau, con un grupo de amigos, a escuchar a ese «señorito», hijo de Miguel Primo de Rivera. «Cuando termina de hablar nadie de entre los presentes –convencidos o no– vuelve a llamarle señorito». Sus palabras habían calado muy profundamente en ese grupo de españoles.
Pocos meses después conoce personalmente a José Antonio. Fue en el Hotel Cristina de Madrid. «Confieso –dice Giménez-Arnau– que la impresión del hombre visto a un metro de distancia mitifica la que me había producido su voz el pasado 29 de octubre de 1933». A los pocos días, Giménez-Arnau se va destinado a Ginebra como Delegado Permanente de España para aprender y participar en el juego de la diplomacia multilateral. Allí conoce a Salvador de Madariaga que preside la Misión Española en la Sociedad de Naciones, cuyo secretario era Felipe Ximénez de Sandoval, convencido falangista que le descubre el mundo del grupo que obedece a José Antonio Primo de Rivera.
Al retornar a España, frecuenta al grupo de falangistas de Zaragoza y no puede simular su admiración por José Antonio Primo de Rivera donde es escuchado con respeto por los capitostes de los camisas azules. Presidía Falange en Aragón el médico Jesús Muro. Disponían de un pequeño local donde se reunían grupos procedentes de otras formaciones políticas. Algunos de ellos de la CNT, «agrupación por la que, quizá por mi raíz hispánica, tengo no escondida simpatía», dice Giménez-Arnau, quien días después se afilia a Falange. Recibe el carnet firmado por Ramiro Ledesma Ramos.
Un día le llega la noticia de que en Zaragoza desearía que hablase José Antonio Primo de Rivera. Ayuda a organizar la propaganda. Se discuten los oradores y se ve obligado a ir en el primer puesto, es decir, el de telonero. El mitin tiene lugar en el Frontón Cinema el 26 de enero de 1936. Cuando está en el uso de la palabra Ruiz de Alda un grupo de gentes de la CEDA trata de reventar la reunión. José Antonio coge el micrófono y dice: «Basta, repito ¡basta! ¡Tendría gracia que nuestros mítines, que son respetados por gentes que tienen la pistola pronta, viniesen a ser interrumpidos por los autorcillos de unos carteles electorales! Si el hecho se repite, ordeno al camarada masculino o femenino más próximo al interruptor que lo expulse a patadas». Cuando tomó la palabra José Antonio Primo de Rivera, terminó diciendo: «Pues para eso, para hacer una España única, grande y libre; una España que nos asegure la Patria, el pan y la justicia; para eso estamos aquí otra vez, aragoneses; para deciros que el peligro ha aumentado, que España se hunde, que la civilización cristiana se nos pierde. No para hacer lo que hacen los que ya en 1933 nos dijeron lo mismo e hicieron salir las monjas de sus conventos a votar, y ahora pronuncian los mismos gritos para pedirnos también el voto. Si España fuese un conjunto de cosas melancólicas, faltas de justicia y de aliento histórico, pediría que me extendieran la carta de ciudadano abisinio; yo no tendría nada que ver con esta España».
Ya en plena guerra civil, en San Sebastián, funda el periódico Unidad, «uno de los nombres que se barajaron cuando José Antonio quiso hacer el diario en Madrid». El primer número se publica el 16 de septiembre, tres días después de que las fuerzas del Ejército español entraran en la capital de Guipúzcoa. De allí recuerda a Eugenio Montes, Agustín Aznar, Alcázar de Velasco, Palma de Plata de Falange, Manuel Fernández-Cuesta, que más tarde fundará con enorme éxito, que aún sigue, el periódico Marca.
Un día, por la radio, se entera de que han fusilado a José Antonio: «Salgo a la calle y ando mucho, ando largamente. Presumo que habrá gentes que negarán el hecho, como efectivamente va a ocurrir. El chirimiri se mezcla con mis lágrimas. No pienso que tengo dos hermanos a los que pudiera caberles el mismo destino. Y al llegar a casa rebusco una copia de un documento redactado en la cárcel por José Antonio Primo de Rivera que explica, con todo laconismo una lección de hombría: ¡Arriba España! ¡Arriba España! ¡Arriba España! Solamente eso».
Fue Francisco Bravo –el que dos años antes había presentado a José Antonio al poeta, antes que nada, Miguel de Unamuno–, quien le informa del Decreto de Unificación, en el que aparentemente se ofrecía la Secretaría General de la nueva formación, a Manuel Hedilla, y la negativa de éste a aceptarla. Consecuentemente, todo el «hellidismo» fue detenido. Va entonces en busca de Dionisio Ridruejo, de quien era muy amigo, y le pregunta: «Dionisio, ¿qué demonio está pasando?». «Pues no preguntas tú nada. ¡Eso quisiéramos saber todos!». Y lo cierto es que nunca se supo. José Antonio Giménez-Arnau, falleció en Madrid el 27 de enero de 1985, siendo incinerado y enterrado en el Cementerio de La Almudena. Posteriormente sus cenizas fueron trasladadas a Zaragoza.
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