Muchos han sentido atracción por la figura compleja, llena de matices, de José Antonio Primo de Rivera. En el reciente libro de entrevistas a Juan Ramón Jiménez recopilado por Soledad González Ródenas, Por obra del instante, el moguereño se despacha con los intelectuales del 98, a los que tacha, acusándoles de una posición poco digna, de "espinazos horizontales". Por contra, incluye entre los "espinazos verticales" a José Antonio. Puede sorprender, pero en realidad no es extraño. Como Rosa Chacel o Federico García Lorca, en otras ocasiones J.R.J. mostró su simpatía por él, por su temperamento y por su inteligencia, admiración que no necesariamente tenía que sentir, también, por el movimiento político que fundara el hijo del dictador. Así, por ejemplo, en una dedicatoria que con otras varias a Ganivet, Cajal, Costa o Besteiro pensaba incluir en Ideolojía y que se conserva en la Sala de Puerto Rico, J.R.J. escribió: "A José Antonio Primo de Rivera, frente clara, corazón entero, conciencia noble." También en 1952 escribía a Gregorio Marañón un prologuillo-dedicatoria en que incluía a José Antonio entre los aristócratas no de cuna, sino de virtud. Y ello a pesar de que no podía guardar buen recuerdo de quienes allanaron su domicilio de la calle Padilla al acabar la guerra: una de los tres que arramplaron con libros y papeles del futuro Nobel era el falangista Félix Ros, participante en la Corona de Sonetos en honor de José Antonio. Desde su exilio, Jiménez escribió una carta a Rafael Sánchez Mazas, carnet número 4 de la Falange, pidiendo su intervención para recuperar lo suyo.
Un detalle curioso, uno de esos azares que demuestran que el mundo es un pañuelo, es que un primo de Zenobia, el juez Federico Enjuto ("el primo Fred"), con quien J.R.J. coincidió en el exilio en Puerto Rico, fue instructor del proceso que llevaría a la condena del jefe falangista en Alicante.
No es de la misma opinión que Jiménez el novelista Antonio Orejudo, quien en su Fabulosas narraciones por historias hace pasar por tonto al autor de Diario de un poeta recién casado a través de un personaje doblado de narrador, y por no menos cretino al fundador de la Falange, a quien de forma habitual cose un epíteto que declara su antipatía: "el repeinado José Antonio". Que a Orejudo este no le cae nada simpático lo demuestran las cuatro o cinco apariciones del marqués de Estella, a quien nos los presenta por primera vez en 1924 en una fiesta de la buena sociedad madrileña. Lo que pasa es que se le va la mano en el retrato que hace de su personaje, a quien convierte en un monigote esquemático, y por ello burdo.
Ayer se cumplía un aniversario más de su nacimiento. Pese a sus rasgos violentos (como los de tantos de la izquierda y la derecha de aquella época, por otra parte), pese a que el régimen de Franco lo mirificara -lo mitificara-, en lo sustancial su figura sigue resultando sugestiva. A ella se han adherido no pocos energúmenos, pero también numerosas personas idealistas, honradas, bienintencionadas. Esto es algo que, aun por lo bajini, reconocen muchos. Cierro ya la entrada con unas palabras que no son mías, sino de Rosa Chacel en Alcancía: "Porque no me extraña que llegasen a matarle: estaba hecho para eso, pero que después de muerto se haya hecho el silencio sobre su caso... Era difícil y expuesto por la gran confusión en torno. Por el contrario, los gitanillos, las faldas de volantes, los toritos bravos y todo el puterío sublimado extendiendo por el mundo una España histriónica era vivificante para la cosecha de turismo. Es cierto que su simpatía por los fascismos europeos, tan macabros, le salpicó con el cieno en que ellos se enfangaron, pero leyéndole con honradez se encuentra el fondo básico de su pensamiento, que es enteramente otra cosa."
Tomado de http://fuegoconnieve.blogspot.com.es/
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