El 23 de diciembre es el aniversario del nacimiento en 1911 de Álvaro Cunqueiro, uno de los
escritores más deliciosos de toda la literatura española. Hoy silenciado por su militancia falangista. Y este cuento suyo,
prodigioso. Se publicó originalmente en gallego, y luego fue traducido por el
propio autor.
(Álvaro Cunqueiro, tercero por la izquierda. Gonzalo Torrente Ballester es el primero por la derecho, junto a él está Josep Plá)
TRISTÁN GARCÍA
Este Tristán del que cuento, nunca supo por qué le habían
puesto Tristán en el sacramento del bautismo, ni conocía a nadie que se llamara
como él. Un tío suyo de Soutomaior, que trabajaba como camarero en un
restaurante muy famoso de Lisboa, le decía que en Portugal conocía a dos o tres
Tristanes, y todos ellos eran de la aristocracia.
Tristán fue a cumplir el servicio militar a León, y allí,
en un quiosco compró La verdadera historia de Tristan e Isolda con los amantes
muy abrazados en la portada, por una peseta y cincuenta céntimos. Al fin iba a
saber quién era aquel Tristán cuyo nombre llevaba. Cuando llegó al terrible
final de la historia, con la muerte de ambos enamorados, Tristán García no pudo
evitar las lágrimas. Y dio en imaginar que andando por el mundo encontraba a
una mujer llamada Isolda, y ambos se gustaban, se hacían novios, se casaban, y
vivían muy felices en la aldea cercana a Viana do Bolo de donde Tristán era
natural.
A todos sus compañeros del Regimiento de Burgos 38, les
preguntaba si había en sus pueblos una muchacha que se llamase Isolda. No la
había. Había alguna Isolina suelta, pero Isolina no era lo mismo que Isolda.
Tristán se lamentaba consigo mismo de no dar con una Isolda, porque si no la
encontraba en León, donde había tanta familia, ya no la encontraría nunca,
dedicado a la labranza en su aldea de Viana do Bolo.
Un día lo mandó llamar un sargento que se llamaba
Recuero.
– ¿Tú eres el que andaba buscando a una Isolda? Pues en
Venta de Baños hay una viuda de este nombre.
– ¿Joven o vieja? – Preguntó Tristán emocionado.
– ¡No lo sé! ¡Es churrera! – Le contestó el sargento.
Tanto tenía metida en su magín la novela famosa nuestro
Tristán, que no pudo dudar un instante de que aquella Isolda de Venta de Baños
fuese joven y hermosa, y si era churrera, podía seguir con el negocio en Viana,
o en Orense capital, donde servían chocolate con churros en los cafés. También
consideraba Tristán que si la viuda era vieja, lo más seguro era que tuviese
una hija o sobrina joven que se llamase como ella.
Tuvo un permiso, y con veinte duros que tenía ahorrados,
tomó en León el tren para Venta de Baños. Ya en aquel empalme, preguntó por la
churrería de Isolda. Estaba allí al
lado, y la señora Isolda despachando churros a un señor cura. Era la señora
Isolda una anciana con el pelo blanco, con hermosos ojos negros, la piel tersa,
las manos muy graciosas echando azúcar y envolviendo los churros en papel de
estraza.
Tristán vaciló en dirigirse a ella, pero ya había gastado
cincuenta y cuatro pesetas en el billete de ida y vuelta.
– ¡Buenos días! ¿Es usted la señora Isolda?
– ¡Servidora! – respondió la amable viejecita sonriendo
-. ¿Cuántos le pongo?
– ¡Es que yo soy Tristán! ¡Venía a conocerla!
La viejecita cerró los ojos, y se agarró al mostrador
para no caer. Gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas.
– ¡Tristán! ¡Tristán querido! – pudo decir al fin -. ¡Toda mi juventud
esperando a conocer a un mozo que se llamase Tristán, como el de Isolda! ¡Y
como no venía me casé con un tal Ismael!
Tristán saludó militarmente y se retiró hacia la
estación, a esperar el primer tren para León. Cuando llegó y subía al vagón de
tercera, apareció la señora Isolda, quien le entregó un paquete de churros. No
se dijeron nada.
Cosas así sólo pasan en los grandes amores.