(Artículo tomado del número 63 de "Desde la Puerta del Sol").
Manuel Sacristán y Luzón fue un destacado filósofo español que, procedente de una adscripción al falangismo de izquierdas, evolucionó hacia una interpretación personal del marxismo. Buen conocedor de la obra de Ortega y Gasset y profundo estudioso del marxismo, participó en numerosas revistas intelectuales españolas, como Estilo, Quadrante (revistas del falangista-franquista SEU) o los Quaderns de Cultura Catalana del comunista PSUC.
(Redacción de Mientras Tanto con Manuel Sebastián segundo a la derecha)
Hasta su fallecimiento en Barcelona el 27 de agosto de 19851 a la edad de 59 años, Manuel Sacristán desarrolló una intensa actividad intelectual y de lucha política convirtiéndose sin lugar a duda en unos de los filósofos políticos españoles más destacados del siglo XX2. Es por ello que resulta interesante conocer su juicio sobre el nacionalsindicalismo joseantoniano, extraído de un texto inédito que debía formar parte de Enciclopedia Política Argos y que se recoge en un libro publicado por Trotta en 2007 titulado Lecturas de Filosofía Moderna y Contemporánea. Aclaramos que dicho juicio, que a continuación exponemos, fue escrito por Sacristán en una época temprana, allá por el año 1952, pero no tenemos noticias de que rectificase posteriormente las valoraciones que aquí se detallan, aún cuando su pensamiento y posición política evolucionaran notablemente.
Destaca como elementos de la teoría política general de José Antonio Primo de Rivera:
1. Crítica del liberalismo. La sitúa Sacristán como una crítica situada en la misma línea de las críticas socialistas, aunque, como rasgo propio, señala su especial y elegante ajuste de expresión. Se indica la valoración positiva del líder falangista de aquella primera época en la que esta doctrina consigue, sin posibilidad de marcha atrás, su gran conquista: instalar a todos los hombres en igualdad ante la ley. Sin embargo, el liberalismo es criticable por cuanto el Estado liberal-democrático que de él se deriva, constituye una burla para los infortunados, especialmente para los obreros aislados que, titulares de todos los derechos en el papel, tienen
que optar entre morirse de hambre o aceptar las condiciones que les impone el capitalista, por duras que sean. Se critica al Estado del laissez faire, incapaz de garantizar una libertad real del hombre, sobre todo del hombre humilde, al que se reconocen multitud de libertades formales.
2. Crítica del marxismo. Destaca también el filósofo Manuel Sacristán cómo Primo de Rivera comienza por reconocer los méritos y aciertos del marxismo. Reconoce el falangista
incluso el valor científico de Marx, y acepta sin vacilaciones el
núcleo de ese marxismo científico, esto es, la ley de aglomeración (sic) o acumulación del capital, «aunque algunos afirmen que no se han cumplido». Para ello se fija en los trusts y en los grandes almacenes de precio único que se pueden permitir el lujo de vender a tipos de dumping, de modo que los pequeños comerciantes no pueden competir.
Pero, siguiendo a Sacristán, Primo no sólo acepta la crítica científica marxista, sino que también acepta el punto de partida del marxismo militante, esto es, que «la propiedad, tal como la concebíamos hasta ahora, toca a su fin; y que en el comunismo hay algo que puede ser recogido: su abnegación, su sentido de solidaridad» («España y la barbarie». Conferencia de José Antonio en Valladolid. 1935).
Para Sacristán, el antimarxismo joseantoniano no es político-económico, sino histórico-moral: critica la visión materialista de la vida y de la historia de la revolución socialista, la agrupación de los hombres por clases, eliminando sus vínculos en la patria común. Le parece absolutamente rechazable la substitución de la libertad individual por la sujeción férrea de un Estado, que no solo regula nuestro trabajo, como en un hormiguero, sino que regula también, implacablemente, nuestro descanso («El bolchevismo». Artículo en ABC, 1935).
En definitiva, José Antonio Primo de Rivera, considera que la revolución marxista bolchevique atenta contra valores esenciales de la civilización cristiana occidental, que nos resistimos a dar por caducada.
(Viñeta de Manuel Sacristán)
3. Fundamentos de una nueva doctrina política. Rechazadas las soluciones liberal y marxista, ninguna otra parece al fundador de la Falange digna de la más breve crítica. De los Estados totalitarios nazi y fascista dice que no existen como tales, pues no son sino la sustitución del Estado por la genialidad de un dictador. Además, el totalitarismo es lo más opuesto a la estructuración de un estado institucional nuevo como el que él propugna. Este estado, cuya forma de gobierno no preocupa al falangista, aunque se decante por la forma republicana, ha de tener las siguientes bases:
a) Concepto del hombre. El individuo es la unidad fundamental, entendido como persona portadora de valores eternos. Este arrancar del individuo, lleva a una noción de convivencia política ajena a la del régimen de partidos. En la noción de individuo están puestas las bases del sindicalismo falangista, que se estructura dando primacía a las unidades donde el individuo, de forma natural, desarrolla su actividad y donde se depositan todos los valores e instrumentos que necesita la persona para alcanzar libremente su destino personal en relación con las otras personas: la familia en la que vivimos, el municipio del que somos vecinos y el sindicato en el que nos afanamos en el ejercicio de un trabajo (el sindicato es algo más que un órgano de defensa frente a los abusos del capital).
b) Concepto de libertad. Según Sacristán, está construido sobre el pensamiento católico y con ausencia completa de toda consideración filosófica. Se antepone la creencia religiosa y se añaden, luego, consideraciones políticas. Manuel Sacristán encuentra en estas
consideraciones políticas prácticas ciertas resonancias fitcheanas. Sólo se respeta la libertad del hombre cuando se le considera portador de valores eternos, con un alma con capacidad para condenarse o para salvarse. En la práctica, la libertad no existe, como un absoluto desligado de cualquier otra consideración, sino dentro de un orden.
c) Conceptos económicos. Es necesaria una transformación de la forma jurídica de la propiedad, pero sostiene el falangista la legitimidad de la propiedad privada. Si bien,
se trata de una forma de propiedad no
capitalista que tiene el mismo título de legitimidad que el trabajo: esto es, el trabajo es una función humana y la propiedad es un atributo humano.
Esta forma de propiedad no capitalista, que incluye la propiedad individual, la propiedad comunal y la propiedad sindical, da lugar a un sindicalismo particular donde no hay una representación patronal y una representación obrera, ni mucho menos, una representación
Redacción de Mientras Tanto con Manuel Sebastián segundo a la derecha
mixta (como en el fascismo), sino que todos los que colaboran en la empresa para la producción, funden sus intereses para la defensa de la industria en cuestión frente a la absorción capitalista.
d) Concepto del Estado. Es netamente antifascista, pues la divinización del Estado es cabalmente lo contrario de lo que nosotros apetecemos. El Estado solo justifica su conducta, al igual que los individuos o las clases, cuando se amolda a una norma permanente, cuando se siente ejecutor del destino de un pueblo al que sirve como instrumento para alcanzar la felicidad de sus miembros. Si no el Estado es tiránico. El Estado es fuerte, sin ser tiránico, cuando sirve a una unidad de destino, cuando sirve a la conciencia de la unidad de la que emana, como garantía de la libertad del individuo.
Es un instrumento totalitario (¡ojo! esta palabra tiene connotaciones contradictorias con lo que en la doctrina falangista viene a significar). Este concepto tiene que ver con el ideal sindicalista de una estructuración total de la economía: la economía de un país es tarea de todos y ha de estar al servicio de todos, no de una clase ni de unos cuantos privilegiados. Al mismo tiempo, señala Sacristán, la palabra totalitario hace referencia a la creencia en la sustantividad de la Patria (integradora y armonizadora de todas las aspiraciones de los individuos y con un destino que es común a todos ellos).
También el dirigente de la anarquista FAI, Diego Abad de Santillán, viene a decir que:
«Pero la revolución, si es verdadera, no es nunca unilateral. Es un proceso totalitario que lo abarca todo y que lo conmueve todo»3.
Comenta, finalmente, Sacristán la teoría política española acerca de la Patria, que influyen directamente en la teoría política antes comentada. La teoría joseantoniana de la Patria tiene el sello imborrable de Ortega y Gasset: Según nuestro filósofo, la unidad de destino en lo universal de Primo de Rivera es una mistificación (de místico), que no mixtificación, del orteguiano proyecto sugestivo de vida en común. Esta unidad, apunta Manuel Sacristán, es contraria a la mística patriótica nacionalsocialista, pues se define por valores morales y religiosos, si bien imprecisos, pero no por valores terrenales.
4. La Revolución y el estilo. La revolución es para el falangista una necesidad política e histórica. Una exigencia de la situación social de Europa y una necesidad de que el pueblo no pierda su forma histórica. La revolución postula, con el final de un periodo de decadencia, la renovación de la vida y un nuevo estilo de ser de hombre. Dicho estilo es el mismo que pregona Miguel de Unamuno en su Vida de don Quijote y Sancho.
Notas:
1 SACRISTÁN, MANUEL: Lecturas de filosofía moderna y contemporánea. El pensamiento político de José Antonio Primo de Rivera. Edición de Albert Domingo Curto. Editorial Trotta,
2 Wikipedia.
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